El politólogo Alain Rouquié (Francia-1939) aborda en «El siglo de Perón. Ensayo sobre las democracias hegemónicas» la permanencia del peronismo en el poder durante 70 años, el estatus revolucionario de las medidas adoptadas por Juan Domingo Perón, el odio de los que se sintieron excluidos, y la resignificación del movimiento como un fenómeno que tuvo réplicas similares en América Latina.
Rouquié analiza el origen del peronismo unido a democracias hegemónicas, que se caracterizan por sistemas que se rigen por el culto al líder en el marco de elecciones libres, pero poco apego al sistema democrático.
El autor, que fue embajador en Brasil y México y también escribió «Poder militar y sociedad política en la Argentina», dialogó sobre este nuevo libro, editado por Edhasa.
-¿Por qué le interesó escribir sobre el peronismo?
– Alain Rouquié: Cuando decidí hacer una investigación sobre América Latina con una beca al final de mis estudios vine a la Argentina, donde se hablaba del desarrollismo de Frondizi y si bien me interesaba, me di cuenta de que el concepto de desarrollismo no era importante, sino que los temas importantes eran los militares y el peronismo. Entonces hice mi tesis sobre los militares y la política.
Había una biblioteca tan abundante sobre el peronismo que me pareció que no era interesante agregar un libro más, hasta que aparecieron regímenes en America latina que tenían ciertas afinidades con el peronismo.
-Usted tiene una visión crítica del peronismo, ¿qué rescata de este movimiento político que perdura hasta nuestros días?
– A.R.: He sido muy benévolo con el peronismo y por eso me han criticado. El peronismo inicial hizo algo que es imprescindible para una sociedad moderna, que fue crear el Estado social, que no existía antes, pero lo creó desde una dictadura militar, cuando Perón era secretario de Trabajo. Por eso la peculiaridad del peronismo y de la Argentina es que el Estado social fue creado por una dictadura. De ahí nació un movimiento basado en esa herencia social positiva y hasta revolucionaria, porque el estatuto del peón rural fue una revolución, la legislación para empleadas domésticas fue una revolución, así como las jubilaciones y las vacaciones que no existían hasta ese momento. Eso creó el antiperonismo, creó un odio tremendo -que se disfrazó de una ética y una estética- y dejó al descubierto que había clases sociales que tenían privilegios y otras que no tenían ningún beneficio social.
– Usted dice que el peronismo como una de estas democracias hegemónicas eligen a un líder y a un enemigo externo, ¿No considera que la oligarquía era un enemigo real del peronismo?
– A.R.: Estas democracias necesitan que el adversario sea el enemigo, que el adversario sea expulsado de lo que representa la mayoría popular, porque el verticalismo del líder no puede funcionar si no hay un enemigo. En el gobierno de Perón, la oposición no se limitaba a las elites representada en los latifundistas y los grandes industriales. Lo que Perón concitó como rechazo abarcaba la clase media que se sentía discriminada en relación a los obreros. Por ejemplo, los maestros veían que recibían un aumento del 3 o 4 por ciento, mientras que el incremento para los obreros era del 20 o 30 por ciento. La idea era inaceptable y los acercaba al pensamiento de las elites tradicionales, sino cómo se entiende la Unión Democrática donde los socialistas o comunistas apoyan a los conservadores y viceversa.
-Ahí lo que habría que ver cuál era el sueldo de los docentes y de los obreros, tal vez era muy inferior.
– A.R.: No se trata del sueldo absoluto, sino que los aumentos de sueldo que aparecieron antes del 50 eran superiores para los obreros, aunque se partiera de un nivel muy bajo, por eso la imagen que tenía la clase media era que estaba mal y que estaba mejor el obrero. De esa manera se podía manipular la imagen de Perón por quienes querían que desapareciera. Perón alimentó el antiperonismo y el antiperonismo fortaleció al peronismo. Si no fuese por la torpeza del antiperonismo, el peronismo no hubiera durado tanto tiempo.
– En la Argentina se ha identificado en los últimos años el gobierno de Néstor Kirchner y de Cristina Fernández con los gobiernos de Venezuela, ¿qué opinión tiene al respecto?
– A.R.: Si bien durante el gobierno de los Kirchner se podían percibir ciertos aspectos de democracia hegemónica, nunca fue hegemónica. La prueba de ello es que Néstor Kirchner terminó su mandato y se fue. Kirchner tenía excelentes relaciones personales con Chávez y además Venezuela ayudó financieramente a la Argentina, pero no son gobiernos que se puedan comparar ni mucho menos. La democracia hegemónica no es un todo, es un proceso, hay países que llegan a una perfecta democracia hegemónica como el caso de Venezuela y Perón durante la primera presidencia. Una de las características de las democracias hegemónicas es ser plebiscitaria: Chávez tuvo una consulta electoral por año; más plebiscitario que eso no existe. También una de las características de esos gobiernos que se consideran transformadores y refundadores es que el líder carismático tiene que quedarse en el poder. Y Chávez hizo un referéndum -que ganó en dos instancias- para ser reelegido indefinidamente, lo que es bien hegemónico pero poco democrático, así que la diferencia es evidente.
– ¿Qué consideración tiene del actual gobierno de la Argentina?
– A.R.: No tengo ninguna opinión sobre lo que no he estudiado, hablo de lo que conozco. Me parece que tiene buena imagen en el exterior, y mala opinión dentro del país.
-En un mundo regido por la leyes del mercado, ¿qué sucede con las democracias y el debilitamiento del Estado?
– A.R.: Es el problema de la transición, se busca mantener dentro de lo que se pueda el estado social en condiciones adversas, con las fronteras abiertas y países como los asiáticos cuyos costos de producción son más bajos que los nuestros. Después de la Segunda Guerra se establece el estado social, que es cada vez más progresista y generoso en base a una economía nacional. Cuando se globaliza la economía surgen el desempleo, la desaparición de sectores industriales, la competencia en el mundo entero de sectores que antes estaban protegidos. Hay una situación nueva que explica la aparición de grupos políticos antisistema como el Frente Nacional en Francia y otros grupos en Italia y Alemania. Además, están los movimientos de inmigrantes, porque la globalización también supone intercambio de gente, y en el caso de Francia haber sido un país colonizador tiene su precio, su contrapartida: porque los que llegan fueron colonizados por nosotros, y tienen derecho de estar en nuestros países, porque nosotros fuimos a los suyos.
– En el libro usted se pregunta si ante el nuevo ordenamiento del mundo actual podrían surgir gobiernos similares al peronismo en algunos países de Europa, ¿cómo describe esa situación?
– A.R.: Hay algunos países que se están deslizando hacia democracias hegemónicas como Hungría y Polonia, y para nosotros es bastante inquietante, porque en la Unión Europea hay reglas de consolidación de la democracia. Y esos gobiernos que pertenecían al campo soviético reciben mucho de la Unión Europea y por lo tanto tienen que aceptar la disciplina democrática. En Polonia el gobierno está tratando de controlar la Corte Suprema y los medios de comunicación, y eso no corresponde al modelo de la Unión Europea. Es cierto que son países que no han tenido nunca o casi nunca gobiernos democráticos, pero al mismo tiempo es un país que tiene el crecimiento más fuerte de Europa, una prosperidad económica que nosotros no tenemos, y estos son los desafíos a los que tenemos que responder.