El sacerdote Carlos Mugica, quien eligió dejar atrás una condición social privilegiada para abrazar la vocación religiosa al servicio de los pobres, se convertía hace 50 años en un símbolo del compromiso eclesiástico con los sectores populares, al caer asesinado con 14 balazos por la organización parapolicial Triple A, que comandaba el entonces ministro de Bienestar Social, José López Rega. 

Nacido en el seno de una familia tradicional de Buenos Aires, y bautizado como Carlos Francisco Mugica Echagüe, fue un chico inquieto, enérgico, al que le gustaba jugar al fútbol y tuvo a Racing como la primera gran pasión de su vida. 

Vivió durante su infancia en el palacio Ugarteche, en pleno Barrio Norte, pero eso no le impedía escapar los domingos hacia Avellaneda junto con su amigo Nico para deleitarse con aquel equipo que ganó el tricampeonato en 1949, 50 y 51. 

Cursó en el Colegio Nacional Buenos Aires cuando emergía el peronismo como movimiento político y luego siguió la carrera de Derecho, pero sus inquietudes espirituales pudieron más y en 1952 decidió ingresar en el seminario. 

Se ordenó sacerdote en 1954, en la época en la que Juan Domingo Perón había entrado en un conflicto sin retorno con la jerarquía de la Iglesia Católica, una de las incidencias que fueron determinantes para el derrocamiento del fundador del justicialismo, un año después. 

Como cura joven se incorporó a los equipos pastorales que hacían trabajos en los conventillos de Buenos Aires, y allí percibió el dolor que el derrocamiento de Perón había provocado entre los pobres. 

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Mugica, mientras trabajaba en la Acción Católica, completaba una sólida formación filosófica y teológica. En 1966, se puso al frente de grupos misioneros estudiantiles en el Norte de Santa Fe que llevaban a cabo tareas evangelizadoras en el monte destinadas a las familias campesinas. 

Uno de esos grupos estaba formado por tres jóvenes que estudiaban en el Nacional Buenos Aires: Gustavo Ramus, Fernando Abal Medina y Mario Eduardo Firmenich, quienes luego integrarían el grupo que fundaría la organización Montoneros. 

Un año después, inició un viaje hacia Europa, que primero lo llevaría a Bolivia, donde le reclamó al régimen militar la entrega de los restos de Ernesto Che Guevara. 

Se trasladó luego a París para estudiar comunicación social, allí, en mayo de 1968, presenció la revuelta estudiantil contra la administración de Charles De Gaulle, y si bien no compartía en plenitud el ideario de los manifestantes, admiraba la rebeldía que esos jóvenes franceses exhibían en las calles. 

Se unió al movimiento de Sacerdotes por el Tercer Mundo; visitó a Perón en su exilio en Madrid y, tras charlar largamente con él, entendió que debía volver rápidamente a la Patria para luchar en favor de los humildes desde los preceptos del evangelio. 

Volvió a Barrio Norte y se instaló en el altillo de un edificio, desde ese lugar contemplaba la formación de la villa de Retiro. Era ahí donde este cura joven, locuaz y pintón quiso dar la comunión; organizar actividades; ofrecer talleres; armar campeonatos de fútbol e impulsar una bolsa de trabajo. 

Tras el Cordobazo de 1969, Argentina entró en un período de alta conflictividad social en el que diversas organizaciones políticas y sindicales buscaban forzar el final de la dictadura militar que mantenía proscripto al peronismo. En ese contexto, aquellos estudiantes que habían misionado con Mugica en Santa Fe fundan Montoneros con el propósito de lograr la vuelta de Perón al país, y poco después se presentan en sociedad con el secuestro del ex dictador Pedro Eugenio Aramburu, el líder golpista que en 1956 había ordenado los fusilamientos de los generales Juan José Valle y Raúl Tanco, además de la muerte de varios militantes peronistas en los basurales de José León Suárez. 

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Pocos meses después, en un hecho confuso, Abal Medina y Ramus mueren el 7 de septiembre de 1970 en una emboscada en el Oeste del Conurbano bonaerense y sus funerales se convierten en un acto de oposición al régimen castrense. 

El cura de la Villa de Retiro pronuncia un discurso en homenaje a los jóvenes caídos que las autoridades no toleran y ordenan su encarcelamiento. No obstante, a medida que las condiciones políticas comenzaban a ser más propicias para el retorno de Perón, Mugica comenzó a plantear diferencias con la conducción de Montoneros, pues entendía que “no podía proseguir la lucha armada si el líder de los trabajadores gobernaba el país”. 

Al ganar Héctor Cámpora las elecciones presidenciales de 1973, Perón le propone a Mugica sumarse como asesor al Ministerio de Bienestar Social que dirigía López Rega. Luego de varias consultas con compañeros de sacerdocio y militantes villeros, el sacerdote acepta un cargo honorario. 

Las diferencias con “El Brujo” se hicieron insalvables y Mugica, en una asamblea del Movimiento Villero de Liberación decide presentar su renuncia al cargo y volver a su misión pastoral. 

Las actividades políticas del cura se multiplican y la jerarquía eclesiástica, harta de sancionarlo, le propone que deje el sacerdocio, algo que Mugica desestima por completo. 

“Tengo los días contados. Sé que me van a matar y será López Rega. No me importa, lo único que no quiero es que le carguen el crimen a otros”, le confió a su hermano Alejandro. 

El sábado 11 de mayo de 1974, todavía bajo el gobierno de María Estela Martínez de Perón (Isabelita), tras oficiar misa en la capilla San Francisco Solano, Mugica recibió 14 balazos de parte de una banda dirigida por Rodolfo Eduardo Almirón, un sicario de López Rega. 

Desde varios medios ligados a la derecha se sostuvo que la muerte de Mugica era obra de Montoneros, y aunque la organización lo negó de forma inmediata, esa falsa imputación se difundió durante años. 

En 1984, un sujeto llamado Juan Carlos Juncos confesó frente al juez Eduardo Hernández Agramonte, que López Rega le había pagado una suma cercana a los 10.000 dólares para matar “a ese curita que lo perjudicaba políticamente”. El entierro del padre resultó multitudinario y los habitantes de la villa llevaron a pulso su féretro hasta el cementerio de La Recoleta. 

Desde 1999, por una gestión del entonces arzobispo de Buenos Aires, Jorge Bergoglio -hoy papa Francisco- sus restos fueron depositados en la Parroquia Cristo Obrero, donde descansa junto a los humildes como un cristiano que lo dio todo, hasta su propia vida con tal de que los pobres vivan mejor en esta tierra.