default

Cada 6 de junio se celebra en Argentina el Día de la Ingeniería, en homenaje a la graduación del primer ingeniero del país, Luis Huergo. A más de 150 años, los desafíos de la profesión se multiplican: infraestructura, transición energética, tecnología y soberanía.

“Que haya caminos donde no los hay, agua donde falta, energía donde escasea, y estructuras que resistan el tiempo y los temblores: eso es ser ingeniero”, decía una profesora de la Universidad Nacional de La Plata a sus estudiantes. El 6 de junio, Día de la Ingeniería Argentina, es la ocasión para reconocer a quienes, muchas veces lejos de los micrófonos y los flashes, sostienen con cálculo, conocimiento y esfuerzo las bases del desarrollo de un país.

La fecha se estableció en conmemoración de la graduación, en 1870, del primer ingeniero argentino: Luis Augusto Huergo, egresado de la Universidad de Buenos Aires. Huergo fue un pionero de la obra pública: diseñó puentes, canales y puertos; pensó en grande cuando la Nación apenas nacía. Más de 150 años después, la ingeniería no solo construye infraestructura, sino también sistemas digitales, satélites, reactores nucleares, redes eléctricas, plantas potabilizadoras, autos eléctricos, inteligencia artificial y ciudades resilientes.

En un país que arrastra problemas estructurales pero también produce conocimiento de vanguardia, la ingeniería argentina se encuentra en un punto de tensión: tiene capital humano calificado, universidades reconocidas y experiencia técnica, pero choca con la falta de inversión, los recortes presupuestarios y la fuga de talentos.

Un poco de historia
La carrera de Ingeniería fue creada en 1866 en la Universidad de Buenos Aires, en una Argentina todavía en pañales en materia de educación superior. Cuatro años después, Luis Huergo se convirtió en su primer egresado, marcando el inicio formal de la profesión en el país. Huergo fue también un político comprometido con la modernización de la Nación: participó del diseño del puerto de Buenos Aires, obras en el Riachuelo, el Canal del Norte y proyectos ferroviarios.

Más adelante, nombres como Enrique Mosconi (pionero del petróleo con YPF), Jorge Sabato (referente de la relación ciencia-industria), y Horacio Anasagasti (diseñador del primer automóvil argentino en 1911), ampliaron el horizonte de la ingeniería nacional.

Durante el siglo XX, la profesión se consolidó en universidades públicas como la UTN, La Plata, Córdoba, Tucumán, Rosario, San Juan y del Sur, entre otras. Con ellas, se formaron generaciones de ingenieros e ingenieras que diseñaron represas como Yacyretá, el plan nuclear con INVAP, el satélite ARSAT y miles de rutas, viviendas y estructuras del país profundo.

Ingeniería con perspectiva federal
Aunque históricamente se asocia a Buenos Aires, la ingeniería argentina tiene un fuerte anclaje federal. En San Juan, por ejemplo, la ingeniería civil y minera es clave para el desarrollo regional. En Córdoba, los polos aeronáuticos y tecnológicos se nutren de ingenieros electrónicos, mecánicos e informáticos. En Santa Fe, la Universidad Nacional del Litoral impulsa la ingeniería hidráulica aplicada a las cuencas del Paraná. En Bariloche, INVAP lidera el diseño de satélites, reactores y radares que se exportan al mundo.

“No hay soberanía sin ingeniería. Desde un puente rural hasta una misión espacial, todo requiere gente formada, inversión pública y planificación de largo plazo”, asegura Laura Toledo, presidenta de la Sociedad Argentina de Ingeniería.

Según datos del Consejo Federal de Decanos de Ingeniería (CONFEDI), actualmente hay cerca de 130.000 estudiantes de ingeniería en universidades públicas y privadas del país, pero las tasas de egreso siguen siendo bajas. “Es una carrera exigente, y muchas veces los estudiantes trabajan mientras estudian. Necesitamos políticas que acompañen su permanencia”, indica el organismo.

¿Qué hace un ingeniero hoy?
La ingeniería se ha diversificado enormemente. A las clásicas civil, mecánica, eléctrica o química, se sumaron otras como ingeniería ambiental, en petróleo, de alimentos, biomédica, ferroviaria, informática, en telecomunicaciones, nuclear o aeroespacial. Algunas, como la ingeniería en petróleo, tienen fuerte vinculación con industrias estratégicas; otras, como la ambiental, cobran relevancia por el cambio climático y la necesidad de modelos sostenibles.

Además, el avance de la digitalización y la inteligencia artificial abre nuevos frentes. En empresas tecnológicas, startups y organismos del Estado, los ingenieros diseñan algoritmos, optimizan sistemas de logística, desarrollan plataformas y crean soluciones con impacto real.

“El futuro del trabajo es también el futuro de la ingeniería. Las habilidades que antes tomaban décadas en cambiar hoy evolucionan cada cinco años. Es clave apostar por la actualización continua”, sostiene Tomás Pereyra, ingeniero industrial egresado de la UTN y consultor en innovación.

Obstáculos y oportunidades
Pese a su rol clave, el sector enfrenta obstáculos. La infraestructura en muchas regiones está deteriorada, las obras públicas se paralizan, y la inversión en ciencia y tecnología ha sufrido recortes importantes. Además, muchos profesionales migran por mejores salarios y condiciones en el exterior.

“Es frustrante ver que colegas brillantes se van a Europa o Canadá porque acá no encuentran proyectos o estabilidad. Es una pérdida para todos”, lamenta Silvia Trípodi, docente en la UNLP.

Por otro lado, la inserción laboral de las mujeres en la ingeniería sigue siendo desigual. Aunque aumentó la matrícula femenina, sólo el 22% de los ingenieros matriculados son mujeres, y su participación en cargos jerárquicos sigue siendo marginal.

Sin embargo, hay experiencias alentadoras: cooperativas que hacen obras de agua y saneamiento en barrios populares, equipos interdisciplinarios que diseñan viviendas ecológicas, ingenieros que trabajan en ONGs para mejorar sistemas rurales, proyectos de energía solar en escuelas de montaña.

La ingeniería del mañana
De cara al futuro, la ingeniería argentina tiene por delante varios ejes estratégicos: transición energética, sostenibilidad urbana, automatización industrial, infraestructura resiliente al cambio climático, modernización ferroviaria, digitalización del Estado, producción agroindustrial inteligente.

“La pregunta es si el país va a usar la ingeniería como herramienta de transformación o si la va a dejar como reserva sin explotar. Porque no es sólo construir cosas: es pensar el país que queremos”, resume Gabriela Scelso, ingeniera civil y asesora en políticas públicas.

Este 6 de junio, entonces, no se trata solo de homenajear a Huergo y su legado, sino de mirar hacia adelante. Reconocer el talento que forma nuestras universidades, valorar el trabajo de campo, invertir en obras que mejoren la vida cotidiana y, sobre todo, construir desde la ingeniería un país más justo, integrado y preparado para los desafíos del siglo XXI.