En el sur de Francia hay ciudades que exhiben siglos de historia y que guardan la esencia de la Europa medieval, la grandiosidad renacentista o el refinado clasicismo. Pasear por sus calles es una delicia donde dejarse sorprender por cada piedra, río, puente o plaza que se cruce en el camino. Reconocidas en el selecto club de ciudades Patrimonio de la Humanidad, no sólo destacan por su monumentalidad, sino también por desprender esa atmósfera tan francesa de la joie de vivre: el gozo de vivir y viajar.
Fuente: Viajes National Geographic

Aviñón: la ciudad de los papas
Conocida como “la Roma del norte”, esta ciudad del sur de Francia fue el epicentro de la cristiandad a lo largo del siglo XIV, cuando el papa Clemente V escapó de la, por entonces, peligrosa Roma, para refugiarse en la Provenza. Queda como testimonio arquitectónico de aquella edad de oro como sede pontificia la plaza el Palacio de los Papas, rodeada de murallas medievales, en el centro de la ciudad, declarada Patrimonio de la Humanidad.
Tras la marcha de Gregorio XI, el último de los papas, habrá que esperar hasta el s. XIX para que la capital de Vaucluse vuelva a tener la misma población que alcanzó en la Edad Media. Hacia la ribera del Ródano, el puente de Saint-Bénézet se alza como un símbolo legendario. Como describió Stendhal en sus memorias viajeras, Aviñón sigue teniendo una atmósfera que la hermana con las ciudades italianas y que ha inspirado a tantos y tantos artistas. Aunque fue en Aviñón donde Petrarca vio por primera vez a Laure de Noves y solo eso sería razón suficiente para ser Patrimonio de la Humanidad.

Burdeos: Reflejos de luz y vino
El Puerto de la Luna, como se conoce a la ciudad por la curva que forma el río Garona, es un espejo urbano lleno de encanto e historia. Declarada Patrimonio de la Humanidad en 2007, comenzó su esplendor durante el Siglo de las Luces, con un trazado que venía a celebrar los ideales puros de la razón y del progreso en la época. La clásica Plaza de la Bolsa resplandece ahora al reflejarse en el “Miroir d’Eau”, donde los niños juegan entre surtidores de agua que se convierte en una neblina mágica al caer el sol, como si la ciudad levitara desde el pasado para llegar a la contemporaneidad.
El popular Pont de Pierre que conecta ambas orillas del río, recuerda a todos la historia que Burdeos protagonizó como puerto comercial. De aquí zarpaban y llegaban los barcos con las ricas mercancías que alimentaban el vibrante comercio de la ciudad, convirtiéndose al fin en cuna del famoso vino bordelés que la sitúa hoy entre las capitales mundiales del vino.

Carcasona: sueños medievales
Rodeada por murallas dobles levantadas en el siglo XIII, la imponente Cité de Carcasona es la ciudad medieval más grande de Europa, además de una de las más bellas. Situada en el corazón del místico Languedoc, el toque fantasioso del que hizo gala en su restauración Viollet-le-Duc, hizo de ella el castillo perfecto para un cuento de hadas.
Aunque su historia es mucho más cruenta, pues en plena cruzada contra los albigenses, la ciudad sufrió un cruel sitio de los cruzados de Simón de Montfort. Entre sus esbeltas murallas, las calles y plazas adoquinadas trasladan a la Edad Media, destacando con sus maravillosas vidrieras la basílica de Saint-Nazaire. En la coqueta plaza de Auguste Pierre, podemos tomar un respiro de la vibrante Rue Cros Mayrevieille.

Lyon: un corazón de cultura y sueños
Desde la época en la que fue capital romana de la Tres Galias, Lyon ha protagonizado un papel vital en la historia de Europa. Cuna de auténticos visionarios como el escritor Antoine de Saint-Exupéry y los hermanos Lumière, cuya casa-museo es una de las visitas imprescindibles, la ciudad es Patrimonio de la Humanidad desde 1998. Es una maravilla hacer el flâneur por sus calles de espíritu medieval, en el Vieux Lyon, donde los “traboules” se abren como maravillosas aventuras secretas entre patios y edificios.
Lyon es una constante mezcla entre lo moderno y lo histórico, donde caben desde los murales hasta la catedral de San Juan Bautista con el fabuloso reloj astronómico que guarda en su interior. Hay que subir hasta la basílica de Notre Dame de Fourvière, en lo alto de la colina de Fourvière para tener las mejores vistas de la ciudad y comprender cómo su emplazamiento, entre el Ródano y el Saona, la convirtió en tan importante para el mundo romano.

Albi: entre la fe y la originalidad
La “ciudad roja” es el apelativo incuestionable para esta urbe atravesada por el río Tarn, en el sur de Francia. Declarada Patrimonio de la Humanidad en 2010, es una joya del gótico. Su bellísima catedral de Sainte-Cécile, la más grande del mundo construida en ladrillo y verdadera fortaleza en sí misma, y el Palacio Episcopal de La Barbie, guardan la memoria de cuando Albi representaba el poder espiritual de la iglesia católica tras las cruzadas contras los cátaros.
La bóveda azul de la catedral es un fulgurante contraste al rojo de una ciudad que sí ha cambiado, pero en esencia, sigue siendo aquella del siglo XIII, con sus callejuelas dominadas por los tonos de los originales ladrillos fabricados in situ. Basta para comprobarlo pasear dilatando el tiempo por sus cuatro barrios medievales, le castelviel y el castelnou; Saint Salvi en forma de anillo y, finalmente, los Coombs, con su imponente Puente Viejo.