Los molinos centenarios, la cuesta de Huaco y las casas de adobe entre sauces y acequias con el fondo de la montaña son algunos de los bucólicos paisajes que ofrece la ciudad sanjuanina de San José de Jachal, a 150 kilómetros al norte de la capital provincial, tras un recorrido deslumbrante por la ruta 40 y la llegada por la nueva y escenográfica ruta 150.
«Unas 1.100 plazas hoteleras, de cabañas y casas de alquiler esperan a los visitantes que suelen saturar el pueblo en Semana Santa, y este fin de marzo parece que no va a ser la excepción», dijo a Télam, Domingo Martínez, encargado de la dirección de Turismo local.
«La tierra del poeta Buenaventura Luna garantiza buen vino, la mejor gastronomía y las expresiones culturales más arraigadas en el lugar», indicó el funcionario de esa localidad, que brilla cada noviembre en el encuentro tradicionalista del «fogón de los arrieros».
Este pueblo de 20.000 habitantes sobrevivió al devastador terremoto que destruyó la ciudad de San Juan en 1944, por lo que conserva sus edificios casi de la época de la colonia, cuando los kakanes intercambiaban productos con los huarpes, hace más de dos siglos.
Si bien la Ruta del Adobe está en Catamarca, en Jachal tiene su propio recorrido por el medio de viviendas levantadas con barro y paja -frescas en verano y cálidas en invierno- levantadas entre hileras de álamos y rodeadas de plantaciones de fruta, y sobre todo sarmientos de uva con la que se fabricará preferentemente el vino syrah.
En el centro del pueblo están la iglesia de San José, el Museo Arqueológico y el Museo Prieto, pero a poco de andar el viajero se va a topar con la imponente Cuesta de Huaco, con sus túneles, su mirador y un inconmensurable paisaje que incluye la zona de La Ciénaga.
Además, surgen los molinos harineros construidos en el siglo XIX, que hablan del fructífero pasado agrícola de la región, por el que San Juan llegó a ser la tercera provincia productora de trigo de la Argentina.
Antes del surgimiento de la Pampa Húmeda agroexportadora, San Juan contaba con 6.000 hectáreas sembradas de trigo y 16 molinos harineros de los que hoy sobreviven cuatro: el de García o del Alto, el de Reyes, el de Huaco o Dojorti y el de Sardiña o de Santa Teresa.
«Los molinos fueron declarados Monumento Histórico Nacional en el 2000 y son patrimonio cultural, no sólo por su aporte a la economía regional y su valor arquitectónico sino también porque en ellos se forjó gran parte de la identidad del pueblo jachalero», dijo a Télam el vocero del Ministerio de Turismo provincial, Renato Laspiur.
«En aquella época dorada el trigo llegaba en caravanas de mulas desde el resto de la provincia, pero también desde La Rioja, Salta o Jujuy, con tanta demanda que algunos tenían que esperar hasta 15 días para moler sus granos», explica a los visitantes un guía de turismo local.
Los molinos contaban con corrales para el acampe de los viajeros y el descanso de los animales. Había buen vino, nunca faltaba la guitarra y las noches eran una fiesta.
Los molinos hidráulicos, que todavía funcionan, sobrevivieron a los terremotos por ser de barro y porque sus columnas están confeccionadas con articulaciones llamadas «quicio», que soportaban las vibraciones, hecho del que derivó la frase «sacar de quicio».
Camino a la reserva provincial Ischigualasto se abre la garganta del Río Jachal, un espectacular cañón que se levanta 30 metros por sobre el nivel del cauce dibujando un asombroso paisaje.
Su estrecho paso, su caudal constante y su buena pendiente favorecen la formación de abundantes rápidos y saltos, tornándolo ideal para la práctica del rafting.
En esos caminos se llega a lo que fue la casa del poeta Buenaventura Luna, hijo del primer intendente local, nieto de uno de los irlandeses que llegó al Río de la Plata en las Invasiones Inglesas y no quiso volver a Gran Bretaña, por lo que echó raíces y su familia en lugar de Dogerthy pasó a llamarse Dojerti, como el miembro de la Tropilla Huachi Pampa.
Allí cantó con Antonio Tormo y Diego Manuel Canales antes de lanzarse a conducir el primer programa de radio de folclore de alcance nacional, que se llamó «El fogón de los arrieros», y luego recién escribió las Sentencias del Tata Viejo.