Los insultos y las palabrotas son tan humanos como respirar. Están por todas partes, desde el patio del colegio hasta la residencia de mayores. Y pueden ser beneficiosos.

Distintos estudios han constatado una propensión a decir insultos en personas con lesiones cerebrales, ancianos con depresión, demencia, encefalitis y síndrome de Tourette.

De ahí que muchos científicos se hayan interesado por sus efectos fisiológicos. Un trabajo de 2009 encontró que soltar palabrotas y jurar en arameo mejoraba la capacidad de los pacientes para aguantar el dolor; otro, de 2011, que permitían soportar mejor el frío.

Ahora, un ensayo impulsado por psicólogos de la Universidad Keele, en el Reino Unido, liderado por Richard Stephens, ha demostrado que los improperios soltados a pleno pulmón aumentan de forma significativa la fuerza física.

Para determinarlo, Stephens y sus colaboradores pidieron a un grupo de voluntarios que repitieran en alto tanto un taco como cualquier otra palabra mientras pedaleaban intensamente. A otros, les indicó que hicieran lo mismo mientras llevaban a cabo varios ejercicios de fuerza isométrica con la mano, como cuando echamos un pulso. En el reto ciclista, los que maldecían vieron cómo su potencia máxima aumentaba veinticuatro vatios de promedio.

El apretón de los malhablados, por su parte, superó en 2,1 kg al de los que no lo eran. Así, los propensos a estallar en improperios ya tienen una excusa que dar a los posibles ofendidos: lo hacen por prescripción facultativa.