La plaza Sultanahmet es el epicentro de la arquitectura otomana en Estambul. En pocos metros, separadas tan solo por un animado jardín, la Mezquita Azul frente al portento de Santa Sofía. Las dos forman parte de la silueta de la ciudad, un panorama que es de una fuerza arrebatadora porque, en palabras de Orhan Pamuk, las mezquitas de Estambul “todavía relucen con la misma idea de belleza que se tenía en la época en que se construyeron”. Y está en lo cierto.
Una mezquita para el perdón de Alá
La época de la Mezquita Azul (o mezquita del Sultán Ahmed) no fue de las más gloriosas del Imperio otomano. Por entonces el sultán era Ahmed I, quien pondría fin a una larga tradición fratricida real. En lo político se había firmado la paz con la Monarquía de los Habsburgo, tras costosas batallas y asedios, y las cosas tampoco iban demasiado bien en las guerras de religión con el Imperio safawí. Así que Ahmed I decidió apaciguar la ira de Alá construyendo una soberbia mezquita.
La Mezquita Azul fue la primera mezquita imperial que se construyó después de más de cuarenta años. Pero si las anteriores se financiaron con los botines de guerra; en esta ocasión, el sultán hubo de usar de dinero retirado de los fondos del tesoro del imperio, algo que no le hizo muy popular entre los ulemas. Aunque el enfado les debió durar poco al ver el resultado del armónico exterior junto al suntuoso interior de la nueva mezquita, la única de la ciudad con seis alminares hasta la reciente construcción de la mezquita de Çamlıca, la más grande de Estambul, inaugurada en 2016.
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El emplazamiento escogido estaba dotado de un fuerte simbolismo pues se levantó en el lugar que ocupaba el Gran Palacio de Constantinopla, frente a Santa Sofía (la más venerada de Estambul por entonces) y el hipódromo. De hecho, parte de la cara sureste de la mezquita descansa directamente sobre los cimientos y sótanos del Gran Palacio. Otros palacios sucumbieron al proyecto para hacer sitio a la nueva mezquita, cuya construcción se inició en agosto de 1609. Parece ser que su inauguración se retrasó un año más de lo previsto si se atiende al detalle de que en la puerta de la mezquita aparece consignada la fecha de 1616, aunque el rezo en la sala real del sultán con el que se inauguró la mezquita no llegó hasta 1617.
¿Por qué se llama Mezquita Azul?
Más de 20.000 azulejos de tonos azules y verdosos decoran su interior de ahí que aunque su nombre oficial es Mezquita de Sultanahmet, el mundo la conozca como la Mezquita Azul. El revestimiento con estos azulejos pintados a mano confiere al espacio una atmósfera calma a la par que majestuosa, como si uno estuviera dentro de un lapislázuli arquitectónico.
Pocos detalles constructivos de la Mezquita Azul han sido olvidados ya que hasta ocho volúmenes en la biblioteca del Palacio de Topkapi documentan todo el proceso. Por eso se sabe que a medida que el proyecto de la mezquita avanzaba, el coste de los azulejos aumentó, por lo que la calidad de los utilizados en los últimos años de la obra fue menor. De ahí que con el tiempo, los colores han cambiado, y el vidriado ha perdido parte de su brillo, pero la belleza de este conjunto sigue intacta.
Un diseño imperial
El diseño de la mezquita es la culminación de siglos de evolución arquitectónica y está considerada como la última gran mezquita del periodo clásico otomano. Mezcla influencias bizantinas, como no podía ser de otro modo teniendo a Santa Sofía delante, con la tradición otomana. El arquitecto, Sedefkar Mehmet Paşa, discípulo del famoso Sinan -algo así al Frank Gehry de la época-, diseñó para la nueva mezquita una cascada simétrica de cúpulas y semicúpulas que culminan en una cúpula central de 23,5 metros de diámetro y 43 metros de altura. Estos elementos están sostenidos por cuatro enormes pilares que dominan el espacio interior. Desde el patio cubierto de mármol de Mármara, es desde donde mejor se puede apreciar la belleza del diseño de la Mezquita Azul.
La polémica de los minaretes
Cuando se supo que la nueva mezquita tendría seis minaretes, se criticó con fuerza al sultán. Decían que solo un presuntuoso podía igualar el número de minaretes de La Meca. Pero Ahmed I era alguien práctico y resolutivo, además que no le molestaba tirar de talonario, así que encontró una solución ingeniosa: ordenó la construcción de un séptimo minarete en La Meca, reafirmando su estatus como centro espiritual del Islam. Tal vez el sultán no pecaba tanto de presuntuoso como sí de soberbia.
Un interior impresionante
Tras todas las vicisitudes, problemas y sueños constructivos queda el edificio. Como decía Orhan Pamuk, la belleza de las mezquitas de Estambul está en el hecho de haber trascendido su época sin perder un ápice de su atractivo. Algo que es incuestionable al entrar dentro de la Mezquita Azul. La luz suave que atraviesa los vitrales, iluminando los patrones geométricos de los azulejos que decoran las paredes, junto a su cúpula central, transporta a los visitantes a 1617. Con un poco de imaginación aún se puede escuchar el eco del rezo del sultán el día de su inauguración.