En su libro «Chicos de Varsovia», la periodista Ana Wajszczuk fusiona la crónica y el ensayo para recuperar uno de los movimientos de resistencia más impactantes de la historia polaca -el llamado Levantamiento de Varsovia (1944)- en una doble operación que por un lado intercepta un fragmento de la historia de sus antepasados y, al mismo tiempo, posiciona a la memoria como un capital en permanente disputa.
Ahí donde el heroísmo puede funcionar también como estrategia de supervivencia o reflejo irracional se levanta este episodio que sublevó a miles de jóvenes polacos que hace exactamente 73 años salieron a las calles con el propósito de socavar al ejército nazi a las órdenes de Hitler. Fueron 63 días de resistencia que culminaron con 200.000 muertos y miles de insurgentes eyectados a otros territorios, entre ellos la Argentina.
A diferencia del Gueto de Varsovia, que fue tempranamente evocado a nivel internacional, la historia del llamado Levantamiento es casi desconocida por fuera de los límites de Polonia, pese a que fue la rebelión más sangrienta contra el nazismo. «Es casi desconocida porque el AK, el ejército clandestino y nacionalista, prodemocrático y conservador a la vez, había interferido en los planes de dominación de Stalin, como pulgas insidiosas en el lomo de un mastín», narra Wajszczuk en «Chicos de Varsovia».
Editora y periodista, la autora sabía por relatos fragmentarios que Antoni, Basia y Wojtek -primos de su abuelo paterno- habían perdido la vida en esa gesta. Sin demasiados detalles sobre los pormenores de sus muertes -que aún hoy siguen revestidas de enigma- decidió reconstruir ese itinerario con la ayuda de su padre, a quien le propuso oficiar de traductor a cambio de entregarle una reconstrucción de esos retazos difusos en la cartografía familiar.
«Chicos de Varsovia» (Sudamericana) funciona como una reinversión de la saga familiar tradicional en la que un padre transmite su legado a los hijos: aquí no hay un relato guiado por la evocación del patriarca sino una reconstrucción trazada por cartas y relatos en tercera persona que sirven para articular la memoria social y familiar de un hito que, a siete décadas de su acontecimiento, genera debates sobre la manera de recuperar el pasado.
– Proponés una reconstrucción de la resistencia polaca leída desde otro tiempo y desde otra lengua ¿Cuál fue el peso de esas interferencias linguísticas y temporales durante el proceso de investigación?
– Ana Wajszczuk: El peso fue mucho y lo quise dejar explícito, un poco para ponerme en el lugar del lector, para acompañarlo en ese viaje a un tiempo ido, en un idioma desconocido. Yo sabía desde el vamos que iba a buscar una Varsovia que solo podía reconstruir a jirones, en mi mente. Había decenas de libros sobre el tema que no podía leer por desconocer el idioma, una cultura diferente, y setenta años de distancia. Eso me pesaba mucho, sobre todo porque quería escribir algo que pudiera ser leído allá y tuviera rigor histórico y periodístico. Pero me di cuenta de que al explicitar la distancia, sin dejar de lado ese rigor, podía volver al libro algo que un lector quisiera acompañar y se sintiera identificado.
-¿En qué medida esta circunstancia de ser la hija quien le cuenta a su padre la historia de sus antepasados instala una lectura sobre la memoria como una operación circular antes que unidireccional?
– A.W.: Hay un planteo subyacente: ¿qué es la memoria? ¿A quién le pertenece? Porque en su condición de relato, la memoria es también una ficción. Me fascinaba ese vaivén entre lo que iba reconstruyendo y lo que era imposible de saber. La realidad tiene más vericuetos que lo verosímil. Me fascinan las complejidades del relato de la memoria. Por lo que decís de estructura circular, pero también la disputa de poder -a la manera foucaltiana- sobre quién tiene derecho a hablar en su nombre.
– Hay una frase de un oficial SS que citás en el texto: «Ustedes los polacos son una gente extraña. En ningún lugar del mundo hay otra nación que tenga tantos héroes y tantos traidores». ¿Por qué creés que se dio este antagonismo tan notable?
– A.W.: Esa frase la usé a propósito de otro motivo de debate que es la complicada relación entre judíos y católicos en Polonia. Para muchos judíos, los católicos fueron antisemitas y colaboradores. Para muchos católicos, los judíos fueron colaboradores de los soviéticos y montaron una campaña antipolaca. Ninguna de las dos cosas se ajusta a la realidad, que es mucho más complicada que eso. Pero creo que es fácil generalizar porque en Polonia vivía la mayor comunidad judía de Europa, estaba la mayor cantidad de campos de exterminio nazis, la pena de muerte por ayudar a un judío no existía en ningún país ocupado más que en Polonia, y es fácil solo por una cuestión demográfica que los relatos de lo peor y lo mejor que llegan a nuestros días se concentren en ese país.
-¿Qué fue lo que llevó a tantos jóvenes polacos a suponer que podrían contrarrestar la impacable embestida nazi?
– A.W.: Hay que tener en cuenta que fue una generación nacida y criada en un momento muy especial para Polonia: después de 125 años de no existir, partida entre tres imperios, Polonia había recuperado su soberanía en 1918, apenas 21 años antes de que estallara la Segunda Guerra y volviera a desaparecer como país, ocupado por los nazis. Por otro lado, cinco años de ocupación brutal, la más brutal impuesta por los nazis en un país ocupado, también había generado en esos jóvenes, en general de clase media-media alta, educados, unas ganas irrefrenables de hacer algo. Exceso de confianza y subestimación del enemigo, si acaso, tuvieron los oficiales y militares de carrera que los comandaron: había señales claras de que los Aliados no los iban a ayudar y Stalin menos.
– ¿Cómo fue la reinserción de esos 150 sobrevivientes polacos que llegaron a la Argentina a fines de los 40?
– A.W.: En general, todos llegaron a la Argentina como si hubieran aterrizado en otro planeta. Ni las costumbres ni el idioma ni la comida era similar a Polonia. La mayoría se concentró en sobrevivir: conseguir un trabajo, aprender el idioma, criar a los hijos. Muy pocos tuvieron esperanzas de volver: mientras el comunismo estuviera en el poder -recordemos que ellos eran parte de un ejército patriótico y nacionalista- , aún cuando los peligros por ser del AK fueron quedando atrás a partir de los años 70, el miedo pero más aún la congoja por ver a su país dominado por su enemigo histórico hizo que muchos incluso no quisieran volver. La mayoría volvió de visita un par de veces. Pero Polonia ya no era su país. Y en la Argentina nacían sus hijos.