Una las mejores escritoras de la literatura latinoamericana contemporánea, radicada en Berlín hace casi una década, Samanta Schweblin visita la Argentina para participar del Foro Internacional por el Fomento del Libro y la Lectura en Resistencia, la capital chaqueña en la que decidió dejar los libros de su biblioteca antes de mudarse del país: «No entiendo realmente por qué no nos pasamos el día entero leyendo», afirmó.
Schweblin piensa que la literatura está muerta si no hay quien la lea. Así lo definió en la conferencia magistral con la que dio por inaugurado este evento multitudinario en Chaco, en el que compartió una idea, que es una imagen poderosa, y que también es una forma de leer su propia obra: «La literatura sucede a un ritmo de baile de a dos, un paso el escritor, otro paso el lector. Y la principal regla del baile es la misma que en la escritura: se baila de a dos pero sin pisarse».
En sus libros de cuentos «Pájaros en la boca», Siete casas vacías» o en las novelas «Kentukis» y «Distancia de rescate» -la primera, quizá la más famosa, más traducida, que el año pasado estrenó su versión cinematográfica- la autora argentina pone en juego esa maquinaria que descifró como lectora y que en sus propios textos desmaleza como escritora. Y por eso cree que «aprender a leer lo que dice un texto que acabamos de escribir es una de las cosas que más cuesta aprender».
No hay forma de ingresar a un texto de Samanta Schweblin sin quedar capturado por la tensión de la que es capaz su escritura. Y al escucharla ocurre lo mismo. Eso pasó en el Foro cuando participó de una tertulia literaria y leyó un texto que comienza con lo que pasa en los pulmones de una mujer sujetada en el fondo del agua. Un texto que dejó al público en vilo y que forma parte de un libro al que todavía le falta mucho para publicar, adelanta.
«Me encanta venir a la Argentina, si no fuera por el bache de la Covid trato de venir una vez al año. Pero mi familia se mudó ahora al sur, así que no siempre paso por Buenos Aires. Este Foro del Libro y la Lectura es algo muy especial, no sé si hay algo igual en la Argentina. Convoca una cantidad inmensa de lectores, y en esta segunda vuelta que me toca siento que ha crecido aún más», contó.
Schweblin ganó el Premio de Narrativa Breve Ribera Duero, el Casa de las Américas; fue finalista del Booker International Prize, del Man Booker Prize y de varios otros reconocimientos que la ubican desde hace más de una década entre las mejores escritoras iberoamericanas. Como dijo algún colega suyo en Chaco, es ya una escritora universal, que se lleva el reconocimiento de haber revitalizado la meca literaria de nuestro país y de la región, y por supuesto, la tradición del cuento.
Hay en sus libros un mapa que se lee en diálogo con otras voces potentes, como la de Fernanda Ampuero, Fernanda Melchor, Mónica Ojeda o Mariana Enriquez, todas autoras que sacudieron a la literatura latinoamericana con textos que dinamizaron la narrativa de autoras y autores que escriben pensándose desde el sur, con literaturas híbridas, que se meten en los bordes, los tironean y muchas veces los vuelven siniestros. Y, como si fuera poco, tienen muchos lectores. Literaturas que conversan y le imprimen literatura a lo real que estremece, incomoda, amenaza o incluso duele: la deconstrucción de las familias como el lugar sagrado del cuidado, el género, la violencia o el medioambiente.
A la pregunta de si las formas de narrar están cambiando en la región, Schweblin responde que «la metamorfosis ya ocurrió» y dice un poco más: «En muchas de las familias en las que nos criamos, o de las que somos parte ahora, lo que escribimos es un reflejo de ese cambio que ya se produjo, y que sacudió los cimientos de esa vieja manera tan institucional de pensar ´la familia´».
«Por eso estas nuevas ficciones están teniendo tantos lectores, no porque sean mejores o más originales, o escritas por mujeres, sino por el simple hecho de haber sido una minoría que de pronto encuentra un espacio con lectores que necesita escucharlas. Traen algo nuevo para decir, en un momento en que es importante pensarnos alrededor de todos estos cambios», dijo la escritora, nacida en el partido bonaerense de Hurlingham y radicada en la capital de Alemania desde hace diez años.
-Cuando decidiste mudarte a Berlín, tomaste otra decisión: dejar tu biblioteca en esta ciudad, Resistencia. ¿Por qué donar tu biblioteca a la Fundación Mempo Giardinelli, que organiza este Foro?
Samanta Schweblin: Justamente por la impresión que me dejó mi primera visita al foro, once años atrás. Visité la biblioteca de la Fundación Mempo Giardinelli. Bibliotecas hay muchas, pero bibliotecas llenas de lectores no tantas. Quería dejar mis libros en un lugar en el que se usaran, se leyeran, se marcaran y se disfrutaran. Me dicen que mañana me llevan a visitarla, no te puedo contar la alegría que me da saber que voy a tocar los lomos de todos esos libros que quise tanto otra vez.
-: Pero esta no es tu primera donación ¿es cierto que donás tus ganancias en el país a organizaciones dedicadas a educación?
SS: Es cierto, y no soy la única. A veces a bibliotecas muy pequeñas de provincias del interior o asociaciones de ayuda para la promoción de la lectura o para causas específicas. Necesitamos aprender a escucharnos más, necesitamos prestar más atención a las cosas que nos rodean. No es una idea poética, es algo tan urgente que atraviesa todas las crisis por las que estamos pasando. Y trato de aportar cualquier granito de arena para que esto suceda de una forma real y concreta.
-: En tu conferencia de inauguración identificaste a la lectura como el terreno de la incertidumbre. Mientras lo que acecha de manera constante parece ser el usufructo constante de la «verdad», la incertidumbre asume una posición contraria, ¿cómo llegaste a esa idea de que la literatura está muerta si no hay quien la lea?
SS: Supongo que en mi propia experiencia como lectora. Siempre tuve una suerte de atención muy curiosa de lo que me pasa a mí como lectora cuando leo o escucho una historia. Si me distraigo, intento entender por qué, dónde exactamente un texto me soltó, si no puedo parar de leer, intento dilucidar cuáles son las herramientas, las promesas y los contenidos que me hacen conectar con un texto de una forma tan potente. Como lectora, no me gusta que me digan qué está saliendo de la galera del mago, me gusta que me den el espacio para meter yo misma la mano y descubrir y nombrar yo misma las cosas que voy sacando, me gusta que me tomen en serio, que el escritor cuente con que voy a ser capaz de seguirle los pasos.
-: ¿Y recordás lecturas que te hayan revolucionado, transformado?
SS: Por supuesto que recuerdo muchos de esos saltos, de esos descubrimientos vitales después de cerrar un libro. Como lo fue leer a Kafka o a Boris Vian a mis 13 o 14, los cuentos de Di Benedetto en la secundaria, o como lo fue hace solo cuatro años cuando descubrí la obra de Vivian Gornick y los ensayos de Ursula Le Guin. Pensar solo es como caminar por ahí, parando cada tanto para tomar nota. Pensar con el otro es como si un amigo pasara con el coche y te ofreciera llevarte. Imaginate si encima pudieras elegir en qué dirección querés ir, y quién querés que maneje. No entiendo realmente por qué no nos pasamos el día entero leyendo.
-: Si la magia ocurre cuando el lector o la lectora se hacen preguntas ¿cómo interviene esa idea, pero ya no como lectora sino cuando escribís?
SS: Gran parte de mi escritura es en realidad reescritura, y tiene mucho que ver con ese ejercicio de distancia, con intentar leerme como lectora. Es muy difícil pensar que uno es capaz de tomar esa distancia, es casi una ingenuidad, pero es parte del ejercicio de la escritura. Casi diría que una de las partes más importantes. Pensando en mi experiencia como tallerista, enseñando escritura creativa y viendo cómo crecen los autores que recién empiezan, diría que aprender a leer lo que dice un texto que acabamos de escribir, leer realmente eso que el texto está diciendo y no lo que nos gustaría que diga, es una de las cosas que más cuesta aprender.