El antropólogo francés David Le Breton, reconocido por sus investigaciones sobre el cuerpo, el silencio y la presencia, advierte sobre los efectos de la vida digital en la experiencia humana. En su último ensayo, «Desaparecer de sí», el pensador reflexiona sobre cómo las redes sociales, lejos de acercar a las personas, instauran una lógica de exposición permanente que reduce la capacidad de vivir el presente y genera nuevas formas de soledad.
“En lugar de habitar el mundo, hoy lo comentamos”, sentencia Le Breton. Y esa observación, que puede parecer abstracta, se verifica cada vez que una conversación se interrumpe para chequear notificaciones o se fotografía un momento antes de vivirlo. Según el autor, esta lógica genera una disociación con el propio cuerpo y con los vínculos: en lugar de compartir la experiencia, se performa para una audiencia invisible y dispersa.
Le Breton sostiene que los dispositivos móviles han transformado nuestra relación con el tiempo y el espacio. Vivimos en una “presencia ausente”, dice, en la que las personas se encuentran físicamente juntas, pero mentalmente dispersas. Esto impacta especialmente en la juventud, donde el imperativo de estar conectado se vive como una obligación emocional: no responder un mensaje puede ser interpretado como una agresión.
Pero el fenómeno va más allá de la ansiedad o el déficit de atención. El autor denuncia una erosión del silencio, de la capacidad de introspección y del contacto con uno mismo. “Hoy es difícil encontrar espacios de desconexión: en casa, en el trabajo, incluso en vacaciones, todo está atravesado por la lógica de la conexión”, advierte.
En su investigación, Le Breton recupera testimonios de jóvenes que sienten angustia al desconectarse o apagar el celular. Algunos reconocen que se sienten “vacíos” cuando no están en línea. Para el antropólogo, esta dependencia no es casual, sino estructural: responde a un modelo de consumo que capitaliza la atención como recurso económico. “El tiempo libre ya no es ocio, es un tiempo que las plataformas quieren monetizar”, afirma.
En paralelo, las redes sociales promueven una forma de identidad fragmentada y editable. La exposición constante obliga a construir versiones deseables de uno mismo, generando presión y malestar. Le Breton lo describe como una “autoexplotación emocional”, donde se busca la validación en likes y reacciones, perdiendo el vínculo genuino con el otro.
Frente a este panorama, el autor no propone una nostalgia del pasado ni una ruptura abrupta con la tecnología, sino una ética del uso. Recuperar el silencio, valorar la presencialidad y proteger momentos de desconexión se vuelven, en su visión, gestos de resistencia. “Es urgente reaprender a habitar el mundo con todos los sentidos”, concluye.