Desde el refinado medievalismo de Besalú hasta las exitosas playas de Calella de Palafrugell, estos seis pueblos compiten por el título de pueblo más bonito de marzo para Viajes National Geographic. Lo cierto es que cualquiera de ellos proporciona un viaje que es recorrido físico y a la vez emocional. ¿La fórmula del éxito? El defender a capa y espada aquello que Josep Pla ya evidenció, que a pesar de todo, “estos incomparables rincones, que hemos visto pasar, en tan pocos años, de crepuscular veraneo familiar al auge cosmopolita que hoy tienen, son de una gracia vivísima”.

Pals: el encanto de lo eterno
Josep Pla escribió que “Pals no es bueno para una, sino para cientos de visitas”, y no se me ocurre mejor slogan turístico que ese. Desde su mirador, que lleva el nombre del escritor, se aprecian las Islas Medes, el Canigó y la Sierra de l’Albera, una panorámica que define la belleza del paisaje de la Costa Brava. Las románicas Torre de las Horas y la iglesia de Sant Pere definen el perfil de este pueblo de origen medieval construido alrededor de un castillo. La piedra de los muros y los tejados anaranjados de las típicas casas construyen una postal de belleza difícil de igualar. El entorno de Pals también es un regalo para los sentidos: los arrozales que lo rodean aportan una calma bucólica y un sabor local que se refleja en la gastronomía típica del lugar.

Besalú: un puente a la Edad Media
Al llegar, el puente románico sobre el río Fluvià se revela no sólo como un acceso físico al pueblo, sino como un salto directo a la Edad Media. Este puente es un ejemplo de resiliencia: con su imponente torre fortificada en el centro, ha resistido a todo tipo de calamidades y guerras. Cruzarlo es revivir un tiempo en el que Girona era un territorio legendario donde confluían viajeros, condes, monjes y mercaderes de distintos credos y nacionalidades. La judía fue una de las comunidades que más importancia alcanzaron en Besalú, tal como muestra la existencia del barrio judío. Una de sus joyas más sorprendentes es el Mikveh, una sala subterránea románica, descubierta por casualidad en 1964, con una piscina natural que estuvo destinada a rituales de purificación.

Cadaqués: refugio de genios
Cadaqués emerge como un oasis blanco entre el azul del mar y el verde de la naturaleza. Durante siglos, el pueblo sólo fue accesible por mar, lo que aseguró su tranquilidad hasta que en el siglo XIX una carretera abrió su conexión con el mundo. Entonces fueron llegando las familias burguesas que vieron en Cadaqués un perfecto lugar para veranear en sus villas modernistas. Aún conserva esa elegante imagen. Su iglesia de Santa María, con la fachada mirando al Mediterráneo, es una imagen inolvidable, pero Cadaqués trasciende el nivel monumental para convertirse en capital de la bohemia de la Costa Brava. Produce cierto cosquilleo saber que se recorren lugares en los que dos genios se encontraron: Salvador Dalí y Lorca. Hay cierta vibración inspiradora en ello que alcanza su clímax en la casa que el pintor tuvo en Portlligat, por ejemplo. Hoy convertida en museo, es testimonio de cómo el artista fundó su arte surrealista en simbiosis con los paisajes de su Girona natal.

L’ Escala: encuentro con el pasado
En este rincón a orillas del golfo de Roses sigue latiendo el ritmo de una historia milenaria desde hace más de veintidós siglos. Primero fueron los griegos con Emporion. Más tarde, los romanos la rebautizaron como Emporiae, y desde entonces L’Escala no ha dejado de ser puente entre culturas y épocas, marcado por el ritmo exacto del alba de madrugada y el alba de prima, que era cuando los pescadores salían del puerto para la captura del pescado azul, aquí hecha todo un arte que cobra vida cada año con la Fiesta de la Sal, una oportunidad única para saborear sus famosas anchoas: esencia histórica hecha gastronomía.
Un paseo por el casco antiguo de L’Escala lleva a descubrir el Alfolí de la Sal, el edificio histórico en el que se materializó la importancia comercial que adquirió el pueblo en el comercio. La iglesia parroquial de Sant Pere y el antiguo Cementerio Marino son también lugares de visita imprescindible. Las calles van ganando en bullicio conforme nos acercamos a la Playa de la Riba, con sus cercanos Monumento a la Gente del Mar y a la Mujer Pescadora como recuerdo eterno a los orígenes de L’Escala, pese a que a sus espaldas se abarrotan los turistas en las terrazas de los bares que se abren al bello paisaje del golfo de Roses. Para encontrar un rincón menos transitado, mejor mirar hacia Sant Martí d’Empuries, el pueblo medieval de Girona habitado continuamente desde hace más de 2000 años.

Calella de Palafrugell: el alma del Mediterráneo
Con sus calas y casas marineras blancas, este pueblo marinero es ideal para inspirar canciones como “Mediterráneo”, de Serrat. No en vano, se trata del pueblo más melodioso de la Costa Brava, tal como refuta cada año con la tradicional cantada de habaneras cada primer sábado de agosto en el barrio de Port Bo. Aquí, con apenas 18 años, Josep Pla disfrutaba de la brisa y el aroma a mar. El 2 de agosto de 1918 escribió en su diario acerca de lo delicioso que era tumbarse entre dos barcas después de comer, en la playa del Canadell, y dejarse arrullar por el sonido de la espuma del mar en la arena de la orilla. Esa sensación que evoca pasados veranos familiares es aún posible de tener en Calella de Palafrugell: ahí estriba la clave de su éxito.

Peratallada: los siglos cortados en roca
La Edad Media conformó el aspecto de este pueblo ampurdanés a pocos kilómetros de las mejores calas y playas de la Costa Brava. Parece detenido en el tiempo desde entonces. La villa cortada en la piedra, tal como revela su toponimia, se organizó siglos atrás alrededor del castillo-palacio, cuyos primeros datos se remontan, al menos, al siglo XI. Su sobria torre, símbolo de unión de las familias de Peratallada y Cruïlles, sigue reinando en el skylanders medieval de la villa. El resultado es un laberinto de estrechas calles empedradas que invitan a perderse como un flanêur rural, al encuentro de pequeños destellos de originalidad. El primer fin de semana de octubre, el pueblo vuelve siempre a la Edad Media que lo vio nacer gracias a su feria medieval, una de las mejores, dado el ideal escenario urbano en el que se desarrolla, declarado conjunto histórico-artístico y bien cultural de interés nacional desde 1988.