En «Veteranos de la guerra del día», la primera novela del escritor y guionista Pablo Ottonello, que acaba de publicar la editorial Entropía, la trama se desarrolla en un hotel de aguas termales donde el narrador asiste como testigo privilegiado a percibir cómo las familias alojadas se descomponen, ante su mirada, en personajes que intentan sobrevivir a sus neurosis, sus miedos y sus enfermedades.
Autor de los libros de cuentos «Quiero ser artista» y «El verano de los peces muertos», Ottonello (Buenos Aires, 1983) estudió Ciencia Política en la Universidad Di Tella, cursó la Maestría de Escritura Creativa en Español de la Universidad de Iowa y actualmente vive en Chicago, donde está haciendo un doctorado.
«A la hora de escribir las profesiones laterales no existen», asegura sobre sus facetas como escritor, guionista y académico que, asevera, lo llevan a desdoblarse: «Una parte lee como una cosechadora. La otra escribe novelas y lee por placer, como un horticultor».
-¿Cómo se fue hilvanando esta historia?
– Pablo Ottonello: El disparador fue un viaje familiar a un hotel como el que aparece en el libro. Y como cuento en la novela, en este en particular se daba una curiosa intimidad entre extraños a partir de las piletas de agua termal. Todo el mundo merodea en bata. Opera un doble placer benévolo: el que produce el agua caliente y el que produce estar haciendo algo por el propio organismo. La salud es una de las obsesiones contemporáneas. Yo soy un hipocondríaco perdido. Fue imposible no escribir sobre ese hotel.
-Esta es tu primera novela pero no tu primer libro publicado. ¿Cómo fue reencontrarte con el texto al momento de la publicación?
– P.O.: Siempre estoy escribiendo algo nuevo. La primera versión, de 2012, es casi irreconocible. Reescribí el libro cuatro veces desde cero. Después entró al microscopio de Entropía. En el medio me gané una beca para ir a la Universidad de Iowa exclusivamente a escribir. De esa etapa, fecunda y algo maníaca, salieron ocho novelas nuevas y un libro de cuentos. No lo digo para pavonearme sobre mi estado atlético, sino para responder a la pregunta con coherencia. No había pasado mucho tiempo pero sí unos cuantos libros. Las reescrituras se debieron a eso. Urgencias nuevas.
-¿Por ejemplo?
– P.O.: En esos años descubrí el feminismo y entonces tomé una decisión narrativa: exponer el machismo de mis personajes hombres, que no lo notan, como una forma legítima de tocar el tema. Me parece una buena pregunta para hacerse: ¿cómo puede un escritor hablar de feminismo? No fue fácil encontrar el tono. Además, la productividad es engañosa. Venía de escribir monólogos larguísimos, sin pausa, y este libro necesitaba otra cosa. La productividad es embustera. Gianuzzi tiene unos versos magníficos en el poema «El poeta standard»: «En resumen un frenesí creador, de resultado artístico dudoso». A veces me siento un novelista standard. ¡Adicto al frenesí, que no asegura la calidad de la obra!
-Al comienzo el narrador dice que «la percepción se entrena» y parece lograr, a través de su percepción, ver de qué manera se van configurando los vínculos familiares de los visitantes del hotel, pero sobre todo los de de la familia de Valeria, su mujer.
– P.O.: No soy fenomenólogo, y creo que no serlo me obsesiona un poco. Todo escritor tiende de alguna manera al realismo, porque es lo que tiene más a mano. James Wood lo explica mucho mejor que yo en «Cómo funciona la ficción». Mucha de la literatura argentina contemporánea cae en esta categoría. Yo me pregunto por qué. El problema es dar por sentado que el mundo material existe, y que solo hay que describirlo. Borges tiene su posición sobre este tema, y por eso se burla del género en cuentos como «El Aleph», donde Carlos Argentino Daneri es un pobre idiota que se cree capaz de enumerar el universo cantándole versos. Otro ejemplo es Juan José Saer, que prácticamente escribe para investigar el acto de percibir. No sé qué significa percibir. No sé qué es el «mundo material». Mi protagonista, al menos, se pregunta sobre el limitado acto de tomar nota sobre lo que ve. En esta novela hay realismo, pero no por default, sino por un desvío casi patológico del narrador. Eso me da tranquilidad. Yo elegí al género, y no al revés.
-Esa diferencia entre lo relatado y lo que sucedió está presente también en un episodio que irrumpe en la rutina de tranquilidad del hotel. Ese interés por descubrir qué fue lo que pasó le da un tono de suspenso a la trama.
– P.O.: Me encantaría que eso se leyera así, como un suspenso irresuelto, del que no habrá solución. Cuando este libro todavía no tenía editorial, se lo mostré a una editora alemana que me preguntó por qué no se resolvía la trama. ¡Por el placer que produce la decepción! Es cierto: no toda omisión narrativa te convierte en Lucrecia Martel o en Beckett. Pero quise probarlo.
-¿Cómo fue la decisión del título «Veteranos de guerra del día»?
– P.O.: Por culpa de un excelente taller de poesía en una época me convencí de que los mejores títulos debían ser endecasílabos. Este es medio fallido, porque no lleva los acentos correctos. Dos ejemplos notables: «La máquina de hacer paragüayitos» o «El amor en los tiempos de cólera» (que tiene acento en la novena, y no sé si pasa la prueba). Sobre el contenido, me quedo con tu expresión: el deterioro de la salud como disparador para hacer unas mini-vacaciones curativas. El estrés y sus patologías parásitas son todas nutritivas para escribir. Sobrepeso, ansiedad, depresión, insomnio, palidez, ira: fiesta literaria.
-Hiciste cine, tenés un recorrido académico. ¿Cómo influyen esas facetas a la hora de escribir ficción?
– P.O.: A la hora de escribir las profesiones laterales no existen. Trabajé años en la industria del cine en más de un rol. Hace unos años encontré un equilibrio saludable, que es escribir guiones. Gracias al cine aprendí a usar una cámara de fotos. Soy un fotógrafo mediocre, pero es todo lo que necesito para lo mío. La relación entre imagen y texto me interesa mucho. Mi recorrido académico es tardío. Después de Iowa me mudé a la Universidad de Chicago, donde empecé estudios doctorales. Me tengo que desdoblar. Una parte lee como una cosechadora. La otra escribe novelas y lee por placer, como un horticultor. La academia en este país es perfecta para volverse ermitaño: loco ante la vastedad del saber. Estoy rodeado de gente que controla grandes porciones de literatura universal. ¡Es muy intimidante! A veces me siento un bufón de circo con su mesa de trucos. Mi plan es borgiano. Aprender a leer. Usar las horas y las bibliotecas. Tengo clarísimo que es un privilegio. La literatura, el parásito perfecto, siempre se las arregla para sobrevivir.