Spotify debutó hoy en la Bolsa de Nueva York con un precio de cierre de 149,01 dólares por acción, 12,89% más que los 132 dólares con que inició la rueda, y una capitalización bursátil de US$ 28.000 millones.
El caso de la empresa sueca es sustancialmente distinto a los de sus predecesoras en el ingreso al mercado de capitales ya que no recurre a una oferta pública inicial (OPI) sino que, a través de una novedosa de «lista directa», venderá los títulos a los buscadores de acciones.
El de Spotify es además un caso de prueba que está siendo vigilado de cerca por otras firmas tecnológicas multimillonarias bien financiadas que no necesitan efectivo inmediato, un panorama bastante distinto al de la plataforma musical que llega a Wall Street con números que, al menos, son controversiales.
Su modelo «freemiun», en el que se puede escuchar música y podcast de manera gratuita aceptando publicidades o pagar para disfrutarlos sin interrupciones, la puso muy por delante respecto de sus competidoras.
Con más de 159 millones de usuarios totales y 71 millones de abonos, está muy por delante de Apple Music (36 millones) o Amazon Music (15 millones), y concentra el 40 por ciento del mercado de música por streaming.
Aunque durante el último año aumentaron en 46 por ciento sus usuarios premium, lo que supuso ingresos por alrededor de 5.000 millones de dólares, la empresa sigue sin generar ganancias: en 2017 tuvo 378 millones en pérdidas operativas y desde que comenzó a funcionar, acumula un déficit de 3.000 millones.
Por otra parte, hace su entrada a una bolsa dónde las acciones de las tecnológicas no pasan por su mejor momento luego del llamado «Facebookgate», aunque analistas de diversos medios especializados sostienen que su tránsito por el Nasdaq será similar al de Netflix, cuyos balances dan números negativos pero sus acciones continúan en alza.
Fundada en Estocolmo en 2008, la firma conducida por Daniel Ek reina en un terreno que se podría identificar como el de la digitalización de la música y que -desde sus inicios- siempre fue espacio de disputa entre los actores de la industria discográfica, los artistas y los emprendimientos que se valieron de Internet para distribuir contenidos.
Esa pelea tuvo un primer round que pareció definitorio cuando Napster, una plataforma de tecnología distribuida peer-2-peer (la técnica que permite el intercambio de archivos entre los equipos de las personas sin quedar almacenados en servidores), pareció ser una amenaza de muerte para la decadente industria discográfica al ofrecer canciones y otros contenidos de manera totalmente gratuita para su descarga.
Corrían los últimos meses del viejo siglo XX y fue Metalica, banda insignia del rock por esos años, la que abrió la puerta a los juicios por derechos de autor contra la plataforma y, en marzo de 2001, la justicia estadounidense acabó matando a Napster cuando decretó indemnizaciones millonarias a favor de los artistas y disqueras.
Pero el cierre de Napster no detuvo la caída de las ventas de discos y, mucho menos, detuvo a Intenet, que con imitaciones o variaciones siguió insistiendo con sitios como eMule, Kazaa o The Pirate Bay, entre muchos otros.
Fue Steve Jobs quién, ese mismo año, pudo utilizar su propio nombre, su inventiva y la marca de su empresa para encausar la discusión: con el lanzamiento del iPod quedaba claro que la música circularía cada vez más por la red, pero aun aceptando eso, se abriría un modelo de negocios que reportara ganancias para los artistas.
A las discográficas no les quedó más remedio ir a un acuerdo con Apple o poner en marcha sus propios servicios de descargas, pero además, debieron pactar con las empresas que empezaron a ofrecer servicios en streaming y, entre ellas, Spotify.
Desde sus inicios, la empresa ya ha pagado casi 10.000 millones de dólares a músicos y sellos discográficos, mientras que el pago de regalías le representa a Spotify alrededor del 79% de sus gastos, lo que lo convierte en su mayor egreso y una de las razones que explican buena parte de los rojos en sus balances.
A través de una carta, Ek dijo ayer que era esperable que hubiera variaciones en el precio de las acciones y sostuvo que la inusual salida a la bolsa de comercio no tiene que ver con su estado financiero sino que su empresa «nunca ha sido un tipo de compañía normal».
Mientras tanto los analistas entienden que si Spotify se convierten en el gran jugador que todos creen que puede llegar a ser, en el «Netflix de la música», eventualmente podría ser rentable en unos dos o tres años.