El realizador Mariano Llinás está presentando en la Competencia Internacional del Bafici su filme “La flor”, monumental película en la que vuelve al conocido territorio de la llanura y la pampa bonaerense, que ya exploró en “Historias extraordinarias”, y que se erige en una memorable e indispensable reflexión sobre el lenguaje cinematográfico.
“La flor”, que demandó 9 años de realización y dura 14 horas -divididas en tres proyecciones (una por día), con sus respectivos intervalos-, consta de seis episodios, divididos a su vez en subepisodios, y está protagonizada casi en su totalidad por el colectivo teatral Piel de Lava, integrado por las actrices Pilar Gamboa, Elisa Carricajo, Valeria Correa y Laura Paredes, para quienes y con quienes Llinás elaboró el filme.
Este gigantesco tercer largometraje de Llinás vuelve sobre las formas del lenguaje cinematográfico de Hitchcock en sus dos primeros episodios: un filme clase B de fenómenos paranormales (el primero) y un melodrama sobre dos estrellitas de la canción (en el segundo); plantea una historia de espías -hablada en francés mayormente, pero también en inglés y ruso- de cuatro horas que se desarrolla en innumerables capitales europeas pero con epicentro en la llanura argentina y con claro aliento borgeano, en el tercer episodio; y cuenta una historia sobre libros y cosas del pasado enlazadas al presente a través de un director de cine que quiere hacer una película, en el cuarto.
El quinto y sexto episodios (los más cortos) son notables. El quinto es una nueva versión, ambientada en la pampa argentina de la película de Jean Renoir “Un día en el campo”, basada a su vez en un relato de Guy de Mauppasant, en blanco y negro, absolutamente silente, sin música de fondo ni entretítulos; y el sexto es una historia de cautivas del siglo XIX registrado en su totalidad con una cámara oscura (el más antiguo mecanismo fotográfico).
– Tanto por la elección de la llanura bonaerense, donde transcurren muchos de los episodios, como por cierta forma de abordaje, “La flor” parece pensada bajo la influencia de Jorge Luis Borges.
– Mariano Llinás: Tengo mucha influencia borgeana desde siempre, lo leí mucho y lo sigo leyendo, para mí es un pilar central. De hecho siento que formo parte de una tradición que un poco la inicia Borges, que es la tradición fantástica del Río de la Plata, que se continúa en Hugo Santiago y en la cual yo me siento inscripto. En ese sentido, Borges va a estar siempre presente en mi cine, pero en este caso siento que la película fuga desde ese punto de partida a otras tradiciones, que están muy presentes en mí también como la tradición surrealista, que me llega por mi viejo, cosas como determinado juego con lo inesperado, cierta cosa no reflexiva que sucede por momentos, cierta relación con lo automático, que fuga hacia cierta zonas más de sueño… Siento que las dos tradiciones están presentes, dos tradiciones en un punto antagónicas, porque Borges y los surrealistas se odiaban mutuamente.
– ¿Y en cuanto a la pampa?
– M.L.: Es el territorio en el cual yo espero filmar siempre. Independientemente de que en la película hay muchos otros espacios, está la provincia de Buenos Aires que en los dos primeros episodios no aparece, y que extrañaba, porque es el lugar que me gusta filmar y donde me gusta filmar, es como mi territorio de caza. En “La flor” la llanura de la pampa aparece en el tercer episodio, el de las espías, y ahí pusimos en juego una idea nueva para nosotros que fue trabajar la provincia de Buenos Aires desde lo ajeno. Esto es trabajarla desde el lugar de alguien que no tiene idea de qué es la pampa, verla desde la cabeza de un extranjero que mira este país que no se parece a nada mientras va tratando de entender cómo es ese espacio, que misteriosamente va a entendiendo en algunas cosas y en otras no. Si uno mira con atención, con detalle, en esa historia de los espías están prácticamente todos los elementos icónicos de la provincia de Buenos Aires, incluso el final es propio del Martín Fierro, donde Cruz no consiente que se cometa el delito de matar a uno de ellos. Hay un juego muy nítido buscando definir la provincia de Buenos Aires desde afuera, una mirada completamente extrañada y ajena.
– ¿Por qué elegiste a las actrices de Piel de Lava?
– M.L.: Las conocí cuando estaba empezando a filmar “Historias extraordinarias”, había escrito ese guión que era arduo, y cuando estoy por empezar a filmar esa película de pronto me encuentro con estas chicas que redefinían todo lo que yo estaba por trabajar, que con su trabajo eran capaces de llevar la ficción a lugares que yo nunca había visto. Me pasó viendo “Neblina”, la primera obra de ellas que yo vi, hacían una especie de juego casi líquido con la ficción, donde pasaban de un estado al otro, en donde daban vueltas y generaban un estado de una intensidad enorme para inmediatamente convertirlo en otra cosa. Con el tiempo descubrimos que la manera de hacer una película que verdaderamente entendiera a las Piel de Lava era hacer una película con un grado de multiplicidad enorme, un juego a la medida de esos procedimientos que ellas trabajaban. El encuentro de El Pampero (NdR: nombre de la productora cinematográfica de Llinás) y Piel de Lava fue como un golpe de dos meteoritos dispuestos a reunirse y fueron diez años de trabajo conjunto y de un acuerdo infinito.
– Otra de las cosas notables de la película, que se evidencia sobre todo en los dos primeros episodios, es la forma de utilizar narrativamente (y la calidad) de la banda sonora y la música incidental.
– M.L.: Trabajo con Gabriel Chwojnik desde mi primera película (“Balnearios”, 2002) y con él siento que establecimos una sociedad que para mí es imprescindible. No puedo concebir las películas sin él y lo hago responsable de una parte importantísima de todas las películas que dirigí; las películas que yo dirijo no podrían existir sin él, porque la claridad con la cual se complementa el trabajo narrativo de la música que él crea es impresionante. Los dos primeros episodios “La flor” están basados en Bernard Herrmann, el músico que hizo las partituras de Hitchcock. Hay una voluntad nítida de trabajar a la manera de Herrmann, incluso el tema famoso de “Psicosis”, una serie de cosas que trabajan esa voluntad narrativa casi a la manera de un plagio, y entonces Gabriel, que debe ser una de las personas que más sabe de Herrmann en el mundo, compone una partitura que es y no es Herrmann. Siento que no hay muchos músicos en el mundo que hagan lo que hace él y me parece raro que no sea un músico al que recurran las grandes compañías de Hollywood y de la Argentina.
– Esa voluntad narrativa de la música remite también a las grandes producciones de Hollywood.
– M.L.: Sí, pero un Hollywood viejo, es una idea de Hollywood de los años 50, en nuestra película existía una idea de emplear procedimientos viejos, procedimientos que hoy en día en las películas de tradición norteamericana están en desuso. Hoy no se filman las películas como se filmaban en los años 40 y 50. Si te fijás, en el primer episodio hay aproximadamente 40 minutos que suceden adelante de una puerta detrás de la cual hay algo que no ves, que amenaza; es algo que el cine americano antes hacía mucho y ya no hace. El cine americano ha resignado la voluntad de forma, la voluntad de lenguaje, ahora se utilizan efectos y efectos, supongo que es por el lobby de los grandes estudios de sonidos y efectos visuales.
– Decís que el cine norteamericano resignó lenguaje y parece que “La flor” es una apuesta al lenguaje cinematográfico.
– M.L.: El lenguaje cinematográfico es el interés de esta película, la preocupación de la película fue la voluntad de construir lenguaje, la voluntad de investigación en el lenguaje.
– Y otro aspecto central es el humor.
– M.L.: Ahí aparece claramente lo que decía de cierta tradición patafísica o surreal: yo siento que el humor es la inteligencia, de ahí viene mi verdadera tradición surrealista. Una voluntad de aventura psíquica, de juego y desenfado, donde humor e inteligencia son sinónimos, porque no hay nada más espantoso ni terrorífico que la seriedad, no hay lugar donde el mal anide con tanta fuerza como los lugares donde imperan la seriedad, la gravedad y la solemnidad.