¿Por qué nos quejamos? Seguramente no para torturar a los demás con nuestra negatividad. Lo cierto es que, la mayoría de nosotros disfruta lamentándose con objeto… de sentirnos algo mejor, de ‘descargar’ algo de ese malestar que nos atormenta. Pero, ¿qué dice la ciencia al respecto? ¿Es malo quejarse?
Según Steven Parton, escritor y estudiante de la naturaleza humana, quejarse afecta al cerebro y tiene graves repercusiones negativas para la salud mental. De hecho, quejarnos puede literalmente matarnos.
Ya sabemos que el cerebro realiza constantemente una gran cantidad de sinapsis. En nuestro cerebro, las neuronas están separadas por un espacio vacío llamado hendidura sináptica. Cada vez que tenemos una idea, un pensamiento, una sinapsis dispara un químico a través de esta hendidura, creando un puente por el que cruzará una señal eléctrica. «Cada vez que se activa esta carga eléctrica, las sinapsis se agrupan para disminuir la distancia que esta carga eléctrica tiene que cruzar: el cerebro cambia sus propios circuitos, para hacer más fácil y más probable el desencadenamiento del pensamiento», aclara Parton.
¿Qué efecto tiene esto? Que si tenemos pensamientos negativos habitualmente condicionamos a nuestro cerebro a ser más pesimista. No solo pensar de forma negativa repetidamente hace que sea más fácil pensar más frecuentemente en cosas negativas, sino que también provoca que sea más probable que los pensamientos negativos nos vengan al azar. Básicamente quejarnos a menudo hace que cuando llega el momento de formar otro pensamiento, el pensamiento con el ‘camino más corto’ en nuestro cerebro, sea el negativo frente al positivo (que tendrá el ‘puente más largo’).
El hecho de estar continuamente quejándonos por todo y con el consecuente cambio en las sinapsis del cerebro, también conduce a un debilitamiento del sistema inmunológico, aumentando la presión arterial e incrementando el riesgo de padecer enfermedades del corazón, diabetes o incluso obesidad.
La empatía es un buen recurso para alejar esa negatividad de nuestro cerebro, pues cuando vemos a alguna persona experimentando alegría, por ejemplo, nuestro cerebro ‘prueba’ esa misma emoción intentando realizar esas mismas sinapsis. Así, rodearnos de personas felices y alegres puede fortalecer nuestra positividad y debilitar la negatividad.
En todo este proceso, y tal y como podríamos imaginar, el estrés tampoco nos ayuda a alejar la negatividad. Al ser negativos liberamos más cortisol, la hormona del estrés. Niveles altos de esta hormona interfieren con «el aprendizaje y la memoria, la función inmune y la densidad ósea… y la lista continúa», sentencia Parton.