Los pueblos del sur de Italia resisten al paso del tiempo y alzan la voz con lo que mejor tienen: estética, gastronomía y muchas raíces. Del tacón a la punta, estos son nuestros favoritos de entre los pueblos más bonitos del sur de Italia; los más magnéticos, aquellos en los que la madurez suspira por pasar otro verano.
- (Atrani)
- No hay universidad en el mundo (ni siquiera el Instituto Tecnológico de Massachussets) que haya sido capaz de descrifrar por qué la Costa Amalfitana acumula tanto puerto bonito en tan poco espacio. En esta lucha encarnizada por lograr un pedacito del pastel turístico, Atrani sorprende por sus bien aprovechados 0,20 km2 donde entran seis iglesias imprescindibles y un par de cuevas que completan el consabido encanto colorido y decadente de los puertos de Salerno.
- (Morano Cálabro)
- Morano Cálabro es un notable intento del hombre por pulir una colina desnuda, por añadirle más piedra ordenada para hacerla más bella y, de paso, habitable. Lo que al final consigue es trazar un pueblo precioso donde cada esquina compite por ser más bella y auténtica. Por el paseo se va dejando atrás la historia de una de las viejas ciudades que dominaron Calabria, cuya historia se refleja en lugares como la iglesia de San Bernardino de Siena, la colegiata de San Nicolás o la colección de palazzi como el Rocco, el Salmena o el Cozza.
- (Alberobello)
- El gran icono de la Apulia (esa horrorosa traducción al castellano de la sonora y sensual Puglia) tiene su sede en este pueblo. Son los trullos, esas construcciones de techo cónico y grisáceo soportado sobre paredes de cal únicas en el mundo y por ello Patrimonio Mundial. El mero hecho de ir callejeando entre estos monumentos caseros ya justifica todo un viaje, aunque los más sorprendentes y atractivos son el Trullo Soverano (un palacio de este estilo reconvertido en museo y salón social) y la iglesia de San Antonio, la constatación religiosa de que este estilo es el rey.
- (Stilo)
- Al borde de un torrente y muy próximo al mar Jónico se asoma esta ecléctica localidad. Gracias a su privilegiada situación, Stilo siempre fue un caramelito para las civilizaciones diversas que fueron dejando su huella en el sur de la Península. De ahí que su encanto sea la diversidad de estilos con los que se ha colonizado este bello paraje. En este álbum de cromos destaca su iglesia bizantina Cattolica, su renacentista San Francisco, su barroca San Giovanni y hasta su normando castillo en el monte Consolino.
- (Positano)
- Positano es el balcón más bello de Italia y la auténtica reina de la Costa Amalfitana. Como dijo Steinbeck en un artículo que escribió para Harper’s Bazaar en mayo de 1953, Positano “es un lugar de ensueño que no parece real mientras se está allí, pero que se hace real en la nostalgia cuando te has ido”. Y no es ninguna hipérbole. Entre limoneros y terrazas, Positano luce sus casas de bóvedas claustrales en una estampa siempre ligada al mar y al vértigo de la colina. Pero esta inagotable panorámica se tiene que completar con una paradita en la iglesia de Santa María así como con un poco de lagarteo en sus pequeñas playas.
- (Castelmezzano)
- En el sur también hay montañas y enclaves serranos, aunque sus trazas sean más mediterráneas que alpinas. Castelmezzano es el ejemplo perfecto y uno de esos rincones que se mantienen incorruptos lejos de cualquier trasiego. El pueblo en sí mismo ya es todo un reclamo debido a su milagroso emplazamiento, en una escarpada montaña rodeado de bosques y riscos puntiagudos. Pero, además, se levantó con gracia, manteniendo una rigurosa armonía arquitectónica, así como dándose algún que otro capricho en forma de iglesias y capillas.
- (Furore)
- Por mucho que trate de acurrucarse en su cómodo fiordo, este pueblito brilla con luz propia gracias a sus peculiaridades geográficas y urbanísticas. Vamos, que su gracia está en crecer entorno a una ría estrechísima y una cala donde atracaban unos pocos pescadores. Su crecimiento le ha hecho ser más milagroso aún, ya que las casas se han ido agarrando en la colina y han logrado robarle minutos de asombro al torrente gracias a sus floridos murales. Y, cómo no, también hay sitio para las iglesias, ya que en Italia sería un milagro que un pueblo sin plaza tampoco tuviera una señora iglesia.
- (Chianalea di Scilla)
- Llevar con orgullo el sobrenombre de pequeña Venecia del Tirreno no es poca cosa. El pueblo con más encanto de la costa calabresa es un imán para enamorados que buscan pasear por sus calles ganadas al mar y compartir cena y atardecer con pescadores de arrugas profundas. Pero más allá del mar y sus caprichos, Chianalea se saca de la chistera algún que otro guiño a la civilización como el Palazzo Scatena, el Castillo de Ruffo o la ecléctica Villa Zagari.
- (Otranto)
- Otranto es el cóctel italiano perfecto. Por un lado está su monumentalidad y su historia, resumida en una catedral de origen románico, un castillo cuyo último ‘dueño’ fue nuestro Fernando el Católico y hasta una pequeña iglesia del siglo X de estilo bizantino (San Pietro). A ello hay que añadirle su pequeño tamaño, lo que hace que las calles sean callejuelas y que ninguna locura megalómana ha estropeado su encanto y su balada. Y por último está el Adriático en sus colores más turquesas, contrastando sus vivos matices con las fachadas y malecones blanquecinos. Imposible ofrecer tanto en tan poco espacio.
- (Altomonte)
- Su nombre lo dice todo. Altomonte se une a la interminable lista de pueblos que subliman una colina y que gobiernan, desde lo alto, una vega fértil. Aquí el dinero y las alegrías las dan los olivos y las vides, quienes justifican que Altomonte mantenga su vidilla cuesta arriba. Entre sus calles reluce la escalinata que conduce a la iglesia de la Consolación así como los muros de un viejo castillo normando. Y para descansar (un poquito) de tantas vistas y tanto monumento, siempre queda esparcirse en la Piazza Tommaso Campanella.