En un año marcado por los vaivenes internos, el peronismo llegó a ilusionarse con mantener el Gobierno a pesar de la creciente inflación y las pujas de poder dentro de Unión por la Patria, pero perdió las elecciones con un resultado inesperado y quedó sin un liderazgo claro para iniciar la reorganización y renovación a futuro, aunque las primeras medidas de Javier Milei lograron que los diferentes sectores que integran la coalición ahora opositora se abroquelen y se mantenga la unidad de acción.
En el marco de una larga campaña electoral, la montaña rusa de emociones que vivió el peronismo atravesó unas elecciones internas en agosto, en las que Sergio Massa se ubicó en tercer lugar tras Javier Milei y los candidatos de Juntos por el Cambio; tuvo su clímax positivo con la victoria en la primera vuelta del 22 de octubre y terminó con un golpazo con la derrota en el balotaje por 11 puntos contra el candidato liberal libertario, que se alió con el expresidente Mauricio Macri.
Hace poco más de un año, la frase de Cristina Kirchner -«No voy a ser candidata a nada, ni a presidenta, ni a senadora, mi nombre no va a estar en ninguna boleta», que formuló desde su despacho del Senado el 6 de diciembre de 2022, tras la condena en la causa Vialidad- representó un balde de agua fría para el peronismo, mientras la propia expresidenta les decía que tenían que ser ellos quienes «agarren el bastón de mariscal».
Ante la desorientación, mientras el gobierno de Alberto Fernández y el ministro de Economía, Sergio Massa, se enfrentaban a las consecuencias de la sequía y la falta de dólares con una creciente inflación, la militancia peronista insistía en pedirle a la exvicepresidenta que sea candidata al grito que se hizo popular en esos días: «Cristina, presidenta».
Con esa energía que iba creciendo desde las bases, el kirchnerismo de la provincia de Buenos Aires conformó la Mesa de Ensenada, encargada de impulsar los «plenarios de la militancia’ para que Cristina Kirchner cambie su postura y sea candidata.
Esta idea tuvo su punto máximo el 27 de abril, en la previa de un discurso en el Teatro Argentino de La Plata por el lanzamiento de la Escuela Justicialista ‘Néstor Kirchner’, en conmemoración del aniversario de las elecciones de 2003, que coronó al entonces gobernador santacruceño como jefe de Estado.
Ante las presiones de los sectores kirchneristas materializadas en discursos en diversos actos por el diputado y presidente del PJ bonaerense, Máximo Kirchner, el presidente Fernández renunció a su reelección el 21 de abril, con un video en el que dijo una frase que retumbó en las filas K: «Démosle la lapicera a cada militante».
En un plenario del PJ bonaerense, Máximo Kirchner le respondió: «La birome siempre la tuvo la militancia, el problema es que el nombre que se quiere escribir para esta elección lo quiere sacar el Poder Judicial».
Desde la militancia y dirigencia K se impulsaba con más fuerza la candidatura de la expresidenta con el lema: «Las lapiceras del pueblo escriben un nombre: Cristina».
La expectativa era muy grande y no eran pocos los que afirmaban que Cristina podría cambiar su posición y ser candidata, pero no hubo definiciones en ese acto y la agonía se estiró hasta el 16 de mayo, cuando se realizó el congreso del PJ nacional.
«Ya lo dije el 6 de diciembre del 2022. No voy a ser mascota del poder por ninguna candidatura», escribió la exvicepresidenta en una carta a los militantes publicada en redes sociales, lo que terminó con la ilusión kirchnerista y de otros sectores del peronismo que admitían que era «la única que medía» en las encuestas.
Sin Cristina ni Alberto como candidatos y en medio de la incertidumbre política, los gobernadores peronistas se apuraron a definir el calendario electoral provincial y se desacoplaron de los comicios nacionales, lo que luego tendría sus consecuencias en la práctica.
En ese contexto, Cristina Kirchner se transformó en la conductora con más influencia para elegir al candidato presidencial. Una frase en una entrevista a C5N sobre el deseo de que tomen la posta política «los hijos de la generación diezmada» parecía apuntar al entonces ministro del Interior, Eduardo ‘Wado’ de Pedro, como el elegido.
Mientras el misterio continuaba y se adueñaba del peronismo, llegó la fecha límite de cierre de presentación de candidaturas en junio, donde el PJ vivió unas 48 horas frenéticas a puras negociaciones a contrarreloj, que dejó varios heridos.
Un día antes del sábado 24 de junio se lanzó la fórmula De Pedro junto al gobernador tucumano Juan Manzur, pero no tuvo el aval de los gobernadores justicialistas ni de la CGT, que bregaron por reclamarle a Alberto Fernández y Cristina Kirchner que negocien una fórmula de unidad.
En tanto, todavía estaba en carrera la candidatura del actual embajador argentino en Brasil, Daniel Scioli.
Con la fórmula Wado-Manzur caída en menos de 24 horas, la solución planteada por los gobernadores, el sindicalismo y el ‘albertismo’ fue que la dupla sea integrada por el ministro de Economía, Sergio Massa, y el jefe de Gabinete, Agustín Rossi.
La fórmula fue aceptada por el kirchnerismo, que no logró imponer a su candidato y le dio el visto bueno al binomio Massa-Rossi, aunque la idea inicial de Máximo Kirchner era que el gobernador bonaerense Axel Kicillof sea candidato a presidente, lo que generó roces con el propio mandatario provincial.
Ante este cierre de lista vertiginoso, la expectativa de todo el arco peronista estaba puesta en el apoyo explícito que Cristina le diera a Massa, teniendo en cuenta el escaso respaldo que le dio a Scioli en 2015.
Sin embargo, la expresidenta compartió a los pocos días un acto con el ministro de Economía y le dio su bendición.
En una medida estratégica, tanto Cristina como Alberto se corrieron de la escena política y Massa tuvo la centralidad durante los meses de campaña.
Cuando los más reacios se convencieron de votar a Massa, llegó el primer golpe en las urnas relegando al tercer puesto en las elecciones primarias.
Tras el golpazo en las PASO, el peronismo se unió aún más detrás de Massa y logró remontar la elección en las generales del 22 de octubre, lo que representó un gran aval al gobierno peronista, pese a la inflación del 140% anual y una interna entre sus líderes que dominó toda la gestión de Alberto Fernández.
Muchos creyeron entonces que se podía ganar el balotaje y la ilusión creció aún más luego de la performance de Massa en el debate desarrollado en la semana previa a la segunda vuelta del 19 de noviembre.
Con la derrota consumada, el peronismo tuvo una reacción inédita: sus líderes no presentaron la renuncia al partido ni sus dirigentes la pidieron, sino que reinó la prudencia con el objetivo de esperar cuales eran los primeros movimientos del Gobierno de Milei.
Ante la rápida embestida del Ejecutivo nacional, la diáspora en el frente UxP no ocurrió, sino todo lo contrario, ya que unió a todos los sectores que no tuvieron tiempo de pasar factura al otro por el avance del oficialismo.
A pesar de esa unidad, la ida del expresidente y titular del PJ nacional a España junto al silencio de Cristina y Massa, el único que emerge como posible líder de esta etapa es el gobernador Kicillof, que logró su reelección, no dudó en enfrentar a Milei y negoció con la oposición provincial para que avalen un endeudamiento.
En tanto, Massa -quien quedó bien considerado puertas adentro del PJ porque «se puso la campaña al hombro con todas las dificultades»- volverá al ruedo desde su Fundación Encuentro con la presentación de un libro.
Tras un complejo 2023, el año próximo estará marcado por el objetivo de la reorganización y la búsqueda de un nuevo liderazgo, que ya se inició con el rechazo al decreto de necesidad y urgencia de desregulación económica y el proyecto de ley ómnibus enviado al Congreso.
«Unidad en la resistencia», resumen los dirigentes peronistas a modo de conclusión del año