El estadio de Nizhny Novgorod, donde hoy Argentina jugará buenas partes de sus chances de clasificarse a los octavos de final de esta Copa del Mundo ante Croacia por el Grupo D, es un escenario virtual al que le desparecerá más de la mitad de su capacidad cuando termine de ser utilizado en esta competencia.
Este estadio perteneciente al FC Volga, que participa en la segunda categoría del fútbol ruso, fue entregado a la organización del Mundial el pasado 15 de abril del corriente año con un aforo de 55.300 espectadores, pero con una singularidad: que a la finalización del certamen su capacidad se reducirá a 25.000 personas sentadas.
Para que esto suceda, quienes lo reciclaron totalmente para esta Copa del Mundo aplicaron un sistema de integración de las denominadas gradas telescópicas, que no son otra cosa que butacas retráctiles, que ocupan un determinado espacio durante un partido, pero al término del mismo se repliegan y «desaparecen» virtualmente de la vista, para volver a extenderse al juego siguiente.
Esta modernidad tecnológica, acorde con la magnífica construcción de este estadio que genera admiración por sus columnas exteriores que se asemejan a tubos de vidrio, un techado semitransparente que abarca el 60 por ciento del espacio aéreo y está hecho de carpintería metálica, parece levantado especialmente para Argentina, porque toda su estructura es de colores celeste y blanco que sobre sus paredes exteriores parecen hechas para celebrar hoy el Día de la Bandera.
Estos colores representan en realidad al agua y el viento, dos elementos naturales propios de esta región cuyo clima transita de la mano de lo que genera la confluencia de dos grandes ríos como el Volga y el Oká.
El estadio, que cuenta con una enorme sala de prensa donde los periodistas pueden trabajar con absoluta comodidad, y que cuenta con un servicio de bar y otras comodidades propias de un evento de esta naturaleza, posee tres niveles principales y dos pisos en el subsuelo, con espacios especiales para los asistentes con discapacidades físicas.
Toda esta modernidad contrasta, sin embargo, con otros lugares de la ciudad que todavía conservan intacta la arquitectura de los tiempos más antiguos de la Unión Soviética, de la que Rusia se independizó hace 28 años, y es dable observar por las calles a viejos tranvías y ómnibus atravesar la nueva escenografía con sus registros de un pasado que sigue vivo en ellos y en lo que representan. Y cuando todo esto termine, en un puñado de días, la ciudad y el estadio volverán a su ritmo de siempre.