La escritora María Fernanda Pichioni conjuga los conflictos entre dos hermanas, los nuevos recursos tecnológicos y la fantasía en su reciente libro «Cómo deshacerse de una hermana mayor», donde la entrada a la adolescencia, los celos y los límites de los adultos juegan un papel preponderante.
Flora es una niña de padres separados. Un día su padre le presenta a su nueva novia, quien tiene una hija llamada Sofía, un poco mayor que la protagonista. Entre ambas comienza una relación maravillosa hasta que su hermanastra recibe como regalo de cumpleaños un celular y la relación cambia drásticamente.
Toda la atención que Sofía le dedicaba a Flora ahora la acapara la pantalla y sus amigos virtuales. La chica está decepcionada pero también entiende que su nueva hermana ha entrado «en la edad del pavo», según palabras de su madre.
La mudanza a una casa con poco espacio para ambas complica aún más la relación. Una tarde en plena pelea por un aparato tecnológico, Sofía desaparece frente a los ojos de Flora.
¿Qué pasó? ¿Habrá una nueva forma de comunicación entre ambas? ¿Qué hacen los adultos? Esas son algunas de las preguntas que se develarán a lo largo del libro editado por Penguin Random House.
El texto de Pichioni se divide en capítulos y cada uno de ellos lleva subtítulos como «Actualizaciones disponibles» (cuando se entera del noviazgo de su padre), «Su conexión a este sitio ha sido bloqueada» (cuando rompe relaciones con su hermanastra) o «No hay más espacio para almacenamiento» para tratar el tema de la mudanza, entre otros tantos.
-¿Cómo surgió la idea de este texto?
– María Fernanda Pichioni: Este libro surgió de las ocurrencias disparatadas que tiene mi hija Francisca, que no dejan de asombrarme.
-Hacés un crítica fuerte al uso de la tecnología ¿Cómo impacta en lo cotidiano vivir con ella y los chicos?
– M.F.P: Por un lado estoy fascinada con todo lo que ofrece la web, me hubiera encantado haber crecido en esta época, en la que todo es tan accesible. Me encanta la inmediatez con la que puedo acceder a un disco (o como sea que se llame ahora), una película o un libro que acaba de salir, pero también extraño la sensación de felicidad que sentía en mi adolescencia cuando por ejemplo me compraba un CD. Son cosas distintas, ni peores, ni mejores. Además, por suerte, todavía se pueden seguir comprando libros. Por otro lado, me interesa observar lo atravesados que estamos en nuestra cotidianidad por «lo virtual», y lo que eso significa en nuestra relación con el otro. Es muy fuerte cómo pasamos a aceptar con tanta naturalidad el acto de estar absortos a la pantalla del teléfono, aún cuando estemos en presencia de alguien; hijos, amigos, pareja, o el kiosquero de turno.
Es algo que está tan aceptado socialmente, que hasta en la televisión los conductores tienen el celular en la mano. Pareciera que cuanto menos miramos al otro, más importante nos sentimos. Tal vez tenga que ver con lo mucho que nos cuesta entablar conexiones reales, algo de lo que no tienen la culpa los teléfonos, que quizás sean solo los facilitadores. Por eso, me parece un poco cínico (y me incluyo en la autocrítica) exigirles a los chicos que dejen la tablet para hacer «otra cosa». Es difícil. En mi caso, como madre, me cuesta ser una alternativa más interesante que la web y las redes sociales (en donde además están muchas de sus amigas), pero lo intento.
-Es una gran apuesta nominar los capítulos con mensajes cibernéticos, temas que los chicos manejan cotidianamente ¿Cómo se te ocurrió?
– M.F.P: No fue deliberado lo de hablar de la cotidianeidad de los chicos, simplemente me sale escribir acerca de lo que observo. Como decía, tengo una hija de 11 años, pasamos mucho tiempo juntas porque trabajo en mi casa y el mundo en el que me muevo está lleno de sus cosas. Además, todo lo que sucede en la infancia me parece un material sumamente rico en lo literario. Dicto talleres de escrituras para chicos, espacio del que tomo prestado mucho material y en el que cotejo lo que escribo. Respecto a los subtítulos, la idea apareció cuando me di cuenta de que se habían «juntado» tres títulos con el mismo concepto y me pareció interesante aprovechar la idea. Me daba miedo de que al llegar al final del libro pudieran sonar forzados, pero creo que no fue así, y ahora me gusta mucho como funcionan.
-¿Qué tiene el personaje de vos?
– M.F.P: Creo que Flora tiene mucho de la nena que era yo a esa edad, aunque menos avivada, entre otras cosas porque crecí en los ochenta. Tengo muy presente esa época de mi vida, una etapa que me atrae mucho literariamente y con la que no me cuesta nada conectar.
– T: ¿El tema de la tecnología fue en realidad una excusa para hablar de las peleas y rencores entre los hermanastros?
– M.F.P: Que el alter ego sea su hermana «postiza» tal vez tenga que ver con que los hermanos son los primeros «otros» pares con los que nos vinculamos socialmente. Pero me parece que uno de los temas del libro es el desencanto que nos puede provocar alguien a quien ponemos en un pedestal, algo que nos pasa en el mundo real y mucho más, dentro de las redes sociales. Hay una necesidad muy humana de autoafirmarse a partir del otro, de una mirada a la que le doy mucho más valor que a la propia. Estamos todos muy pendientes de los «me gusta», «te sigo», «somos amigos», aunque en el fondo sepamos que esa moneda no vale nada fuera de las redes, salvo que seas youtuber, o influencer y te paguen por eso. Creo que el viaje de Flora va desde el desencanto por el otro hacia la autoafirmación y el darse cuenta de que ella puede valerse por sí misma.
-Otro de los tema que tratás es el de las familias ensambladas. ¿Por qué?
– M.F.P: Mucho de lo que sucede en el libro tiene que ver con experiencias propias. Lo extraño, y maravilloso de la literatura, es que la mayoría de las cosas que escribí sucedieron tiempo después. Por otro lado, creo que el concepto de familia tradicional ya está bastante caduco, como muchos otros conceptos acerca de lo que es la normalidad. Los chicos toman con mucha más naturalidad lo nuevo (que tal vez no sea tan nuevo). Quizás lo que más me gusta de la infancia sea esa espontaneidad para relacionarse con el mundo, sin prejuicios ni enrosques. No es un lugar idealizado, los niños también tienen sus oscuridades, pero aún así tenemos mucho para aprender de ellos.