Las formas del agua son diversas: si el río es movimiento y transformación, y el mar fuerza y revolución, el lago equivale a contemplación. De estos paréntesis de calma y sosiego, el norte de Italia es descaradamente rico gracias a los antiguos glaciares alpinos, cuyo deshielo esculpió a lo largo de millones de años un paisaje de colinas y lagos que fue luego enriquecido por el trabajo secular de sus habitantes. Tanto hoy como en los siglos XVI y XVII, cuando artistas e intelectuales europeos emprendían el llamado Grand Tour, realizar este viaje es un continuo descubrimiento de historia, gastronomía, arte y belleza.
Fuente: Viajes National Geographic
Lago Orta, un lienzo azul entre montañas
Orta, Maggiore, Como (y Lecco, su brazo oriental) y el pequeño Iseo se estiran de norte a sur, con la cabeza mirando a los Alpes y los pies señalando hacia las llanuras. El viaje que los conecta de oeste a este tiene su primera parada en el lago de Orta. Este lienzo azul de 18 km2 está situado a medio camino entre las ciudades de Turín y Milán, en la región del Piamonte. En su orilla oriental destaca el conjunto de Orta San Giulio, un encantador pueblo ribereño de 1.200 almas que se mueven a pie o en bicicleta por callejuelas empedradas que descienden hasta el agua. A pocos metros de la orilla emerge la Isla de San Giulio y su basílica de origen románico. El célebre poeta Gianni Rodari, nacido en un pueblo del lago, describió así el islote: «parece hecho a mano, como un juego de construcción (…). Si se ve verde, la naturaleza no tiene nada que ver: son los jardines de las villas».
Aquí reinan la bruma y el silencio, por la noche las poblaciones lacustres escuchan crecer las algas, aprenden el lenguaje de las olas y de la luna,conocen los secretos de cada remolino. Detrás de Orta San Giulio, en dirección este, se alza Legro, el pueblo pintado, donde los edificios han sido embellecidos por artistas de toda Europa. Es también el punto de partida del camino panorámico que, en solo media hora de coche, sube hasta la cumbre del Mottarone. Este macizo granítico de 1.491 m de altitud se localiza entre el lago de Orta, al oeste, y el Maggiore, al este. Se ha convertido en un paraíso para ciclistas, jinetes y caminantes que disfrutan de las actividades al aire libre.
Lago Maggiore y el legado de los Borromeo
La carretera que atraviesa el Mottarone desciende hacia la orilla del lago Maggiore, histórico «dominio» de los Borromeo, dinastía que posee y modela gran parte de este rincón del norte de Italia desde el siglo XV. La historia del Maggiore, un pequeño mar de 200 km2 que separa Piamonte de Lombardía y penetra en territorio suizo, está íntimamente ligada a la noble casa desde que en 1439 Vitaliano I obtuviera el condado de Arona y sentara las bases de lo que se convertiría en un feudo conocido como Estado Borromeo.
Los sitios culturales y naturales vinculados a la familia están agrupados bajo la marca Terre Borromeo. Pueden visitarse por separado, pero están administrados por una única empresa que también gestiona una red de servicios que incluye cafeterías, restaurantes, librerías, boutiques de recuerdos, alquiler de bicicletas, así como casas de pescadores transformadas en alojamientos con encanto.
Gran parte de este patrimonio se halla a lo largo de las costas del Maggiore, que se puede circunvalar en coche. Sin embargo, la forma más rápida de alcanzarlo todo son los barcos que zarpan de la pequeña ciudad de Stresa, en la orilla piamontesa del lago, una joya vivaz y elegante, llena de palacios del siglo XIX asomados al Lungolago. Como el Grand Hotel des Iles Borromées (1863), donde Ernest Hemingway ambientó su Adiós a las armas. El escritor lo visitó por primera vez en septiembre de 1918 y, cuando regresó en 1948, se presentó como «an old client».
Paisajes que inspiran
Este tramo del lago Maggiore tiene incontables atractivos, decenas de enclaves que merecen una visita. La ermita de Santa Caterina, por ejemplo, que parece aferrarse a la roca, o la noble Rocca di Angera y su Museo de Muñecas y Juguetes. También la colosal estatua de San Carlo Borromeo o Sancarlùn, en Arona, que fue la estatua más alta del mundo hasta la llegada de Miss Liberty a Nueva York en 1866. O los castillos de Cannero, un refugio de piratas lacustres que dan un aura de leyenda a la región.
Desde Stresa parte el tren panorámico que en unas dos horas llega a Locarno, en Suiza, pasando por las Cento Valli, mientras que desde el embarcadero zarpan los barcos hacia el sursuncorda del Maggiore: las tres Islas Borromeas. Isola Madre e Isola Bella están abiertas al público, pero pertenecen a la familia, mientras que Isola dei Pescatori está habitada permanentemente por una pequeña comunidad de cincuenta personas.
Los secretos de las tres islas
En 1632 Carlo III Borromeo decidió dedicar un pequeño peñasco a su esposa Isabella d’Adda, llamada por todos Bella. El diseñador milanés Angelo Crivelli erigió el Palazzo Borromeo, un edificio barroco de cuatro plantas que refleja la historia de la aristocracia italiana y europea. Sus sótanos esconden seis cuevas naturales decoradas con piedras y conchas, mientras que el exterior está rodeado por un jardín italiano articulado en diez terrazas embellecidas con balaustradas, obeliscos, estatuas, juegos de agua y una infinidad de plantas exóticas, además de un anfiteatro en tres niveles con paredes decoradas con toba, nichos y relieves. Subiendo por las terrazas, a mitad de camino se encuentra el elegante Jardín del Amor y la piscina de nenúfares. Al alcanzar el nivel superior, se goza de una vista privilegiada del golfo lacustre con las montañas alpinas como magnífico telón de fondo. No es extraño que, en 1795, el filósofo Montesquieu al ver aquellas islas anotara en su diario de viaje: «son, a mi parecer, el lugar de estancia más encantador del mundo».
Isola Madre está ocupada por un jardín botánico de estilo inglés que ocupa ocho hectáreas. Se lo considera uno de los mejores ejemplos mundiales de arte topiario, ese en el que el jardinero usa las tijeras de podar igual que el escultor su cincel. El visitante se sumerge en una colección de árboles centenarios, como el monumental ciprés de Cachemira que Stendhal llamó «el árbol más bello del mundo». Plantas y flores provenientes de todos los rincones del planeta decoran este fabuloso jardín, convertido en el particular paraíso de los pavos reales blancos y faisanes dorados que se pasean exhibiendo su llamativo plumaje.
Finalmente llegamos a Isola dei Pescatori (la isla de los pescadores), que alberga un pueblo de pequeñas casas con balcones estrechos y largos en los que aún se cuelga el pescado para dejarlo secar. Conviene visitarla sin prisas para sentarse a la mesa de uno de los restaurantes que animan las calles, perfectos para degustar un risotto acariciados por la brisa que levanta el inverna. Este viento, que sopla de la llanura hacia la montaña por las tardes, junto con la tramontana que baja de los Alpes por las mañanas, permiten la práctica de los deportes de vela en el lago durante todo el día.
Como, el lago más célebre de Lombardía
Si el Maggiore es el lago más literario, el de Como, a una hora de coche hacia el este, es el más célebre, sobre todo por la pequeña colonia hollywoodiana establecida en sus orillas. La forma de bastón de zahorí sugiere que el Lario, como también se le llama, siempre esté buscando agua para llenar su cuenca de 410 m de hondo y, así, no perder el título de «lago más profundo de Italia». Esta gran masa líquida disfruta de un clima suave de temperaturas cálidas que propicia una vegetación mediterránea y subtropical, que viste las orillas de palmeras, limoneros, cipreses y olivos.
A las bellezas naturales del Como se añaden los cientos de palacios barrocos y neoclásicos que jalonan su perímetro y que pueden admirarse en un itinerario entre las localidades de Como y Lecco. Son diversas las opciones para recorrer el lago: en motocicleta por carretera o bien a bordo de un taxi acuático, pero también en bicicleta o a pie por el sendero que lo rodea. Explorar las localidades asentadas a lo largo de los 150 km de costa es un viaje en sí mismo. Primero hay que detenerse en Como, y desde la Porta Torre, vestigio de sus murallas medievales, pasear entre las plazas del Duomo y Fedele, andar por la orilla del lago y admirar las elegantes villas que se asoman a él, para finalmente tomar el funicular Como-Brunate y contemplar el conjunto desde un mirador.
Las otras localidades del lago Como son igual de bellas. Cernobbio sobresale por sus lujosas villas de Erba, Este y Bernasconi. Varenna posee uno de los parques más bonitos de la región en Villa Monastero, un pequeño reino de plantas tropicales y magnolias que crecen entre templetes neoclásicos y fuentes. Tremezzo maravilla con su Grand Hotel, de 1910, un icono de la Belle Époque que ha alojado a celebridades de la cultura y el cine. Y Bellano esconde un rincón natural sorprendente: un estrecho cañón fluvial que puede explorarse gracias a pasarelas ancladas en la roca.
También se organizan excursiones en barco para visitar algunas de las mansiones más espectaculares que puntean las orillas del Lario. En Como se puede pasear por los salones de Villa Olmo, el edificio neoclásico inaugurado por Napoleón y su esposa Josefina, visitar palacetes como Villa Pliniana en Torno, por donde pasaron personajes como Lord Byron o el compositor Gioachino Rossini. Para los amantes de la botánica están Villa del Balbianello en Lenno y Villa Carlotta en Tremezzo. Este último es un magnífico ejemplo del barroco lombardo que alberga obras de Antonio Canova y unas 150 especies de azaleas.
Bellagio, la Saint-Tropez del Lario
Todas las localidades a orillas del Como son maravillosas, pero la perla del lago es Bellagio. Situada entre los dos brazos meridionales, la Saint-Tropez del Lario encanta al visitante con sus edificios, los misteriosos callejones y las características escalinatas adoquinadas del viejo pueblo, pero también con sus fastuosas villas –Stendhal halló inspiración en Villa Melzi–, jardines, escaparates y la atmósfera de glamour internacional que impregna cada metro cuadrado. También hay una infinidad de senderos de diferente dificultad que serpentean entre olivares, bosques de castaños, avellanos y robles surcados por arroyos y que conducen hasta puntos panorámicos. Desde lo alto, las montañas abrazan las laderas del lago; la vista es la misma que inspiró a Leonardo da Vinci para muchos de sus paisajes.
Tras la caminata se pueden degustar especialidades lacustres, como el lavareto al horno aderezado con hierbas aromáticas o bien reservarse para una cena en alguno de los restaurantes que frecuentan las celebridades del apodado Lariowood.
Bérgamo, una ciudad encantadora
Desde Bellagio se desciende hacia Lecco para luego sumergirse en el Valle del Adda y recorrer los escasos 40 km hasta Bérgamo, parada ineludible antes de concluir el tour de los grandes lagos lombardos. Esta ciudad de 120.000 habitantes constituye una síntesis entre montaña y llanura, cultura campesina e industrial, metrópoli y pueblo. Los bergamascos están acostumbrados a hablar poco y a arremangarse mucho, son gente áspera y genial, como sus conciudadanos Michelangelo Merisi, más conocido como Caravaggio, o Gaetano Donizetti, autor de la música de la ópera cómica L’elisir d’amore (1832).
Desde hace unos años, el turismo ha puesto a Bérgamo en el mapa. Su centro medieval domina el valle, testimonio de la antigua importancia estratégica de este territorio. Escaleras y funiculares trepan por las calles de la Ciudad Alta, núcleo surgido en el siglo X que alcanzó su esplendor en el siglo XV bajo el dominio de la República de Venecia. La plaza del Mercato delle Scarpe (de los zapatos), la Piazza Vecchia, el Palazzo della Ragione y el Museo de los Affreschi (frescos) son paradas imprescindibles en este barrio. Después merece la pena dirigirse a Bérgamo Baja para visitar la Accademia Carrara, que expone cuadros de maestros italianos desde el Renacimiento hasta finales del siglo XIX, así como arte contemporáneo.
Iseo, el lago más pequeño
Nos desplazamos 30 km más al este para tocar las aguas del más pequeño y familiar de los grandes lagos del norte de Italia: el Iseo. Por voluntad de sus habitantes, que se resisten a verlo transformado en una postal turística, ha quedado al margen de las grandes rutas. Resulta evidente cuando se recorren las calles de sus pueblos, libres de tiendas de recuerdos, pero animadas por encuentros cotidianos, de compras en la plaza del mercado, de partidas de cartas y pequeñas tabernas en las que pasar la noche disfrutando de sardinas y alburnos asados a la parrilla, polenta y rollitos de pescado, acompañados de una copa del espumoso elaborado en la cercana comarca de Franciacorta, la Champaña italiana.
Discreto por vocación, el Iseo tiene carácter de refugio natural, un escenario perfecto para aficionados al senderismo, la vela, el windsurf, el parapente o el ciclismo. Y también para la observación de aves en la Reserva Natural de las Torbiere del Sebino. A lo largo de un perímetro de alrededor de 60 km –la ciclovía se recorre en tres o cuatro horas– se asientan varios pueblos históricos, como Lovere, con un centro renacentista surcado por paseos y repleto de cafeterías encantadoras; o Sarnico y sus elegantes villas, además de cuna de las míticas lanchas Riva, símbolo de la Dolce Vita italiana.
La localidad principal es Iseo, un romántico laberinto de callejones, plazas e iglesias. Desde su embarcadero en pocos minutos se llega a Montisola, la isla lacustre más alta y extensa de Europa, con sus 4,5 km2 ocupados por once pueblos, olivos, viñas y castaños. En la cima de su montaña de 600 m se halla el santuario de la Madonna della Ceriola, un magnífico mirador que alberga un curioso museo de historia local. La isla de Montisola, con su fortaleza Martinengo (siglo XIV) y la Peschiera Maraglio, y el paseo de la ciudad de Siviano, es también un enclave que solo puede explorarse a pie, con minibuses públicos o en bicicleta.
La escritora francesa George Sand (seudónimo de Aurore Dupin) y el músico polaco Chopin vivieron una temporada en el pequeño pueblo de Sensole. En 1847, Sand describió en el libro Lucrezia Floriani su idilio con Chopin entre los pueblos pescadores y las flores de durazno y almendro del lago Iseo. «Entre las montañas que forman sus horizontes y los suaves y lentos encrespamientos que la brisa dibuja en sus orillas, hay una zona de praderas encantadoras, literalmente esmaltadas de las más bellas flores campestres de la Lombardía».
Este lienzo bucólico ha llegado intacto hasta nuestros días. Las orillas del Iseo ofrecen el desembarco ideal para finalizar el viaje por una región que desborda belleza.