Las Violetas, uno de los bares notables de la ciudad de Buenos Aires, inaugurado el 21 de septiembre de 1884 en la esquina de Rivadavia y Medrano del barrio de Almagro, celebró hoy sus primeros 140 años de vida con su salón lleno de clientes, que compartieron historias y anécdotas, junto a las tradicional repostería y gastronomía.
Mientras los mozos transitaban entre las mesas con bandejas cargadas de porciones de tortas, sandwichs de miga, masas, cafés o licuados, muchos de los visitantes aprovechaban para sacarse fotografías junto a las columnas labradas del salón, los vitrales y otros espacios clásicos de esta emblemática confitería.
Por su salón, con detallados vitraux, mármoles de carrara y muebles traídos desde París, pasaron Alfonsina Storni, Félix Luna, el presidente Arturo Frondizi o el jockey Irineo Leguisamo, quien inspiró el postre que lleva su nombre, uno de los platos más famosos de Las Violetas.
La decoración estilo art nouveau de la confitería inspiró a Roberto Arlt, quien ambientó allí su cuento «Noche Terrible», mientras que Leopoldo Torre Nilsson filmó en su salón escenas de «La Mafia» y Eduardo Mignona las de la película «Sol de otoño».
Gabriela, empleada de un comercio de la zona que aprovechó el sol de este sábado por la tarde para tomar un refrigerio con dos amigas en una de las mesas de la vereda, contó: «Con las chicas que trabajamos por acá nos conocemos hace años, entonces los sábados después del mediodía nos venimos para contarnos cómo estuvo la semana y comer cosas ricas, propias de Las Violetas».
«Hay gente que pasa por la puerta y cómo ve que el local es hermoso cree que es caro, pero la verdad es que tiene más o menos los precios de otras confiterías de la zona y con porciones muy abundantes, Venimos a merendar y no podemos terminar lo que nos traen a la mesa», destacó.
Jorge, un abogado que vive a unas cuadras de esa tradicional esquina porteña desde hace más de 40 años, dijo que «venir a esta confitería a leer el diario tranquilo los sábados es algo que empecé a hacer para darme un espacio cuando mis hijos eran chicos y muy inquietos en un departamento. Ahora ya hicieron sus vidas, pero me quedó este hábito».
«Ahora leer las noticias en el teléfono me queda más cómodo que abrir el diario sobre la mesa como hacía antes, pero el café y las medialunas de este lugar siguen siendo las mejores que conozco. Y no es sólo una opinión mía, cada sábado cuando yo me voy me cruzo con mi esposa que está viniendo para acá a tomar la merienda», completó, entre risas.
Las Violetas fue inaugurada el 21 de septiembre de 1884 de la mano de dos familias de inmigrantes, los Felman y los Rodríguez Acal, que no escatimaron en gastos para construirla en el lote ubicado en el antiguo Camino Real que unía la Plaza de Mayo con San José de Flores.
Entre todos los detalles de calidad arquitectónica, la confitería tiene 80 metros cuadrados de vitrales y otros atractivos.
La inauguración fue un evento de «alta categoría», con elegantes carruajes transportando a curiosos aristócratas hasta sus puertas. Carlos Pellegrini, quien más tarde se convertiría en presidente de la Nación, asistió al evento en un tranvía especial, rodeado de una selecta compañía.
«Lugares como este son el alma de la ciudad, no solo por su historia, sino por las personas que día a día levantan las cortinas y mantienen viva la tradición, generando empleo y un servicio de excelencia», dijo en el acto conmemorativo el jefe de Gobierno porteño, Jorge Macri.
La clásica confitería mantiene la esencia de su historia y 75 empleados trabajan para cumplir con el sello de calidad y estándares de atención de excelencia, que deslumbra a los turistas nacionales y extranjeros, además de «enamorar» a los habitués.
Las Violetas no pudo sortear la crisis de finales de los ’90 y cerró en 1998, en lo que fue un duro golpe para los vecinos, que llegaron a reunir 13.000 firmas para evitar su desaparición. Sin embargo, la Legislatura de la Ciudad lo declaró «área de protección histórica» y fue reinaugurada en 2001.
Las obras de restauración llevaron seis meses: durante ese tiempo trabajaron para dejar la boisserie, los vitrales, el cielo raso estucado y las suntuosas arañas de caireles de cristal, tal como fueron pensados en 1884, el año de su inauguración, conservando su encanto y elegancia de la mano de su actual dueño Pablo Montes.
Fue reconocido por el Museo de la Ciudad como «Testimonio vivo de la memoria ciudadana», lo declararon Sitio de Interés Cultural (Ley Nro. 491) y en 2017 los vecinos de la Ciudad lo eligieron como el mejor café notable de Buenos Aires en una votación realizada por BA Capital Gastronómica.