En su reciente novela «Aniquilación», Michel Houellebecq pone a la fragilidad en el centro de la escena a través de un narrador que hace fluir a los personajes que orbitan en la vida de Paul Raison, un asesor del ministro de Economía francés en 2027, cuando las elecciones presidenciales copan la agenda política, pero no serán los vericuetos y pliegues de ese trabajo los que tomen la trama, sino los reencuentros familiares, la relación de pareja que se reconfigura y las formas de afrontar las marcas de la enfermedad.
Publicada en enero en Francia, por el sello Flammarion, y en agosto en Argentina, por Anagrama, la octava novela del autor de «Las partículas elementales» se ubica en los rankings de ventas a poco de llegar a las librerías y hasta tuvo una edición de copias electrónicas previa a su presentación oficial. «Aniquilación» («Anéantir») ya tiene traducciones al italiano, alemán y griego y en nuestro país está prevista su reimpresión.
Poeta, ensayista y novelista, Houellebecq (La Reunión, 1958) publicó su primera novela «Ampliación del campo de batalla» en 1994 y desde ese momento comenzó a cosechar premios diversos: desde el Flore, el Premio Nacional de las Letras de Francia, el de los lectores de una revista como Les Inrockuptibles, el Goncourt hasta la Legión de Honor que le otorgó el presidente francés Emmanuel Macron en 2019.
Hay marcas que insisten en sus ficciones y una de ellas es el desapego con el que viven sus personajes protagónicos, generalmente ejecutivos o funcionarios con altas dosis de cinismo y perspicacia, a quienes les otorga la capacidad de provocar y por los que fue definido como «islamofóbico» o «misógino».
En ese sentido, la publicación de sus novelas constituye un acontecimiento del que se hablará y debatirá más allá de los ámbitos literarios: eso sucedió con «Sumisión», en la que imagina a Francia con gobierno musulmán, una obra que llegó a las librerías a la par del atentado a la revista Charlie Hebdo. A eso le siguió la suspensión de la gira de presentación y la contratación de guardaespaldas.
Otras de sus novelas son «Plataforma», «El mapa y el territorio», «Serotonina» y «Las partículas elementales», que no es la anterior a «Aniquilación» pero es la que algunos críticos consideraron cercana a ésta última por esa descripción de un mundo en el que prima la aceleración del camino al placer, aunque hay poco encuentro con la posibilidad de un camino hacia el deseo.
Esta vez, en cambio, hay un protagonista que se dispone a un encuentro con el deseo y aparece el placer sexual como «una simple prolongación de la ternura»: no mira al amor de reojo y desconfianza sino como aquello que implica un oficio. «Amar no es exactamente un oficio, se dijo Paul, pero el oficio también es necesario», escribe Houellebecq.
«Hay muy pocos villanos en ‘Anéantir’ y eso me hace feliz. ¡El éxito supremo sería que no hubiera ninguno!», le dijo el autor a Le Monde en una de las pocas entrevistas que dio a propósito de la salida de su reciente libro situado a fines de 2026 y principios de 2027.
Realizada en enero de 2022 cuando la novela salía en Francia, la entrevista tiene una referencia a un recurso que insiste a lo largo de la trama: los sueños. Mezclan, condensan, bifurcan las obsesiones, preocupaciones y angustias del protagonista y son un pliegue de sentido para leer sus días.
«Nunca me he interesado mucho en Freud, de hecho, tengo muchos reproches que hacerle. Me interesan en realidad los sueños. Me alegra haber puesto tantos en ‘Anéantir’. El sueño es el origen de toda actividad ficcional. Por eso, siempre he pensado que todo el mundo es creador, porque todo el mundo reconstruye ficciones a partir de elementos reales e irreales. Es algo importante. Yo escribo apenas me despierto, cuando todavía me encuentro un poco sumergido en la noche, cuando aún me queda algo de mis sueños. Debo escribir antes de ducharme. En general, en cuanto nos bañamos, se jode todo, ya no servimos para nada», contó a al periodista Jean Birnbaum, director del suplemento literario de Le Monde.
El narrador de esta ficción sigue a Paul, un hombre de 50 años que ante un infarto cerebral que paraliza a su padre, pone en marcha el reencuentro con sus hermanos, Cécile y Aurélein, para acompañar, cuidar y tomar decisiones sobre la nueva etapa que encara este espía jubilado de la Dirección General de Seguridad Interior (DGSI).
La enfermedad del padre pone en escena la fragilidad no solo de su propia vida sino la del sistema de cuidados cuando llega la vejez o se desarrolla una enfermedad crónica. A partir de ese punto, los dos hermanos menores de Paul y la esposa de su padre, establecen una cotidianeidad nueva, dejan sus rutinas para establecerse en torno a hospitales, discursos médicos y estrategias para comunicarse con alguien que ya no puede hablar pero quiere leer, o que le lean, y que es una referencia en las conversaciones laborales de Paul, ya que por sus tareas de inteligencia su padre aparece nombrado en esas oficinas que él frecuenta como funcionario.
La política para Paul se concentra en su asesoramiento a Bruno Juge, un ministro de Economía y Finanzas que cuenta con el apoyo del presidente para candidatearse, pero al que las encuestas le devuelven una certeza: «la gente lo valoraba pero no lo amaba». Y es así que asiste a la construcción de la candidatura de Benjamín Sarfati, un presentador televisivo.
Pero es el universo de los vínculos, las relaciones familiares y las maneras de ser una pareja lo que gana lugar en «Aniquilación». Si en «Las partículas elementales» se podía leer que «la desgracia sólo alcanza su punto más alto cuando hemos visto, lo bastante cerca, la posibilidad práctica de la felicidad», en esta ficción hay margen para volver a esa posibilidad.
Ese movimiento hacen Paul y Prudence, una funcionaria con la que se casó y lleva diez años compartiendo una casa pero en habitaciones separadas y sin compartir más que ese techo que compraron con una hipoteca que implica el 35% de cada uno de sus sueldos. De a poco, sigilosa y sostenidamente esa distancia entre ambos comienza a achicarse e irán recuperando la intimidad alguna vez vivida pero también las horas con las familias de cada uno, donde el otro ayuda a llevar adelante esos vínculos con padres, madres, hermanos y cuñados.
Tres años después de la publicación de «Serotonina», el autor francés vuelve con esta novela para la que cuenta en las últimas páginas, una suerte de epílogo con el título «Agradecimientos», que se documentó con especialistas en neurología y odontología y pondera esa práctica: «los escritores franceses no deberían dudar en documentarse más; muchas personas aman su oficio y les agrada explicarlo a los profanos», escribe a modo de conclusión.
«Por azar, acabo de llegar a a una conclusión positiva: es hora de que pare», lanza como declaración y anuncio de ¿despedida? Algunos lo leyeron así y la presentan como la última novela de Houellebecq. Lo cierto es que es una historia con preguntas claras sobre la eutanasia o la vejez, para la que cuenta que la realidad no ha sido más que «un material de partida».
Volviendo a las páginas de la ficción, hay claves de lectura para abordar siempre a un autor incómodo que intenta sacudir discursos y se aleja -o intenta- alejarse de algunas máximas que se leen en Aniquilación: «en el fondo, siempre es mejor que las cosas se parezcan a su cliché» o «en general es preferible decir a la gente lo que más o menos está dispuesta a oír».