Samanta Schweblin pertenece a esa breve y potente saga de escritoras argentinas que con apenas 40 años son multipremiadas y leídas en todo el mundo, sus cuentos y novelas fueron traducidos a más de 25 lenguas, y su nuevo libro, “Kentukis”, vuelve hoy a poner al lector frente al clima entre inocente y perverso de historias que esta vez están signadas por la tecnología.

A través de la invención de un juego que incluye, de un lado de la computadora, a un peluche con cámaras filmadoras por ojos y rueditas por patas, y del otro lado a un usuario que quiera pasearlo por la casa de un desconocido husmeando en todo lo que desee, Schweblin (1978) creó la novela publicada por Random House, en la que investiga las relaciones humanas contemporáneas, mediadas por lo tecnológico y marcadas por el voyeurismo y la soledad.

Distinguida con premios como el Juan Rulfo y el Tournament al mejor libro del año publicado en Estados Unidos, su obra que se completa con “Siete cajas vacías” y “La respiración cavernaria” (Páginas de Espuma) “El núcleo del disturbio” (Destino), “Pájaros en la boca y “Distancia de rescate” (Random).

Schweblin, quien vive en Berlín hace seis años, visitó Argentina para participar de las celebraciones por el décimo aniversario del Festival Internacional de Literatura de Buenos Aires (Filba) y dialogó con #SomosTelam sobre su nueva obra, que podría leerse como un ensayo sobre la tecnología como terreno metafísico.

-#SomosTélam: ¿Por qué le pusiste Kentuki al juego planteado en la novela?

-Samanta Schweblin: Cuando tuve que nombrar a ese aparato me salió del alma: Kentuki, una mezcla entre algo gracioso y algo muy burdo, algo que suena a popular pero a la vez suena a trucho, que parece yanqui pero también chino. Puse Kentuki en Google y era tal el nivel de confusión que generaba (una comida japonesa agridulce, una ciudad en Australia, un pueblo en Ucrania), que dije: ‘es esto’. Pero no se trata de una novela sobre las tecnologías, ésta es una historia sobre las relaciones entre los seres humanos, un simulacro del mundo en que vivimos hoy. Un realismo absoluto que refleja nuestras conexiones y desconexiones.

Cualquier nueva tecnología que medie en la comunicación con otro ser humano plantea que al principio hay voluntad, siempre se lee lo mejor del otro; y como en los kentukis al principio sólo hay movimiento, ocurre lo mismo que con las mascotas: tenemos buena relación porque funcionan como espejo. Al no haber lenguaje la precisión en nuestras relaciones es muy distinta. Pero poco a poco se va estableciendo un lenguaje y ahí es cuando empieza el ruido: los desacuerdos, los miedos, las extorsiones. La novela piensa mucho alrededor de esto.

-#ST: Copartenidad, consumismo, maltrato animal, abuso infantil, trata de personas. Los temas son diversos como los territorios donde se desarrollan las historias y derivan en algo absolutamente introspectivo.

-SS: Mi idea es que el narrador funcione casi como un servidor de Internet: atravesado por conexiones sobre las que da cuenta, sin juicio alguno, desde que empiezan hasta que terminan. Vivimos en una sociedad en la que estamos constantemente filmados. Nuestra intimidad queda oculta en la nube hasta que pasa algo que conlleva un juicio moral o legal por parte de la comunidad. En esa instancia, seas víctima o victimario, el castigo es que eso pase a estado público.

El gran tema es que la tecnología avanza demasiado rápido y no nos da tiempo de definir los límites éticos, legales y morales de esa intimidad (cuándo subir una foto, cuándo es seguridad o amenaza que te filmen). Me llama la atención que, si bien en lo estrictamente tecnológico no hay nada nuevo en esta novela, (un Kentuki es un cruce entre un celular rudimentario y un peluche), vivimos inmersos en una hipertecnologización que no nos hace ruido, pero que si pasa a la literatura la llamamos ciencia ficción.

-#ST: La historia también cuestiona las nociones de poder entre quien es mirado (en el jugo el poseedor del muñeco, que se llama “amo”) y quien mira (en el juego el “ser”, el que hace mover el peluche desde los controles de su computadora).

-SS: En este juego el “amo” termina siendo el juzgado y el analizado, una forma muy explícita de esclavitud, y el que supuestamente es la mascota tiene la libertad de mirar lo que quiera desde el anonimato, aunque el problema es que a veces no podés controlar lo que ves, como pasa en las redes sociales. La novela trata de explorar hasta qué punto, sin darnos cuenta y siguiendo nuestros deseos y frustraciones, somos violentos como raza digital. Con la tecnología nos tomamos todo mucho más leve, un violento en Twitter puede ser, cara a cara, una persona es absolutamente amorosa.

-#ST: La novela trabaja sobre la humanización de la tecnología, más que sobre la tecnologización de la humanidad. ¿Cómo se originó?

-SS: Es difícil pensar, a veces, cómo surgen las ideas. Esta historia tiene su origen, en parte, en el boom de imágenes tomadas por drones que le permitió a la gente redescubrir sus ciudades, dándole acceso a zonas que antes le estaban vedadas. Yo estaba muy loca con esa imagen, con el concepto de que lo más parecido a un piloto de drones es sentirse un moscardón, y con ¿cómo es que puede naturalizarse esa sensación sin que exista algo más rudimentario y tosco, como un Kentuki? Es decir, un bicho digital que se vuelve analógico, como ocurre con los drones en su desplazamiento espacial.

-#ST: La simultaneidad mediada por tecnologías hogareñas, así como lo irreductible de la soledad de cada ser humano, también parecen un motor en esta historia.

-SS: La novela habla de calles que caminé, gestos que vi. Son ciudades en las que yo he estado, como en el caso de Alina, una de las protagonistas, que se encuentra en una residencia en Oaxaca, México. La vida de esa chica y la del resto de los personajes está hipertecnologizada, como la mía, aunque solo tengan una computadora y un celular. Todas las comunicaciones, de Berlín a Buenos Aires, de South Bend a Barcelona, son a través de esos aparatos y en absoluta soledad. Yo estoy sola en mi living aunque esté todo el día laburando con un montón de gente y muy feliz. El contacto y la producción son reales, pero estás sola y cuando la comunicación se corta todo puede sentirse como una locura tuya.