Eva Perón, quien sería una figura central y decisiva para garantizar el ingreso de las mujeres a la vida cívica y política de la argentina del siglo XX, nacía hace 105 años en el Oeste de la provincia de Buenos Aires.

en una vida tan corta como intensa, que se extendió por poco más de tres décadas, Evita, la esposa de Juan Domingo Perón, desarrolló un compromiso con los menos favorecidos que le permitió perdurar en la memoria del pueblo peronista como “la abanderada de los humildes”.        

María Eva Duarte nació en la localidad bonaerense de Los Toldos el 7 de mayo de 1919, fruto de la relación entre el estanciero extramatrimonial entre el estanciero Juan Duarte y Juana Ibarguren, una puestera de esa zona aledaña a la ciudad de Junín.

Existen dos versiones sobre el nacimiento de Eva Perón: una sostiene que su madre la dio a luz en Junín, donde recibió atención médica ante un embarazo que presentaba dificultades, y otra consigna que el alumbramiento se produjo en una zona rural del partido de General Viamonte, más precisamente en la estancia La Unión, propiedad de Duarte y cercana a la localidad de Los Toldos.         

Cuatro años después de la muerte de Juan Duarte, Juana debió abandonar su vivienda en las tierras del estanciero para radicarse en Junín con Eva y sus otros cuatro hermanos, Juan, Blanca, Erminda y Elisa.

En 1935, Evita, quien ya mostraba sus dotes artísticas, decidió viajar a Buenos Aires, donde iniciaría una carrera al participar en películas y radioteatros.

Su vocación política y social se manifestó en los primeros años de la década de los ’40, al participar de la fundación de la Asociación Radial Argentina (ARA), una entidad gremial que supo presidir.

Con el propósito de recaudar fondos para las víctimas del terremoto de San Juan (1944), la Secretaría de Trabajo y Previsión, encabezada por el entonces cada vez más influyente coronel Juan Domingo Perón, organizó un festival artístico en el Luna Park.

Es allí donde el militar, figura central del movimiento que el 4 de junio de 1943 tomó el poder, conoció a la joven actriz, con la cual inició una relación.

La pareja se conoció en un festival artístico organizado por la Secretaría de Trabajo y Previsión, que conducía Perón, en el Luna Park para recaudar fondos para las víctimas de un terremoto ocurrido en 1944 en San Juan.   

Perón y Eva convivían antes del 17 de octubre 1945 y poco después de esa gran movilización obrera, que permitió la liberación del ascendente coronel, se casaron por civil y poco después por Iglesia.

Luego de las elecciones de 1946 y de la asunción de Perón como presidente constitucional, Evita asumió un papel relevante dentro del nuevo gobierno, al asumir la defensa de los derechos de las mujeres. Fundó además el Partido Peronista Femenino y fue clave para la instauración de nuevos sindicatos.

En enero de 1950, Eva fue operada de apendicitis y en esa intervención se detectaron los primeros síntomas del cáncer de cuello uterino que la aquejaba, según contaron años más tarde los médicos Oscar Ivanisevich y Abel Canónico.

Esa afección, más las presiones políticas de aquellos que no veían con buenos ojos su figura, determinaron el histórico renunciamiento de Evita a la candidatura de vicepresidenta. 

Aconteció en el marco de un multitudinario acto que la CGT organizó el 22 de agosto de 1951 en la Avenida 9 de Julio, al que asistieron dos millones de personas.

El 11 de noviembre de aquel año las mujeres argentinas votaron por primera vez en elecciones libres, en las que la fórmula integrada por Perón y Hortensio Quijano se impuso con el 63,40 por de los votos.


Con su salud deteriorada, Evita sufragó desde su lecho de enferma en un hospital de la localidad de Avellaneda y la noción de que su final estaba cerca comenzó a ganar fuerza entre los simpatizantes del peronismo.

El escritor David Viñas, entonces un joven de 22 años, fue fiscal de la UCR en esa jornada y presenció el único voto que Evita formuló en su vida.

«En el momento de producirse el sufragio estaba el periodismo. Eva pide que ingrese el fotógrafo. Así se hizo. Pusieron una silla, ella se sentó. Ese es el momento que quedó registrado», evocó hace unos años el escritor en una nota que se publicó en la agencia Télam.

Una fiscal le acercó la urna y Evita, quien había sido operada recientemente, ejerció su derecho cívico. «Ya voté», dijo lacónica y lloró de modo contenido ante Perón, los funcionarios de su gobierno y las autoridades de mesa.

«En el lugar en el que se votó era cómo un friso, en el que estaban retratados los grandes alcahuetes y Eva, sonrosada, como si fuera una muñeca. Cuando salimos a la calle, llovía. Había decenas de mujeres con la cabeza cubierta con un pañuelo que se parecían las Madres de Plaza de Mayo. Ese era el pueblo», contó el autor de «Los Dueños de la Tierra» en una entrevista, en la que aclaró que «era contrera, pero no gorila».

Aunque se intentó minimizar el avance de la enfermedad de Evita, en las reparticiones públicas se colocaban ya bustos que la exaltaban y algunos lugares del país comenzaron a llevar el nombre de la primera dama.

Así, el 20 de julio, la CGT organizó una misa en el Obelisco para pedir por la salud de quien en esos días había sido declarada como «la Jefa Espiritual de la Nación».

«Anoche hice un examen de conciencia y estoy tranquila con Dios. Yo no hice otra cosa que atender a los pobres, a los trabajadores, y quererlos y trabajar fanáticamente por Perón. ¿Qué mal puede haber en eso? Si alguna falta he cometido en mi vida, con estos dolores ya he pagado suficiente», le confió Evita a Perón en medio de la dolorosa convalecencia que la aquejaba en esos grises días de julio, según contó el líder del justicialismo en el libro «Del poder al exilio».

«Yo no hice otra cosa que atender a los pobres, a los trabajadores, y quererlos y trabajar fanáticamente por Perón. ¿Qué mal puede haber en eso? Si alguna falta he cometido en mi vida, con estos dolores ya he pagado suficiente»

El propio Perón narró que un día antes de morir, Evita le dijo en un susurro que salía de su cuerpo ganado por la metástasis: «No abandones nunca a los pobres, Juan, son los únicos que saben ser fieles».

Eva, de apenas 33 años, entró en coma el 26 de julio, en horas de la mañana y, según la historia oficial, su deceso se produjo a las 20.25, y poco después de una hora, el locutor Jorge Furnot le confirmaba la triste noticia al país por la cadena nacional.

«Cumple la Subsecretaría de Informaciones de la Nación el penosísimo deber de informar al pueblo de la República que a las 20.25 horas ha fallecido la señora Eva Perón, Jefa Espiritual de la Nación», puntualizó el comunicado.

Se declaró entonces un duelo que se extendió hasta el 11 de agosto, y hasta ese día no hubo funciones de cine, teatro, ni tampoco espectáculos deportivos, mientras las radios transmitían música sacra.

Los restos fueron velados primero en el Ministerio de Trabajo, y luego trasladados al Congreso Nacional, por donde desfilaron durante días cientos de miles de personas para despedir a la mujer que había entregado los mejores años de su vida a su tarea social y política.

Luego, su cuerpo sería depositado en la sede de la CGT, en la calle porteña Azopardo, donde el médico español Pedro Ara le dio un tratamiento para embalsamarlo a la espera de que se le construyera un mausoleo, algo que la caída del peronismo frustró.

Tras el golpe de Estado perpetrado en septiembre de 1955, el cadáver de Evita fue secuestrado y peregrinó durante años por distintos lugares, hasta que recibió sepultura con la falsa identidad de una monja (María Maggi de Magistris) en un cementerio de Milán, Italia.

Recién en 1971, los restos de «Esa mujer», como la designara Rodolfo Walsh en un cuento de su autoría, fueron entregados por agentes del entonces Servicio de Información del Ejército (SIE) a Perón en España, donde se encontraba exiliado.