«La nueva educación. Los retos y desafíos de un maestro de hoy», el libro del docente español César Bona, elegido como uno de los 50 mejores maestros del mundo, asegura que estar frente a un aula le permite invitar a los chicos a mirar por la ventana y mejorar el mundo en el que viven, y no solo llenar de datos sus cabezas.
«No tenía vocación de docente. Me siento afortunado de haber dado con esto porque no quería ser maestro y es paradójico», recuerda Bona en una entrevista con Télam.
Bona fue finalista en 2015 del Global Teacher Prize, algo así como el «Nobel de la educación», que entrega la Fundación Varkey, y consta de un premio anual de un millón de dólares que se entrega a un maestro «especial» alrededor del mundo. «Un maestro innovador y comprometido que haya tenido un impacto inspirador en sus alumnos y en su comunidad, que recibirá un premio único en la vida», según detalla la propia fundación.
En su libro, el propio Bona explica: «La nominación me colocó en un escenario mediático, y sonrío por ello. Sonrío porque soy un maestro más y soy plenamente consciente de que cuando todo esto pase, cuando este tsunami que está removiendo los cimientos de la educación haya amainado, yo seguiré divirtiéndome en clase tanto lo hacía antes, tanto como ahora».
El especialista rememora las épocas en las que estaba estudiando Filología Inglesa, «porque era la única carrera que me gustaba y, encima, se dictaba en mi ciudad. Aún no sabía qué hacer con esa carrera y un día me encuentro con 25 niños y niñas en un aula y me di cuenta que me gustaba hacer eso: estar con los chicos».
El educador apunta a la idea de escuchar a los chicos sin juzgar, a que los adultos cambien el enfoque y no vean a los pequeños como recipientes para llenar con datos; por el contrario, sostiene que «hay que educar para la vida con mucho diálogo, comprensión y respeto».
«Como en estos tiempos la emoción ha podido a la razón, es necesario educar en la gestión de las emociones, el control de la ira y de la frustración con pautas claras», explica Bona.
– Télam: ¿Qué significa para vos ser maestro?
– César Bona: Es tan importante como tener la posibilidad de invitarlos a mirar por la ventana y mejorar el mundo donde viven. No es sólo transferir conocimientos. Para mí es mucho más, es decir depende de cada uno de nosotros transformar al mundo en un lugar mejor para vivir.
-¿Cómo es un día en tu aula?
– C.B: Me siento un privilegiado cada vez que entro a un aula porque tengo la posibilidad de decirle a los pequeños que cada palabra o cada gesto cambia el mundo en el que viven. Básicamente, los escucho porque cuando yo era pequeño me hubiese gustado que me escuchen. Los alumnos tienen que sentirse como en su casa y luego incorporar los conocimientos curriculares.
– El cambio entre el jardín de infantes y la primaria muchas veces es traumatizante. Pasan de estar sentados en grupo, compartiendo y jugando a sentarse en fila, mirando la nuca al compañero, haciendo silencio y copiando del pizarrón.
– C.B: Sí, así sucede en muchos sitios pero gracias a Dios algunas escuelas están cambiando. Considero que el método utilizado en jardín debe aplicarse hasta la universidad porque la vida y las empresas piden que el empleado sea creativo, que trabaje en equipo, que sepan entender cuándo tienen que hablar y cuándo quedarse en silencio escuchando al otro y que sea respetuoso, entre otras cosas.
-¿Tenés en mente un aula ideal?
– C.B: Todo está inventado. A lo mejor no se le da la importancia necesaria a cosas que son muy importantes para los niños, porque miramos todo con ojos de adultos y nos olvidamos cómo piensan y sienten los niños, y eso es algo que no se puede olvidar. Tienes que recordar y sentir como lo hacen ellos.
-¿Qué método aplicas en contraposición del sistema de premios y castigos?
– C.B: Hay una frase que descubrí hace años y llevo conmigo, y se aplica también para la educación: «La naturaleza no entiende de premios o castigos, entiende de consecuencias». Invitar a la reflexión es importante porque así se crece como persona. En las escuelas fue desapareciendo la filosofía que enseña a pensar y para mi modo de ver, debería aplicarse desde edades tempranas.
-¿Tuviste que enfrentar alguna vez casos de bullying?
– C.B: Sí, pero siempre tenemos el tema de que las curriculas son tan largas que si existe algún caso, el docente no tiene prácticamente la posibilidad de maniobrar dentro del aula. En esos casos es importante olvidarse de las matemáticas o del inglés y ocuparse de ese caso porque somos seres humanos y lo importante son las relaciones, valorar las diferencias y el medio en el que se vive. Un solo caso de acoso escolar es suficiente para que sea denunciado como prioridad máxima.
– En tu libro hablás de las cuatro patas fundamentales de la educación…
– C.B: Las cuatro patas para formar una base firme a nivel educación son: Docentes, Alumnos, Familia y Administración. Si transitamos por caminos separados nos va a ir mal. Lo importante es trabajar en equipo. La familia es el primer órgano educativo, no la escuela sino la familia. La escuela es el mejor lugar para ayudar a las familiar a educar a sus hijos, los protagonistas principales de este engranaje, pero todo eso debe estar acompañado por buenas políticas educativas y el buen funcionamiento del conjunto se aceita con el diálogo.
-¿La postulación al premio te cambió en algo?
– C.B: Me dio la posibilidad de conocer y tener muchas experiencias y conocer personas interesantes. Mi visión sobre la educación, y de miles de anónimos que conocí gracias al intercambio de experiencias, es que lo central no es la administración, ni el docente, ni la currícula, es el niño y la niña.
-¿Qué pasa con los adolescentes que ya tienen incorporado otro método de estudio que no se asemeja al tuyo?
– C.B: La adolescencia es una etapa importante e incomprendida porque hay cambios que debemos conocer. Ellos se cuestionan todo y cuestionan al adulto. No hay que pensar que la disciplina es la única manera. Lo que sí funciona es valorarlo. Todos los seres humanos tenemos algo en común que es la necesidad de sentirse queridos, escuchados y comprendidos. A un adolescente si no se lo hace sentir útil en su pensamiento rondará la idea, equivocada, de que no sirve para nada. Hay que ayudarlo a tomar las riendas y decirle constantemente «confío en tí», palabras que utilizamos muy poco e incentivar que todo lo que haga o diga repercutirá en el otro, por lo que tiene que ser bueno para ayudar a mejorar la sociedad en la vive.