Cada 7 de junio, la Argentina homenajea a quienes ejercen el periodismo, en recuerdo del primer diario fundado por Mariano Moreno. En medio de despidos, discursos de odio y transformaciones tecnológicas, la profesión busca reinventarse sin perder su esencia: contar lo que pasa con rigor, sensibilidad y compromiso.

La fecha no es casual: un 7 de junio de 1810, apenas semanas después de la Revolución de Mayo, Mariano Moreno fundaba la Gazeta de Buenos Ayres, primer periódico oficial del gobierno patrio. Aquella publicación nacía para comunicar decisiones políticas, defender ideales y formar ciudadanía. Más de dos siglos después, en un país con miles de medios, plataformas digitales y redes sociales que informan (y desinforman) en tiempo real, el Día del Periodista sigue siendo una oportunidad para pensar el oficio y su lugar en la democracia.

En la Argentina de 2025, marcada por una crisis económica persistente, cambios tecnológicos acelerados y una fuerte polarización política, el periodismo enfrenta múltiples desafíos: desde la pérdida de empleos y el cierre de medios hasta el deterioro de las condiciones laborales, el descrédito social y la violencia simbólica —y en ocasiones física— contra quienes informan.

Pero también hay resistencia, reinvención y apuestas por nuevos formatos que combinan investigación, datos, narrativas visuales y periodismo colaborativo. Porque si algo queda claro es que, aún con todo en contra, el periodismo sigue siendo necesario.

Un oficio con historia

Desde la Gazeta de Moreno hasta los grandes diarios impresos, las radios barriales, los canales de noticias, los portales autogestionados, los pódcast, las agencias, los newsletters y los hilos de Twitter, el periodismo argentino ha sido protagonista —y a veces víctima— de los grandes momentos del país.

Fue testigo de dictaduras, denunciante de corrupciones, amplificador de voces silenciadas, reproductor de estigmas, constructor de sentidos. Fue premio Nobel de la Paz con Adolfo Pérez Esquivel, pero también listas negras, censura y papel prensa. Fue las coberturas de Malvinas, la foto de Cabezas, los Panama Papers, los 14 rounds de Bonavena y las crónicas de Walsh, que escribió: “Nuestras clases dominantes han procurado siempre que los trabajadores no tengan historia, no tengan doctrina, no tengan héroes ni mártires (…) El periodismo es libre o es una farsa.”

¿Qué significa hoy ser periodista?

En un tiempo donde cualquiera con un celular puede “subir una historia”, el periodismo profesional busca diferenciarse por su rigor, verificación y sentido crítico. Pero eso no siempre alcanza para sostener el trabajo. Hoy, muchos periodistas se ven obligados a tener múltiples empleos, hacer changas de redes, vivir como freelancers o combinar la profesión con otros oficios.

Según un relevamiento reciente del Sindicato de Prensa de Buenos Aires (SiPreBA), 7 de cada 10 trabajadores de prensa están por debajo de la línea de pobreza, y más del 60% no tiene un empleo formal. Las mujeres y diversidades, además, enfrentan brechas salariales, techos de cristal y violencias específicas.

“Hay una romantización del periodismo como vocación, como si alcanzara con el ‘amor por la noticia’. Pero detrás hay personas que no llegan a fin de mes, que no tienen cobertura médica, que trabajan fines de semana sin cobrar extras”, señala Agustina Paz Frontera, directora de la agencia feminista LatFem.

El periodismo en la era del odio

A eso se suma un clima hostil en el que los periodistas son blanco frecuente de ataques por parte de figuras públicas, trolls organizados y audiencias enfurecidas. La estigmatización se da desde todos los sectores políticos, que acusan a los medios de operar, tergiversar o manipular. Y aunque hay casos que lo confirman, también hay una gran cantidad de periodistas que ejercen su labor con responsabilidad, profesionalismo y muchas veces en condiciones adversas.

“Los periodistas no somos enemigos ni héroes: somos trabajadores. Señalarnos como ‘la casta’ o como ‘militantes pagos’ es un modo de vaciar el debate y deslegitimar la información incómoda”, dice Carlos Rodríguez, histórico cronista de derechos humanos.

En ese contexto, el Día del Periodista también se vuelve una jornada para exigir respeto, condiciones dignas y reconocimiento.

Nuevas formas de contar

No todo es pérdida. En estos años surgieron nuevas iniciativas periodísticas impulsadas por jóvenes, cooperativas, colectivos feministas o medios comunitarios que apuestan por otra manera de narrar la realidad. Desde la crónica multimedia hasta el periodismo de datos, desde las coberturas con perspectiva de género hasta las investigaciones colaborativas, hay un campo fértil de innovación que mantiene viva la llama del oficio.

“Contar bien una historia puede cambiar la percepción pública sobre un tema. Visibilizar lo que otros ocultan, acercarse a quienes nunca son entrevistados, incomodar al poder: todo eso sigue siendo el corazón del periodismo”, sostiene Florencia Alcaraz, cofundadora de Presentes.

Además, en tiempos donde abunda la información pero falta contexto, el trabajo periodístico vuelve a ser clave: ordenar el caos, jerarquizar los hechos, contrastar versiones, ofrecer una mirada que no se reduzca al click.

Un día para recordar y proyectar

El 7 de junio también es una fecha de memoria. Es el día para recordar a José Luis Cabezas, a Rodolfo Walsh, a los 86 periodistas desaparecidos durante la última dictadura, a los trabajadores de prensa que cubren conflictos armados, a quienes enfrentan el acoso judicial o la censura.

Y es, al mismo tiempo, una jornada para pensar qué periodismo queremos construir: más diverso, más federal, más libre, más cuidadoso. Menos atrapado en la agenda del rating y más conectado con las realidades concretas.

Porque sin periodismo no hay democracia. Y sin democracia, el periodismo se vuelve un privilegio en lugar de un derecho.