En Argentina, cada día se registran decenas de denuncias por agresiones hacia niños, niñas y adolescentes. Este martes se conmemora el Día Internacional de los Niños Víctimas Inocentes de Agresión, una fecha instaurada por Naciones Unidas que busca visibilizar un flagelo tan crudo como silenciado.
El 4 de junio no suele estar marcado en el calendario argentino como una jornada de reflexión. Sin embargo, en muchas partes del mundo se recuerda en esta fecha a los millones de niñas y niños que son víctimas de agresiones físicas, psicológicas y sexuales. Instituida por la Asamblea General de las Naciones Unidas en 1982, tras la masacre de niños palestinos y libaneses durante la guerra del Líbano, la efeméride fue ampliando su sentido hasta convertirse en un grito global contra todas las formas de violencia hacia la infancia.
En Argentina, las cifras estremecen. Según datos del Ministerio de Justicia, durante 2023 se realizaron más de 110 mil denuncias de maltrato infantil en distintas jurisdicciones del país. Y si bien no existen estadísticas unificadas, se estima que al menos el 60% de los abusos sexuales contra menores ocurre en el ámbito intrafamiliar, lo que dificulta la detección y judicialización de los casos.
A eso se suma la violencia institucional, el abandono estatal, la pobreza estructural y las situaciones de explotación laboral y sexual, que continúan afectando a miles de niñas, niños y adolescentes, sobre todo en los sectores más vulnerables.
Golpes que no se ven
“Muchos niños crecen en contextos donde la violencia es la norma. Golpes, gritos, humillaciones. Y no hablamos solo de sectores marginales: el maltrato infantil atraviesa todas las clases sociales”, explica Valeria Sellarés, psicóloga especializada en infancia y directora de la ONG Infancias Libres.
En su trabajo cotidiano, Sellarés advierte un patrón repetido: el silencio. “Los chicos no hablan, no porque no quieran, sino porque muchas veces no pueden identificar que lo que les pasa está mal. Crecen pensando que ser maltratados es parte de la crianza. Por eso el rol de las escuelas, los pediatras y los adultos responsables es clave”, remarca.
En Argentina, solo 1 de cada 10 casos de abuso sexual infantil llega a juicio. La enorme mayoría queda en la nebulosa de la desconfianza, el descreimiento o la revictimización. Y eso tiene consecuencias devastadoras: según el Observatorio de la Deuda Social de la UCA, más del 45% de los niños argentinos ha sufrido algún tipo de violencia en su entorno cercano.
No es un problema privado
En 2022, el Comité de los Derechos del Niño de la ONU instó a la Argentina a prohibir expresamente el castigo corporal en todos los entornos, incluso en el hogar. Aunque el país cuenta con una Ley de Protección Integral de los Derechos de Niños, Niñas y Adolescentes (Ley 26.061), todavía hay vacíos en la implementación y en los mecanismos de seguimiento.
“Cuando una familia maltrata a un niño, no es un problema privado. Es un tema de salud pública, de derechos humanos. La infancia debe ser protegida de forma activa por el Estado y la comunidad”, sostiene Graciela Cros, pediatra y referente de la Sociedad Argentina de Pediatría.
En esa línea, organismos como Unicef y Save the Children vienen insistiendo en la necesidad de reforzar las redes de protección en escuelas, centros de salud y servicios sociales. Pero en un contexto de ajuste presupuestario, muchas de esas políticas están en riesgo.
Historias silenciadas
A Lucía (nombre ficticio) la golpeaban con un cinto cuando no lavaba los platos. Tenía 11 años cuando le contó a una maestra. La denuncia fue lenta, el proceso judicial más aún. Recién a los 14 pudo ser desvinculada de su padre, que luego fue absuelto por “falta de pruebas”. Hoy vive con una tía, en terapia y bajo protección estatal.
Casos como el de Lucía se repiten en todo el país. En algunas provincias, como Misiones, Chaco o Tucumán, la vulnerabilidad se agrava por la falta de acceso a servicios básicos, la escasez de equipos interdisciplinarios y el desconocimiento de los derechos por parte de las familias.
“Cuando un niño denuncia, hay que creerle. Siempre. El daño mayor lo causa el descreimiento. Cada vez que un adulto pone en duda lo que dice, se rompe algo difícil de reparar”, advierte Sellarés.
Lo que no debe naturalizarse
El castigo físico, el “chirlo a tiempo”, la humillación verbal, la indiferencia afectiva: todos son tipos de violencia que dejan marcas profundas, muchas veces invisibles. “Un nene que vive con miedo no puede aprender, no puede jugar, no puede desarrollarse plenamente”, resume Cros.
En este 4 de junio, la ONU recuerda que el objetivo no es conmemorar una fecha, sino interpelar a la sociedad entera: a los Estados, para que diseñen políticas públicas; a las instituciones, para que actúen; y a cada adulto, para que se haga cargo del lugar que ocupa frente a la niñez.
“Hablar de violencia contra la infancia no es exagerar. Es mirar de frente lo que está pasando. Y empezar a cambiarlo, con decisión y empatía”, concluye Sellarés.
Porque detrás de cada denuncia hay una historia. Y detrás de cada historia, una infancia que merece ser cuidada.