El ocio ha dejado de ser un momento de pasividad para transformarse en un espacio activo, inmersivo, muchas veces digital. Esta transformación se acelera con el ingreso masivo de la generación del baby boom a la jubilación, y se redefine por la irrupción de la inteligencia artificial, las plataformas de streaming, los videojuegos y las experiencias personalizadas.
En España, este grupo etario —que ya no se siente “viejo” y quiere seguir siendo protagonista— busca propuestas que combinen bienestar, tecnología y emoción. No se conforman con mirar, quieren participar. Y esa lógica se extiende también a los más jóvenes, que viven el ocio como una experiencia integral.
Desde el turismo sensorial hasta las apps que personalizan rutas culturales, todo apunta a que el producto ya no basta: hay que vivirlo. La economía de la experiencia impone nuevas reglas donde lo emocional pesa más que lo material. El recuerdo vale más que el objeto.
En ese contexto, los algoritmos cumplen un rol central: recomiendan, predicen, moldean la agenda del tiempo libre. Pero también invisibilizan opciones no comerciales, dificultando el acceso a propuestas alternativas o locales.
El ocio del futuro será híbrido, tecnológico, emocional y —probablemente— más excluyente. Porque donde hay más opciones, también hay más barreras. El desafío será garantizar el acceso universal al derecho a disfrutar.