La masacre de Carmen de Patagones, que conmocionó al país cuando Rafael Juniors Solich, de 15 años, disparó a mansalva en el aula dejando a tres compañeros muertos y a otros cinco gravemente heridos, cumple este sábado 20 años y se conmemora como la primera matanza escolar registrada en América Latina.
El 28 de septiembre de 2004, Rafael Juniors Solich entró al aula de 1° B de la Escuela de Enseñanza Media N° 2 «Islas Malvinas» de Carmen de Patagones, la ciudad más austral de la provincia de Buenos Aires, se paró frente al pizarrón y disparó una pistola 9 milímetros hasta vaciar el cargador.
«Nos hizo callar a todos, dijo: ‘Esto va a ser un buen día’ y empezó a gatillar», contó uno de los alumnos testigos a los primeros móviles de prensa que viajaron hasta el tranquilo pueblo del sur bonaerense para contar la tragedia que impresionaba al país.
El tiroteo acabó con tres adolescentes muertos y otros cinco heridos, por lo que se lo consideró como la primera masacre en una escuela de América Latina.
Sandra Núñez, Evangelina Miranda y Federico Ponce fueron las tres víctimas fatales que murieron en el acto, mientras que Natalia Salomón, Nicolás Leonardi, Cintia Casasola, Rodrigo Torres y Pablo Saldías Kloster fueron los heridos que lograron sobrevivir. Todos tenían entre 15 y 16 años.
Después de agotar las balas, Juniors salió al pasillo, colocó el segundo cargador y alcanzó a disparar una vez más hasta que se le trabó la pistola.
Dante, su único amigo, lo empujó por la espalda, logró desarmarlo y Juniors estalló en llanto.
«Cada 28 de septiembre siento profundamente el dolor que sentí en su momento por un hecho que era totalmente evitable», contó la mamá de Federico Ponce, Marisa Santa Cruz, cuando se cumplieron los quince años de la masacre.
Hoy, dos décadas después de esa fría mañana en la que Juniors baleó a sus compañeros con la pistola Browning 9 milímetros de su papá, suboficial de Prefectura Naval, permanece en Patagones la huella imborrable de la tragedia que marcó la historia de esa ciudad.
En el parque Piedra Buena, un memorial rinde homenaje a los adolescentes fallecidos con tres esculturas de árboles metálicos con vitrales de colores en las copas.
En el aula de 1° B del polimodal, equivalente al 4° año de la secundaria actual, donde los balazos rompieron el revoque de las paredes, el recuerdo también es eterno.
Poco tiempo después de la masacre, los compañeros de Evangelina, Sandra y Federico, pusieron en el salón una placa con una frase que aún hoy conmueve: «En un día gris, la estridente mañana se llevó a tres ángeles, nadie se acostumbra a vivir sin su compañía».
Con el paso de los años, el aula fue transformada en un espacio de resignificación para honrar la vida y cada 28 de septiembre se conmemora en la ciudad el día de la no violencia en los ámbitos educativos.
Pero los sobrevivientes todavía se preguntan cuál fue la causa de la masacre porque Juniors nunca dio una explicación.
«A veces escucho a gente decir que nosotros lo jodíamos, pero puedo asegurar que no. Ni te dabas cuenta que estaba dentro del aula», contó Nicolás Leonardi, uno de los sobrevivientes, en una entrevista al diario Clarín.
Según reconstruyeron los periodistas Pablo Morosi y Miguel Braillard en el libro «Juniors», el día anterior a la tragedia, el adolescente había tenido una fuerte pelea con su papá, que incluyó desde gritos hasta amenazas de golpes.
Los peritos que entrevistaron a Juniors dieron cuenta de una vida marcada por la violencia familiar y el desprecio hacia los demás.
Como al adolescente le faltaba un mes para cumplir 16, fue declarado inimputable y las víctimas iniciaron demandas contra la Dirección General de Escuelas de la provincia de Buenos Aires y la Prefectura Naval.
Recién en 2021, el Juzgado Federal 2 de Bahía Blanca condenó a la Dirección General de Cultura y Educación bonaerense y a la Prefectura Naval Argentina como corresponsables por lo ocurrido.
En su sentencia, la jueza María Gabriela Marrón señaló negligencia por parte de la cartera educativa provincial y le adjudicó a la Prefectura falta de cuidado sobre el arma que el adolescente le robó a su padre para ejecutar el tiroteo.
Cuatro meses antes de la masacre, el padre de Juniors había pedido una reunión con el gabinete psicopedagógico de la escuela luego de haber encontrado en la habitación de su hijo dibujos de una cruz esvástica y el nombre de Hitler, según narran Morosi y Braillard en el libro.
Los padres también estaban preocupados por los cambios de conducta del joven, quien se mostraba cada vez más hermético y había empezado a escuchar la música de Marilyn Mason, cantante que era el ídolo de los estudiantes que protagonizaron la masacre de la escuela Columbine en Estados Unidos en 1999.
Si bien los encuentros con los profesionales de la escuela se repitieron en al menos otras dos ocasiones, las autoridades nunca tomaron medidas.
Horas después de haber cometido el tiroteo, Juniors se sentó frente a la jueza Alicia Ramallo, titular del Juzgado de Menores N° 1 de Bahía Blanca y aseguró: «No me di cuenta de lo que hice, se me nubló la vista y disparé».
El adolescente fue trasladado a un instituto de menores de máxima seguridad y permaneció allí hasta que cumplió la mayoría de edad.
Desde entonces, Juniors ha pasado por distintos centros psiquiátricos de la provincia de Buenos Aires y la última información que brindó la Justicia es que sigue internado, pero su paradero es un secreto por cuestiones legales.
Hoy Juniors tiene 35 años, lleva más tiempo institucionalizado que la edad que tenía cuando disparó contra sus compañeros, tiene un hijo, producto de una pareja que tuvo durante su internación, y mantiene la esperanza de recibir un alta que nadie parece estar dispuesto a concederle.
Mientras que el misterio que rodea a la vida de Juniors crece con el tiempo, la masacre continúa siendo una herida abierta que obliga a concientizar sobre la violencia escolar.
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