Un estudio de la Universidad de Cornell, en Nueva York, responde a una pregunta que, como aquella de la gallina y el huevo, dividía a la comunidad de neurocientíficos: ¿qué fue primero en la evolución de los animales más inteligentes, el desarrollo de cerebros grandes o la formación de áreas especializadas en distintas capacidades cognitivas? Los resultados de la investigación, dirigida por Jordan Moore y Timothy DeVoogd, inclinan la balanza hacia la primera hipótesis.
Su trabajo consistió en medir el tamaño total de los encéfalos y el de 30 zonas asociadas a distintos comportamientos de 58 aves canoras, pertenecientes a 20 familias. De esa manera detectaron que las áreas cerebrales que controlaban la emisión de sonidos eran significativamente más grandes en los pájaros con cantos más variados y complejos.
Y lo mismo ocurría con otra zona, la que controlaba los movimientos de la boca y la cara: su tamaño era mayor en las aves con picos cortos y gruesos que se alimentan de semillas, pues necesitan realizar sofisticadas maniobras para abrirlas. En cambio, los insectívoros, con picos largos y finos, presentaban las áreas especializadas en estas acciones más pequeñas.
Aunque la masa gris de los vertebrados difieren en tamaño, composición y prestaciones, la evolución del tamaño total explica la mayoría de las diferencias entre ellos, explican los investigadores en la revista Proceedings of the Royal Society B. Y una vez que la especie adquiere un cerebro voluminoso, entonces aparecen redes neuronales adicionales adaptadas a capacidades cognitivas puntuales, como sería el lenguaje en el caso de los humanos.
El tamaño, al principio, es lo que más importa: los cerebros más voluminosos tienen también una corteza más desarrollada, que es el centro de operaciones de la memoria, la capacidad de atención, la consciencia y el pensamiento.