La tercera semana de protestas contra el alza de los combustibles y el costo de vida en Francia desembocó hoy en una batalla campal en París, con niveles de violencia que hacía mucho tiempo no se veían en esa ciudad y con un saldo de 110 heridos y 270 detenidos.
Desde Buenos Aires, el presidente Emmanuel Macron aseguró que «lo que sucedió hoy en París no tiene nada que ver con la expresión pacífica de una queja legítima» y rechazó la violencia: «Nada justifica que las fuerzas de seguridad sean atacadas, los negocios sean saqueados y edificios públicos o privados sean dañados, que transeúntes o periodistas sean amenazados».
«Convoqué para mañana, cuando vuelva, una reunión interministerial con los servicios competentes. Respetaré siempre las críticas, escucharé siempre a los opositores, pero nunca aceptaré la violencia», agregó Macron en una conferencia de prensa.
Mientras el mandatario hablaba al cierre de la cumbre del G20, en París la violencia seguía multiplicándose.
Unos 5.000 policías usaron hoy gases lacrimógenos y cañones de agua contra cientos de manifestantes que quemaron maderas, autos -incluidos patrulleros-, rompieron vidrieras y saquearon locales de ropa y bancos, derribaron rejas de los famosos Jardines de las Tullerías y hasta hicieron pintadas en uno de los monumentos parisinos más emblemáticos.
Al caer la noche, los focos de incendio, saqueos y corridas aún dominaban algunos barrios parisinos -donde más de una veintena de estaciones del metro fueron cerradas- y hasta se habían extendido a otras partes del país como la región de Haute Loire, donde la máxima sede policial fue atacada por manifestantes con chalecos amarillos, la indumentaria utilizada como símbolo en este movimiento de protestas.
Además de los revoltosos, la Policía de París informó que 17 oficiales fueron heridos en los disturbios, que empezaron cuando los manifestantes quisieron llegar hasta el Arco del Triunfo, el famoso monumento situado en uno de los extremos de la avenida de los Campos Elíseos, y fueron reprimidos tras intentar forzar un control policial.
La turba, entre los que había varios encapuchados, apiló maderas sobre la icónica avenida y las prendió fuego, apenas una de las 15 enormes fogatas que encendieron en las calles de la ciudad.
La policía trató de dispersar la revuelta mediante el uso de gases lacrimógenos y con cañones de agua mientras se atajaba con sus escudos de las piedras que se le arrojaban.
Uno de los momentos más tensos fue cuando un grupo de personas con chalecos amarillos removieron las vallas que protegen la Tumba del Soldado Desconocido, el cenotafio en honor a los militares muertos en la Primera Guerra Mundial, y escribieron en las paredes del Arco del Triunfo un grafitti que decía: «Los chalecos amarillos triunfarán», además de otras amenazas y expresiones vulgares.
Más tarde, un grupo de manifestantes logró subir a la azotea del Arco del Triunfo -que mañana quedará cerrado al público-, mientras los disturbios se extendían a otros barrios donde hubo saqueos de tiendas de ropa de lujo y autos y patrulleros incendiados desde los que se elevaban gruesas columnas de humo negro.
La policía evacuó y clausuró las famosas Galerías Lafayette, Printemps Haussmann, cerca de la Ópera de París, unos cinco kilómetros al noreste del Arco del Triunfo. Sin embargo, no logró evitar que algunas de las tiendas más famosas y caras de esa zona fueran saqueadas.
En total, el gobierno estimó que unos 5.000 manifestantes salieron a las calles en París y 75.000 en todo el país en este tercer sábado consecutivo de protestas, una cifra mucho menor a los más de 280.000 que marcharon hace dos semanas a lo largo y ancho del territorio.
Las protestas se iniciaron hace tres semanas por la quita de subsidios a los impuestos al combustible, pero se han ampliado a la disminución del poder adquisitivo de las clases medias rurales.
Voceros del movimiento anunciaron hoy que las protestas continuarán los próximos sábados, pese a la violencia de estas horas y de que dos personas murieron y otras mil resultaron heridas en las primeras dos semanas.
El movimiento, de los mayores desafíos que enfrenta Macron desde su asunción en mayo de 2017, no tiene líderes ni ideología clara y surgió en la periferia de Francia, donde el transporte público es escaso y el auto se convierte en un medio esencial.
La quita de subsidios fue impulsada por Macron para reducir las emisiones de carbono forzando el viraje hacia las energías renovables.