El volumen «El último de los oficios», que recopila las entrevistas que Marguerite Duras brindó a la prensa escrita, radio y televisión entre 1962 y 1991, despliega un acercamiento cronológico y vital, una especie de «autorretrato en movimiento» de la escritora francesa, a partir de reportajes que confirman -como ella misma insiste en sus respuestas- lo que sus libros dicen por sí solos.
«Un ser está en sus libros tanto como en sus actos, en sus palabras, en su conducta, en su comportamiento cotidiano», dice Duras en una entrevista fechada en 1964, de las primeras que reúne el libro publicado por Paidós con prólogo de Guillermo Saccomanno y que se inicia en los años en que cobra notoriedad tras el estreno del film «Hiroshima mon amour» (1959).
Para ella la escritura era «el último de los oficios», una especie de «lectura interior» y sin etiquetas, en clara divergencia con quienes insistían en encasillarla en el movimiento literario francés Nouveau Roman de los años 50: «No se refiere a la escritura -sentencia sobre esa corriente-. Tiene que ver con una complicación suplementaria, intelectual. No tiene nada que ver con el delirio que es escribir».
Comprometida, dispuesta políticamente y también incomprendida, Duras (Indochina francesa, 1914- París, 1996) dejó una obra con más de 40 novelas, de las cuales acaso la más conocida sea «El amante» -distinguida con el Premio Goncourt-, piezas de teatro, guiones cinematográficos y otros artículos.
Con una soltura marcadamente veloz y atenta a su interlocutor, las entrevistas reunidas en este libro, fruto de una investigación de Sophie Bogaert, permiten rastrear en Duras (como condensa el epílogo) «un pensamiento en construcción al correr de la palabra», que no pretende completar la obra de la escritora sino presentar «una forma de autorretrato en movimiento, el relato de una evolución mediática, artística y humana».
Y así se vislumbra, entre las más de 400 páginas que tejen esta suerte de retrato, el vínculo lúdico que desplegaba con los medios, donde por momentos parece enraizarse en la posición de sostener un personaje que habla sin pruritos, que puede contradecirse y cambiar de opinión pero que nunca pierde el hilo de lo que sabe que lo constituye: la escritura, sus libros.
El prologuista es Saccomanno, lector ávido de la obra de la francesa: «Cuando empecé a armar mi propio programa literario, en la adolescencia, ella aparece en la combinación entre poesía y determinada narrativa. Y después definitivamente con `Hiroshima mon amour’, una película que vi muchísimas veces, una película clave porque a partir del guión que escribe para (Alain) Resnais cambia su manera de escribir, su perspectiva poética».
-Las entrevistas recopiladas en el libro están fechadas pocos años después del estreno de «Hiroshima mon amour» ¿en qué sentido decís que cambia su escritura?
-Guillermo Saccomanno: Lo que cambia es la manera de narrar, ella incorpora cosas cinematográficas como el corte, el cut up, los silencios, las elipsis. Y por otro lado, esa historia tiene que ver con ella porque, de alguna manera, tiene que ver con «El amante» y «Un dique contra el pacífico». Lo que me interesa es que Duras se pone en una posición incómoda, tanto para sus personajes que están en crisis como para ella misma elegir el punto de vista desde el cual narrar.
-¿Eso se vincula con la «escritura lesionada» que mencionás en el prólogo?
-GS: Yo diría que es una escritura que está quebrada por el dolor y que asume el dolor. La tristeza, el dolor, el resentimiento impiden mantener un continuum de prosa normativa de la novela clásica. Ella quiebra eso.
-Este libro muestra otra faceta de Duras, su oralidad. ¿Qué puntos de unión encontrás entre su manera de hablar y de escribir?
-GS: Una coherencia absoluta. Lo que me llamó la atención de las entrevistas es que si vos las leés de corrido, una tras otra cronológicamente, podés rastrear una autobiografía intelectual perfecta, donde encontrás una coherencia entre sus planteos ideológicos, políticos y de escritura, así como sus reacciones en la vida ante determinados conflictos.
-¿Con qué te encontraste en esta autobiografía?
-GS: Me encontré con que precisamente la leía a ella, me enriquecía e iluminaba ciertas hipótesis y conjeturas que yo ya tenía sobre su obra. Un escritor vale por lo que escribe, no por cualquier otra cosa. Y en el caso de ella, que era alcohólica y asume su alcoholismo, lo que me subyugó de entrada fue su escritura. Convirtió la escritura en una pasión existencial: escribe con la misma pasión literatura, cine o periodismo, todo es literatura para ella.
-Otra cosa que aporta el libro es el fluido intercambio que mantiene con sus interlocutores.
-GS: Duras no es Federico Andahazi ni Alejandro Rozitchner, estamos hablando de una intelectual en serio. Tiene algo que decir y lo dice desde una posición incómoda, que cuestiona. Es una intelectual marcada por los 60 y los 70, donde los intelectuales eran invitados a los medios porque tenían algo que decir, no como ahora que se la pasan contando su último viaje a la Feria de Guadalajara. Es una intelectual con posición tomada ante la realidad y siempre contra la injusticia, allí donde se encuentre.
-Ella dice que la escritura es «el último de los oficios». ¿Qué significa eso?
-GS: Lo que tiene de oficio es la relación «artesanal» de trabajo con la palabra, de exploración del lenguaje, es un trabajo y por eso es un oficio. Y por otro lado, ella tampoco mezquina la relación de la palabra con el dinero, habla de una escritura alimenticia en algún momento. Ella escribe periodismo porque necesita comer. No nos engañemos, que ninguno vaya a pensar que los escritores viven del espíritu y de nuestras bellas ideas. Y último oficio, tal vez, porque ya no quedan oficios como este, de gente que se tome la escritura en serio.