A una semana de volver a convertirse en oposición, los sectores que componen el peronismo iniciaron un proceso de reacomodamiento interno para definir roles y enfrentar los primeros meses de gobierno de Javier Milei con una combinación de distancia, rechazo y negociación en temas institucionales, mientras se inicia una disputa por el nuevo liderazgo dentro del PJ.
El efecto de la derrota produjo un impacto en el mapa peronista porque el triunfo de Javier Milei fue por una magnitud inesperada y los efectos de la sacudida aún persisten: el gran aparato electoral que supo ser el justicialismo se siente herido y busca recomponerse, y aunque sabe que será complejo tampoco lo ve imposible.
En los 40 años de democracia el PJ supo perder en varias oportunidades, principalmente en el inicio de este período de la mano del radicalismo encabezado por Raúl Alfonsín.
Sin embargo, en estos días, a la derrota en las urnas -que puede leerse como circunstancial, producto de un contexto, y por lo tanto reversible- se le suma que puertas adentro del peronismo existe la convicción de que se realizó un Gobierno que no supo cómo superar la crisis de deuda heredada de la administración anterior.
A esas dificultades y las internas propias se le agregaron los efectos de una pandemia; la guerra entre Rusia y Ucrania, con sus consecuencias sobre los precios de combustibles y alimentos; y la sequía.
Con un alto índice de inflación y en los niveles de pobreza, la meta de todo Gobierno peronista -la justicia social- quedó en deuda, incluso a pesar de haber logrado sostener la actividad económica y el nivel de empleo en contextos muy desafiantes.
Se descuenta que el debate sobre la responsabilidad de ese resultado será en los próximos meses un tema de debate entre los distintos espacios del frente oficialista que presidió Alberto Fernández, secundado por la vicepresidenta Cristina Fernández de Kirchner, y con un alto protagonismo en la recta final del mandato del ministro de Economía y candidato, Sergio Massa.
En ese contexto, la primera reacción tras la derrota volvió a ser la misma que mostró en el pasado frente a circunstancias parecidas, como con el resultado de las elecciones presidenciales de 1983: la orden no escrita parece ser replegarse y esperar a que se aplique el modelo económico del Gobierno entrante,
Entretanto, los peronistas que tienen obligaciones en las gobernaciones y los municipios, o que conducen sindicatos y movimientos sociales, tienden puentes con el nuevo oficialismo para tratar de garantizar la convivencia y el funcionamiento cotidiano de las estructuras.
Entre reuniones distendidas que dejaron atrás los roces de campaña, una voz marcó un aviso al oficialismo entrante: «Seremos oposición y vamos a defender lo que nosotros somos e hicimos porque la recuperación de la industria nacional no fue magia».
Así lo advirtió Axel Kicillof en una conferencia de la UIA, con el detalle de haber sido uno de los pocos dirigentes peronistas de relevancia que se colgó la medalla de ganador al renovar con un gran respaldo popular su mandato en la provincia de Buenos Aires, madre de todas las batallas por su peso en el padrón nacional (37% aproximadamente).
Con ese pergamino, Kicillof asoma para algunos sectores como la figura principal de cara al próximo periodo de renovación que tendrá el justicialismo reorganizándose para las elecciones presidenciales de 2027; sin embargo, propios y extraños aclaran que «falta mucho para iniciar esa discusión»; esta vez no se hizo en la sede del Consejo Federal de Inversiones (CFI), donde se hacen naturalmente.
Con Kicillof en un lugar de anfitrión y con mayor centralidad, el resto de los gobernadores del peronismo coincidieron en la necesidad de que haya una renovación en el partido, tanto de algunas ideas, objetivos a representar, como también de dirigentes.
«Tenemos que ir con calma hacia una renovación en el PJ nacional y encontrar la forma de ser una oposición seria y construir una alternativa que sea atractiva también a las nuevas generaciones, que dé una solución a las demandas actuales», consideró el gobernador saliente de Entre Ríos, Gustavo Bordet, quien adelantó que en los primeros meses del próximo año habrá elecciones partidarias en esa provincia.
‘Renovación’, es un lema conocido por el peronismo que supo dejar atrás la conducción de la expresidenta Isabel Martínez de Perón, Ítalo Luder y Vicente Saadi en los inicios de los ’80 para dar paso a figuras como el bonaerense Antonio Cafiero y el riojano Carlos Menem, quienes luego protagonizarían en 1988 la última gran interna del PJ previo a una elección presidencial.
Hoy, en el fragmentado mapa del PJ, no surge una figura asociada a la bandera de esa ‘renovación’ pero sí hay dos dirigentes que, por edad, experiencia y por el rol que ocupan, se proyectan a la cabeza de la reorganización o reagrupamiento del justicialismo: son Kicillof y el gobernador electo de Córdoba, Martín Llaryora.
Lejos, muy lejos, de la comparación con las figuras de Cafiero y Menem, Kicillof y Llaryora emergen como las posibles figuras del PJ para 2027.
El cordobés llega de la mano de uno de sus mentores: el actual mandatario de Córdoba, Juan ‘Gringo’ Schiaretti, quien ya avisó que pondrá toda su experiencia para que «el peronismo se modernice y nunca más caiga en manos del kirchnerismo».
En el caso de Schiaretti, un punto no menor ya hizo ruido en las filas del peronismo: su propia participación en el gobierno de Javier Milei, a través de varios de sus funcionarios de confianza.
«Si el ‘Gringo’ quiere renovar el peronismo no puede apoyar y participar del Gobierno de Milei. Es un error táctico y no puede contar con nosotros para eso», analizó uno de los más experimentados gobernadores justicialistas al salir de la reunión en el Bapro.
Otro de los mandatarios con un alto mando en el PJ le apuntó a Kicillof por su trayectoria inicial, ajena a las estructuras tradicionales del peronismo: «Axel es marxista. No es peronista», remató.
En esas palabras emergió lo quisieran algunos dirigentes cuando mencionan la tan mentada renovación: dejar atrás la conducción de Cristina Fernández de Kirchner.
En cualquier caso, la propia expresidenta señaló en varias oportunidades que su deseo es «seguir siendo siempre militante política», pero alejada «del centro de la escena».
Esa definición fue leída como un rechazo al pedido que le hacían muchos representantes del kirchnerismo, quienes le insistían con que fuera candidata a presidenta.
Lejos de ese operativo clamor, la propia Cristina Kirchner alentó a las nuevas generaciones a «tomar el bastón de mariscal».
Con Cristina Kirchner en ese lugar intermedio, con un creciente bajo perfil, Kicillof tendría espacio para construir aquella «nueva música» que esbozó durante la campaña y que provocó una réplica desde figuras de La Cámpora.
En el corto plazo, la organización camporista se concentrará en la gestión de los municipios bonaerenses que ganó este año (Lanús, con Julián Álvarez, y Hurlingham, con Damián Selci, son los principales) o que ratificó holgadamente, como Quilmes, con Mayra Mendoza.
En tanto, el caso del presidente Alberto Fernández es muy especial porque termina su mandato de cuatro años frente al Ejecutivo nacional con mucho desgaste y cuestionamientos internos: el jefe de Estado saliente, de todos modos, se propone aportar a la renovación dirigencial del peronismo.
A pesar de que muchos consideran que Fernández debe renunciar a la presidencia del PJ nacional, el único que lo expresó a viva voz fue el intendente del municipio bonaerense de Esteban Echeverría, Fernando Gray.
El jefe comunal pidió también el alejamiento de Máximo Kirchner de la presidencia del justicialismo bonaerense.
Otra realidad es la del excandidato Sergio Massa porque en el peronismo le reconocen su trabajo en la campaña como también su hiperactividad y compromiso en el último tramo del Gobierno.
Algunas versiones sostienen que Massa tendría pensado irse un tiempo del país, para quedar vinculado con la realidad argentina solo a través de sus equipos técnicos, organizados en la Fundación Encuentro y el Frente Renovador; otras voces descreen de que vaya a retirarse de la escena, incluso por poco tiempo.