El Palacio Paz, uno de los edificios emblemáticos de la Belle Époque de la ciudad de Buenos Aires realizado a imitación del Palacio Chantilly de Francia y la fachada del Louvre que mira al río Sena, abre sus puertas varios días a la semana para que turistas y locales visiten sus casi 12.000 metros cuadrados -14 habitaciones-, disfruten de un almuerzo y escuchen fantásticas historias sobre un fantasma que se pasea por el lugar.
Inaugurada en 1914, la mansión del fundador del diario La Prensa, José Camilo Paz, fue realizada en Francia y armada como un rompecabezas, pieza sobre pieza, en el predio ubicado en Avenida Santa Fe 750, donde la gran vía del norte de la ciudad hace una curva para respetar el trazado de la Plaza San Martín.
Pero José C. Paz, quien ideó su residencia con el arquitecto francés Louis-Marie Henri Sortais cuando fue embajador argentino en París, no pudo ver la obra terminada porque falleció dos años antes de que esté finalizada.
El arquitecto tampoco tuvo ese privilegio ya que nunca vino a Buenos Aires, por lo que el palacio fue «armado» por el ingeniero argentino Carlos Agote, y sus primeros moradores fueron la viuda de Paz y sus hijos, Ezequiel en el ala izquierda, y Zelmira, quien tenía el mismo nombre de su madre, en la derecha.
Después la viuda se casó con el empresario y piloto Aarón de Anchorena, quien como había quebrado le pidió ayuda a su esposa y ella puso en venta el inmueble en la firma Casal Manfredi Perego, que el 12 de junio de 1938 la vendió por 2.750.000 pesos al Estado Nacional para transformarlo en el Círculo Militar, Biblioteca Militar y Museo de Armas.
En la actualidad el Círculo Militar es un club privado y «no depende ni tiene relación directa con el Ejército», dijo a Télam el coronel retirado Edmundo Kearney, miembro de la comisión directa de la organización en el área de Servicios Sociales.
Como «asociación civil mutual, el círculo -comentó-, se sostiene con la concesión del restaurante, las entradas al museo y las visitas guiadas que se hacen de martes a viernes a las 11 y a las 15, a un costo de 250 pesos por persona con bonificación para residentes, que abonan 200 pesos, mientras que la entrada para jubilados y estudiantes es de 110 pesos».
La guía del lugar, Alicia Merlicco, define al Palacio Paz como una joya del estilo Beaux Art, que era el preponderante en tiempos del Centenario, aunque aclara que «en realidad es ecléctico ya que combina distintos estilos, como el clasicismo, el barroco, el rococó o el neogótico en sus salones».
De manera que se puede interpretar que al recorrer los salones del palacio el visitante hace un viaje en el tiempo por las distintas escuelas de arquitectura, que se inicia en la señorial entrada Luis XIV, y un imponente pasillo de casi media cuadra cuyas paredes están cubiertas de una exquisita boiserie de nogal.
En el salón circular de la entrada el visitante puede contar hasta 10 clases de mármoles de diferentes colores y países de origen, mientras que conmueve su cúpula con vitrales que cambian de color según la hora, mientras las estatuas de Carrara permiten pasar al espacio siguiente bajo otras esculturas realizadas en estuco.
Los salones tienen sus paredes cubiertas de brocato y seda colocadas en bastidores intercambiables según la hora o la estación del año, mientras que al patio que da al jardín de invierno en un tercer piso lo custodia un monumento al Tambor de Tacuarí.
Las puertas tapizadas o de vitreaux se abren y cierran interminablemente hasta llegar al Gran Salón de Honor de estilo neogótico o Tudor, todo cubierto en nogal tallado al milímetro donde se destaca su mesa central de roble y la chimenea hecha de manera íntegra en piedra tallada.
Ese espacio revela la idea de Paz de operar en política ya que tenía un hermoso hall a la calle luego del cual se pasaba a una señorial sala de espera, tras la cual recién se llegaba a donde el periodista y diplomático iba a recibir a sus visitantes, en su frustrado camino a la presidencia de la Argentina de la Belle Époque.
El segundo comedor, casi de diario, es tal vez mejor que el primero, no solo por su decoración, sino también porque cuenta con una galería al actual patio interior que antes daba a la caballeriza donde se dejaban los carruajes de los visitantes protegidos de la intemperie, que da a la calle Esmeralda y ahora está en construcción.
Merlicco asegura que «no se puede conocer el Palacio en una sola visita ya que es tal el ornato que es imposible abarcar en su totalidad con la vista, en una sola mirada, por lo que conviene ir varias veces».
El plan es un día ir a almorzar, otra tarde a tomar un café antes de las 20, y realizar luego un par de recorridas a ver si, como cuentan quienes trabajan allí, «se pueden cruzar con alguno de los fantasmas que ocupan el edificio como sucede con cierta asiduidad con el general Nicolás Levalle, el primer presidente del club anterior al círculo», cuenta Merlicco.
Levalle, quien participó de la Campaña del Desierto y sofocó la Revolución del Parque de 1890, enfermó y fue a Europa a curarse pero los médicos le dijeron que no podían hacer nada por lo que pese a ser italiano decidió morir en Argentina, y no pudo llegar pese a lo cual en este edificio dicen varias personas que lo han visto de noche, comentó la guía.