La contaminación del aire es un problema de salud pública que se cobra en torno a siete millones de vida anuales en todo el mundo, según datos de la Organización Mundial de la Salud. En España, el 3% de la mortalidad anual (periodo 2000-2009) fue atribuible a la mala calidad del aire.

Además, la mortalidad es tan solo la punta del iceberg, según ha explicado Julio Díaz Jiménez, investigador del Instituto de Salud Carlos III en unas jornadas informativas sobre contaminación y salud organizadas por la Sociedad de Neumología y Cirugía Torácica (SEPAR). Los efectos de la polución se sienten también en el aumento de ingresos hospitalarios, de enfermedades crónicas, de alergias y, en definitiva, en un descenso considerable en la calidad de vida de las personas que viven en ambientes contaminados, que en nuestro país supone en torno al 35% de la población. Además, muchas de las ciudades españolas incumplen sistemáticamente la normativa europea al respecto.

El aparato respiratorio es uno de los más afectados por la exposición a la contaminación: “una persona que no fume pero que viva en contacto continuo con altos niveles de contaminación está expuesto al equivalente a fumar entre 5 y 10 cigarros al día”, ha destacado Carlos A. Jiménez-Ruiz, presidente de SEPAR.

“Se estima que en España casi 10.000 muertes anuales son atribuibles a la contaminación del aire”, ha explicado Díaz. “Si lo comparamos con la mortalidad asociada a accidentes de tráfico, que por ejemplo en 2015 fue de 1.126 personas, es muchísimo. Se han hecho y se hacen campañas muy efectivas para concienciar sobre la seguridad vial y reducir los accidentes, sería necesario hacer lo mismo con la contaminación”, reflexiona el experto.

Cuando nos referimos a la contaminación y a sus efectos, conviene diferenciar entre unas partículas y otras, ya que no todas se comportan de la misma manera ni tienen los mismos efectos. Muchas veces escuchamos hablar de PM10, PM2,5, PM1, etc., que son términos que se refieren a partículas en suspensión clasificadas por su tamaño. Las partículas más gruesas, PM10, tienen un diámetro entre 2,5 y 10 micrómetros. Al ser más grandes, son menos perjudiciales, ya que quedan retenidas en las vías respiratorias superiores. Cuanto menor es su diámetro, más perjudiciales son las partículas, pues pueden atravesar los alveolos pulmonares y acabar llegando al torrente sanguíneo. Los motores diésel emiten este tipo de partículas de pequeño diámetro en una proporción superior a los de gasolina, de ahí que las restricciones de circulación en las ciudades muchas veces se apliquen en primer lugar sobre este tipo de vehículos.

En cuanto a los distintos contaminantes, los más peligrosos para la salud son el nitrógeno, el ozono, las partículas en suspensión, el dióxido de azufre, el monóxido de carbono y el plomo. El dióxido de nitrógeno ha sido culpable de 6.085 muertes evitables cada año en España y, entre sus graves riesgos sanitarios destacan el empeoramiento del asma y la insuficiencia respiratoria. En cuanto al ozono troposférico, este es un contaminante secundario que se forma por una reacción de la luz solar con las emisiones de vehículos e industrias, y su exceso también genera problemas respiratorios como el asma y puede provocar enfermedades pulmonares.

Hay más ozono en la periferia de las ciudades
El comportamiento del ozono troposférico es peculiar, ya que se destruye en contacto con el monóxido de nitrógeno (ver figura), por lo que en ambientes muy contaminados y con más presencia de este compuesto, las concentraciones de ozono son bajas. Es en la periferia donde se acumulan los mayores niveles, y así se dan situaciones llamativas como que, por ejemplo, los mayores picos de este contaminante en Madrid se registran en algunos pueblos de la sierra o en los parques.

Además, hay otro contaminante que a menudo pasa desapercibido: el ruido, pero que también provoca diferentes efectos sobre la salud y se asocia, por ejemplo, a un incremento en la mortalidad por causas cardiovasculares.

La contaminación del aire provoca estragos en la salud humana, pero la buena noticia es que es podemos evitarlos. Las políticas orientadas a restringir el tráfico durante episodios de alta contaminación son efectivas y consiguen disminuir los niveles de compuestos nocivos en las zonas urbanas. “No hay duda de que la mejora de la calidad del aire aumenta la esperanza de vida, se reducen los ingresos hospitalarios, se mejora la función pulmonar y se reduce la mortalidad”, ha afirmado Isabel Urrutia Landa, coordinadora del Área de Enfermedades Respiratorias Ocupacionales y Medioambientales de SEPAR.