El 20 de junio es, para millones de estudiantes en todo el país, el Día de la Bandera. Pero detrás de los actos escolares, los discursos y las juras, hay una historia que habla de una muerte silenciosa, casi anónima, que contrasta con el papel monumental que el fallecido ocupó en la historia nacional. Ese día de 1820 murió Manuel Belgrano, abogado, militar, diplomático, economista, periodista, pionero del feminismo y, sobre todo, patriota. Pero su deceso ocurrió en un país sumido en la anarquía, que tardó semanas en enterarse de la pérdida.
La escena es tristemente reveladora. Mientras en Buenos Aires se disputaban simultáneamente tres gobiernos provinciales distintos, Belgrano fallecía en una habitación prestada del convento de Santo Domingo. Enfermo de hidropesía, sin recursos, con un médico que apenas cobraba con un reloj como pago, y con un país que no encontraba su rumbo. Su hermano tuvo que costear el entierro, y el diario La Gaceta —que él mismo había fundado en 1810— no publicó ni una línea sobre su muerte.
En contraste con ese olvido inicial, el tiempo y la historia se encargaron de reivindicarlo. En 1938, por ley del Congreso Nacional, el 20 de junio fue establecido como Día de la Bandera, en homenaje a su creador. Así, cada junio, las escuelas de todo el país se llenan de celeste y blanco, y los niños juran lealtad a la enseña que Belgrano izó por primera vez el 27 de febrero de 1812 a orillas del Paraná, frente a las baterías «Libertad» e «Independencia».
La bandera y su contexto: un gesto audaz
La creación de la bandera no fue un simple acto simbólico. En el contexto de 1812, aún bajo la formal fidelidad al rey Fernando VII, izar una bandera propia era un acto de rebelión. Belgrano lo hizo de todos modos, convencido de que la revolución requería símbolos nuevos que unieran al pueblo. Eligió los colores del escarapela nacional, blanco y celeste, y en una carta al Triunvirato explicó: «Siendo preciso enarbolar bandera, la mandé hacer blanca y celeste conforme a los colores de la escarapela nacional».
La respuesta fue inmediata: el gobierno central, que aún buscaba evitar la ruptura total con la monarquía española, le ordenó bajarla. Belgrano, ya en camino al norte para hacerse cargo del Ejército del Alto Perú, no llegó a enterarse del reproche a tiempo. Pero ya había sembrado una idea que el pueblo haría suya.
Belgrano: un adelantado
A lo largo de su vida, Belgrano fue mucho más que el creador de la bandera. Estudió derecho y economía en Salamanca y Valladolid, y volvió al Río de la Plata con ideas iluministas que intentó aplicar desde el Consulado de Buenos Aires. Propuso fomentar la industria nacional, crear escuelas para mujeres, fundar bibliotecas, desarrollar la agricultura. En 1810 apoyó activamente la Revolución de Mayo, y aunque no era militar, se puso al frente de campañas clave como la del Paraguay y las batallas de Tucumán y Salta.
Durante el Congreso de Tucumán, en 1816, Belgrano propuso instaurar una monarquía constitucional con un descendiente de los incas como soberano, en un intento por reconciliar la identidad americana con la estructura política. Su propuesta fue desestimada, pero hoy es considerada una visión profundamente anticolonialista y americana.
Una vida austera, una muerte en la miseria
El final de Belgrano es uno de los más conmovedores de la historia argentina. Murió en la pobreza, sin honores ni reconocimiento. Solo años después comenzaron los homenajes. Recién en 1903, más de 80 años después, se inauguró el Monumento Nacional a la Bandera en Rosario, donde flamea una enorme insignia en su honor. El mausoleo que guarda sus restos, en el convento de Santo Domingo, fue inaugurado en 1902.
Paradójicamente, el país que lo dejó morir olvidado lo erigió después como uno de sus máximos héroes. Su retrato está en los billetes, su nombre en calles, plazas, provincias, escuelas y universidades. Y su bandera es el símbolo más poderoso de unidad nacional.
Actualidad y legado
Cada 20 de junio, Rosario se convierte en epicentro de los homenajes. Allí, frente al río Paraná, donde Belgrano izó por primera vez su bandera, se realiza el acto oficial con la presencia del Presidente de la Nación, alumnos de cuarto grado de todo el país, y una ceremonia de jura que renueva el vínculo entre el pasado y el futuro.
En los últimos años, el mensaje de Belgrano cobró nueva vigencia: la defensa de la educación pública, el desarrollo de la industria nacional, el fomento del conocimiento como motor del cambio. En tiempos de crisis, su figura aparece como un faro de ética, austeridad y compromiso. Es que Belgrano no hizo política para enriquecerse ni para perpetuarse en el poder. Murió como vivió: con sencillez, coherencia y patriotismo.
«Sin educación no hay patria», escribió alguna vez. Y quizás esa frase, más que la bandera misma, sea su mayor legado. Porque Manuel Belgrano no fue solo un creador de símbolos, fue un creador de ideas.