Ropa interior hecha con descarte de tela, muñecas de diseño realizadas con retazos o billeteras a partir de sachés de leche son sólo tres de las múltiples experiencias de producción sustentable, sostenidas por una red colaborativa y por fuera de las lógicas del mercado que cada vez atraen más consumidores.
Edith Speciali diseña ropa interior a partir de retazos de tela que recupera de las fábricas textiles; Roxana Lazo produce muñecos para niños con descartes de Edith y de otros talleres donde realizan calzas; Diego Andreotta fabrica billeteras con los sachés de leche que podrían haber utilizado Edith o Roxana en sus casas, y en todos los casos la idea es reutilizar.
«Un verano, después de terminar el colegio, mi hija empezó a recortar y armar bombachas sin saber, para ver si ganaba algo de plata. Cuando consiguió trabajo lo abandonó y me quedé sin trabajo yo, así que decidí continuar el proyecto», contó Edith, diseñadora de interiores de 48 años y creadora de Bomba Florinda, un emprendimiento de lencería de autor.
La pauta del emprendimiento unipersonal que funciona en su casa en Olivos tuvo dos directrices claras: «La ropa interior se haría con materiales de descarte y se intentaría ayudar a otra gente que, como yo, no tuviese trabajo: desde un comienzo decidí no comprar máquinas ni llevar las prendas a un taller textil, yo quería darle trabajo a otras personas».
El circuito de Bomba Florinda comienza con retazos de géneros de algodón de fábricas de remeras o ropa deportiva, sigue con el diseño de Edith y continúa con el trabajo de dos o tres costureras, y la venta de sus productos, cuyos precios oscilan entre 120 y 130 pesos las bombachas, 250 los corpiños y 350 los conjuntos, se realiza en ferias de diseño o de emprendedores y a través de redes sociales.
Lo más difícil de su trabajo es «conseguir más fábricas o fabricantes que me digan ‘vení a buscar la bolsa con lo que no usamos’; la gente se olvida y los retazos son lo más complejo de conseguir», dijo Edith.
Sin embargo, es precisamente la condición de «sustentable» que tienen sus productos la que cada vez le acerca más clientes interesados.
Y lo que le sobra a ella tiene luego dos destinos posibles: «Se lo doy a una amiga que conocí en un curso de emprendedores en la Ciudad y que hace muñecas. Pero estoy buscando a alguien que necesite para tejer los retazos muy largos y finitos».
Quien hace las muñecas es Roxana Lazo, de 51 años, creadora de Dulce Pilomena, un emprendimiento familiar dedicado a confeccionar muñecos de tela, también, a partir de material recuperado de textiles.
«Yo hacía muñecos por hobbie para mi hijo, empecé a regalarlos en mi trabajo donde era administrativa, me empezaron a encargar cada vez más y decidí dedicarme de lleno», recordó Roxana sobre el proyecto que comenzó en 2012 y tomó fuerza en 2014 cuando surgió la marca Dulce Pilomena.
Hoy, el 80% de sus productos están hechos con tela recuperada, como los descartes de la fábrica de calzas de su hermana o lo que le acercan otros emprendedores y clientes que se ayudan a confeccionar el zapato, el vestido o el pelo de sus muñecos.
«Tengo el taller lleno de canastos de tela que mi hermana tiraría a la basura. Me gustó la idea de darle un valor agregado y que sea la sustentabilidad. También tengo una compañera que hace telar y muchos de los pelos que hago son de lanas que le sobran», dijo Roxana que hoy vende alrededor de 300 muñecos al mes a un valor de entre 180 y 380 pesos, según el tamaño.
Lejos del mundo textil, pero con un espíritu semejante, la producción artesanal de Diego Andreotta, profesor de actividades plásticas de 36 años, surgió cuando dejó su trabajo como empleado de una editorial. Las billeteras, cartucheras y accesorios reciclados con el sello de AzulVioleta están creados con sachés de leche y decorados con dibujos propios.
Al principio utilizaba las bolsas herméticas donde se comercializa la leche que les traían familiares y amigos. Luego, cuando empezó a frecuentar los circuitos de ferias fueron los propios clientes quienes le acercaban lo que de otro modo iban a tirar.
Después, cuando la demanda comenzó a crecer Diego se acercó al centro de reciclado de la comuna 7, en Flores, y recuperó gran cantidad de sachets para reutilizar que se convirtieron en coloridas billeteras y cartucheras a un promedio de entre 100 y 110 pesos.
«Lo interesante de estos procesos es que el consumidor se entera que detrás de eso que compra existe una historia, una familia, un proceso de producción hecho de una manera determinada», contó.