Un grupo de diseñadoras que no llegó a vivir la época de oro de los sombreros de mujer, que los vio lucir en viejas películas, los encontró en revistas de moda o los heredó de alguna abuela, unió fuerzas para recuperar el oficio de hacerlos con una impronta sustentable y rescatar entre las argentinas la antigua tradición de vestirlos.
La maestra de muchas de estas mujeres es Laura Noetinger, quien allá por el 2000 estudió en Londres con grandes maestros sombrereros y tras su vuelta al país, seis años después, se dio cuenta de que por estos lares se había perdido la tradición de que las mujeres fueran con sus «cabezas decoradas».
Por cierto, Laura llegaba de un lugar que, entre las muchas tradiciones que conserva, la de los sombreros es una de las más notorias.
«Una vez de regreso, empecé el largo camino de dar a conocer esta forma de decorar la cabeza. Es una forma de volver a los años 30, 40, 50 y rescatar así un oficio que estaba en decadencia total porque los grandes peinados de los 60 terminaron con los sombreros», explicó la diseñadora en diálogo con Télam.
Este 1 de mayo, varias de sus alumnas participaron del primer «Hat Show» (show de sombreros) que se hizo en el Hipódromo de Palermo, en el marco del Festival del Caballo Criollo y del Gran Premio República Argentina de turf.
El hipódromo porteño, engalanado de gran premio, fue el escenario ideal para montar un desfile en el que modelos, invitadas y aquellas mujeres del público que se animaran, lucieran sombreros y «fascinators», al mejor estilo de las carreras que se corren en Ascot (Inglaterra).
Bajo un cielo plomizo y por momentos chispeante, Noetinger, Florencia Tellado, Roxana Harb, Graciela Misasi, Gladys Millán, Fabi Pojatti y Roxana Pess, entre otras, exhibieron sus sombreros y tocados hechos con materiales reciclables, en línea con la convocatoria hecha por EcoMujeres, una fundación que promueve el desarrollo del diseño sustentable.
Fieltro natural, rafias de tapicería, restos de bolsas de cebolla, cápsulas de café, tapas de potes de cola vinílica, ramitas de plantas, hasta push up en desuso, son algunos de los materiales con los que trabajan estas diseñadoras.
«Se puede utilizar cualquier cosa. Esto, por ejemplo, está hecho de un individual de mesa y es algo muy artístico», sostuvo Noetinger mientras levantaba un fascinator de rafia beige con un firulete negro arriba.
En esa línea, aseguró que un «sombrero (los suyos van desde los 1.500 pesos hasta los 800 dólares) se puede armar con cualquier cosa»
A su vez, Misasi, cuyas creaciones hechas con materiales como push up, cds y restos de cápsulas de café cuestan entre 300 y 800 pesos, cuenta que uno de los mayores problemas con los que se topan los diseñadores de sombreros es la falta de herramientas.
«Las hormas que hay acá son muy antiguas o están en mal estado o son carísimas. Yo tengo esta (muestra una de madera) que la cuido como oro. Afuera se consiguen nuevas pero pesan como cuatro kilos. Y ¿quién te las va a traer en la valija? Por eso una de las cosas que más valoro de esto es trabajar con lo que hay», revela.
Para ella, convocatorias como el Hat Show, que incluyó una feria de sombreros y un desfile de moda sustentable a cargo de tres diseñadoras de indumentaria, «no sólo son maravillosas sino que además permiten que la gente se vaya soltando y le pierda el miedo a ponerse algo en la cabeza».
Por su parte, Gladys Millán, paisajista y responsable de mantenimiento de jardines, encontró en el diseño el mejor destino para los restos de las podas y semillas que caen de los arboles.
«Me preguntaba cómo podía usar esa belleza y empecé a entrelazar las ramitas. Primero fue un pequeño círculo, después le di forma y finalmente, hice estos sombreros», explica mientras muestra sus diseños hechos con follaje, frutos, ramitas y fibras.
Cuenta con orgullo que, a diferencia de lo que le pasó en otras ferias, este 1 de mayo vendió bastante y que las mujeres que se dieron cita en la tarde hípica arrasaron con las vinchas con follaje, a 200 pesos, frente a los tocados más elaborados y sombreros (de 500 a 800 pesos).
«Lo principal es que me voy apasionando con algo que es tan fácil de conseguir, que tengo al alcance de la mano. Es simplemente mirar con otros ojos. Después de poner gajito por gajito, ramita por ramita, me emociona ver la belleza en la que se transforma. Son como pequeños hijos», enfatiza Gladys, que por ello usa el nombre de Flor del Ángel.
Este tipo de iniciativas deja en evidencia la casi total desaparición del sombrero de los outfit femeninos (conjuntos para decirlo en criollo), pese a que en otras sociedades, como las de Europa y las de Estados Unidos, es mucho más habitual.
Noetinger dice que la iniciativa, hasta aquí, ha recorrido un camino largo, pero que cada vez más mujeres estudian diseños de sombreros y que muchas de las chicas que tuvo como alumnas «han volado alto», y se despide asegurando que «es muy reconfortante enseñar el oficio».