A diferencia del cine, que pareció terminar de perder su batalla por las pantallas durante la pandemia, el teatro reafirmó el valor de la presencialidad y el poderoso acontecimiento de la reunión en una sala para compartir una experiencia viva y en directo donde toman protagonismo el cuerpo, los volúmenes, la voz, los tiempos y la cercanía.
Si en el caso del cine la zigzagueante vuelta a la normalidad terminó de consagrar la supremacía de las plataformas y el streaming como formas de experiencia por sobre la reunión en salas, en el teatro, y fundamentalmente en el independiente y autogestionado, el fin de la pandemia marcó un crecimiento de ofertas artísticas y de público.
«El teatro es cuerpo presente, es un arte de la presencia y de cuerpos en el espacio y en el mismo espacio que el espectador», marcó a Télam el actor Horacio Roca para definir la sobredeterminación del público en esta experiencia.
Rescatando el valor de la presencialidad y de la esencia del acontecimiento teatral, el dramaturgo y director Javier Daulte, creador y responsable de Espacio Callejón, destacó a esta agencia que este año se puso de manifiesto que «nada reemplaza el hecho vivo y presencial».
«Los que amamos el teatro -destacó- recuperamos para nuestras vidas la esencialidad del hecho vivo y presencial y nos dimos cuenta de que nada reemplaza eso. Si el público no está presente en la sala, el teatro no sucede».
«Hay cosas que funcionaron muy bien y otras no tanto, pero claramente el teatro alternativo fue este año una gran alternativa para la gente a la hora de encontrarse, reunirse e ir a lugares. Fue como volver a valorar lo presencial, algo que se daba por sentado y que luego se vio que no era tan así. Esa presencialidad recobró toda su dimensión, y eso se vio en el teatro que es donde eso es más esencial, como en el caso de la música en vivo o las ceremonias del fútbol», señaló.
«Lo que pasó este año con el teatro después de la pandemia nos produjo un gesto de admiración con felicidad», aseguró Mauricio Dayub, que en 2022 tuvo plena actividad al frente de «El equilibrista» y «El amateur, segunda vuelta».
«Nos sorprendió -agregó a Télam- que nos pudiéramos reponer, que después de nueve meses de tener cerrados los teatros ver que teníamos, en muchos casos, el 100 por ciento de la sala llena produjo una alegría enorme; fue una constatación de que el teatro sigue siendo una necesidad de la gente, que esta actividad es necesaria».
Alfredo Stafollani -director, actor y dramaturgo- aporta más elementos para entender esta suerte de furor que se vivió en el teatro independiente y lo relaciona con cuestiones vinculadas a la ritualidad, la generación de espacios de experimentación y la demanda de ciertas experiencias subjetivas luego de la pandemia.
«Toda la comunidad del teatro independiente estuvo recuperando la ritualidad más allá de las obras», sentenció, explicando la asistencia a los teatros alternativos.
Staffolani, que antes de la pandemia estuvo trabajando en la escritura de una obra para un teatro público de Alemania, dirigió este año «El buen destierro» y forma parte del elenco de «Bodas de sangre» en el San Martín; resalta que «la prueba y la experimentación están en el teatro independiente y después de una época plana y unidimensional producto de la pandemia y el aislamiento, pareciera que la gente quiere volver a tener experiencias sensibles y vitales. En el teatro independiente no solo hay más gente en las obras sino que la experiencia subjetiva está más viva».
Para Francisco Lumerman, que este año volvió con «El río en mí» y sobre el final estrenó «La vida sin ficción», que escribió, actúa y dirige, el 2022 fue paradójico ya que si bien hubo mayor afluencia de público, al mismo tiempo las posibilidades de sostener y mantener una sala alternativa se volvieron más complejas.
«Fue muy feliz volver a la actividad y haber resistido todo lo que pasó. Fue un año muy feliz y muy festivo por poder retornar al encuentro, a realizar funciones con el aforo del 100 por ciento, donde la gente reaccionó muy positivamente y hubo avidez por parte del público de volver a la sala», destacó.
«Creo -agregó- que se agradeció mucho el encuentro de personas, algo que el teatro y la música en vivo sostienen como propio y que no puede ser suplido como en otras actividades».
Para la Asociación Argentina del Teatro Independiente (Artei), organización que agrupa a la casi totalidad de las 110 salas independientes de la ciudad de Buenos Aires, en la pospandemia la asistencia del público a salas se duplicó y llegó a triplicarse, en algunos casos, en comparación con 2019.
Si bien el organismo no realiza tareas de fiscalización y por tanto no acumula ni distribuye informaciones sobre el corte de boletos, «casi todas las salas tuvimos más funciones que antes de la pandemia y superamos la asistencia del público hasta tres veces», destacó a esta agencia Anabella Valencia, directora, dramaturga y responsable del Teatro El Popular, además de miembro de la comisión directiva de Artei.
A esto se unió que, además, la oferta de obras fue mucho más grande, al punto de que en determinados momentos del año los grupos tuvieron que hacer malabares para conseguir sala.
Situación que tiene relación con el corte total de la actividad con motivo del aislamiento, ya que en algún momento confluyeron en cartel las obras que habían comenzado en 2019 y tuvieron que suspender sus funciones por la clausura de la actividad presencial, aquellas que se pensaron y comenzaron a desarrollarse durante el aislamiento y las que surgieron a lo largo de este mismo año.
«Hay que destacar los apoyos que tuvimos durante la pandemia promovidos, fundamentalmente, por el Instituto Nacional del Teatro que permitieron atravesar una situación en extremo delicada, porque aún con la afluencia de público tan vigorosa que tuvimos cuando volvió la presencialidad, ningún teatro independiente puede sobrevivir solo por la venta de entradas, muchísimo menos en los casos en que los espacios son alquilados», destacó Valencia.
En este mismo punto Lumerman, que es uno de los responsables de Moscú Teatro, señaló, sobre este año: «Tuvo algo muy paradójico porque más allá de la buena afluencia de público a la sala, todos los gastos subieron mucho y aun con una buena respuesta de boletería está siendo muy difícil poder sostener el espacio y proyectarse en el tiempo, sobre todo para los que, como nosotros, alquilamos. Es una realidad que nos está mordiendo los talones, ya que con los incrementos de los costos por la inflación es muy difícil ponerle un precio a la entrada que acompañe este ritmo».