La novela «Vos» de Natalia Zito sumerge al lector en una historia íntima y conmovedora en la que la narradora, recién enterada de su embarazo, se enfrenta al impactante diagnóstico terminal de su padre y, a través de sus palabras, busca comprender y dar forma a la idea inverosímil de una muerte que parece imposible de aceptar y que, como define la autora, «de pronto ilumina los laberintos subterráneos de esta familia que hasta ese momento podía considerarse entera».
La novela, publicada por Emecé, llama a reflexionar cómo será la vida de la narradora sin el padre, en qué persona se transformará cuando ese hombre ya no esté presente para animarla y regañarla cada día, dejando un vacío que la hija presiente aunque aún no logra definir.
Natalia Zito, autora también de «Rara», dialogó sobre el viaje constante que realiza en «Vos» hacia el mundo de la infancia de la narradora, siempre atado al presente donde el padre agoniza. Según ella, la novela le hizo pensar en el tiempo y en los efectos que la prohibición repentina del futuro tiene en el presente. Zito considera cómo narrar el momento en que el tiempo pierde su partícula de futuro y la vida avanza hacia un presente puro, cargado de pasado. Explica la escritora nacida en Buenos Aires en 1977: «La noticia, no tanto de la enfermedad sino del tiempo de vida que le queda al padre, de pronto ilumina los laberintos subterráneos de esta familia que hasta ese momento podía considerarse entera. Sobre todo, durante la primera parte, la novela es esa luz inesperada en la madriguera». Por esa razón, en «Vos» enlaza escenas del presente con capítulos del pasado narrados en presente histórico para transmitir la sensación de que todo parece agolparse en el presente, en la memoria actual, en los pensamientos diarios.
Zito, quien además es psicoanalista, explora una frase de Borges: «No podríamos imaginar un presente puro». Aunque la entiende, sostiene que la agonía de un familiar obliga a creer en el presente más que cualquier otra circunstancia, aunque cada vez se vuelva más irreal. A la autora le interesó poner a prueba esta idea para ver cómo se resolvía, especialmente a través del poder de las palabras.
-En el orden de la tensión entre la agonía paterna y el embarazo, ¿Buscaste un equilibrio en la novela o sentís que alguna de las pulsiones triunfó?
Natalia Zito: ¿Equilibrio? Jamás. Para escribir, me interesa más la desmesura. Es decir, pienso que una novela también es una búsqueda y el equilibrio no es propio del recorrido sino más bien una llegada. Por el contrario, me interesa explorar las tensiones, no resolverlas. Hay un verso de un poema de Celan que dice: «Pero no separes el no del sí». Creo que el verso es la mejor respuesta que puedo darte. Es casi mi lema, es ahí donde trato de escribir, desde donde traté de pensar la zona común enfermedad-embarazo: la incomodidad del cuerpo, el desconocimiento y la falta de control sobre lo que sucede en y con los órganos, esa parte de nosotros mismos a la que no tenemos acceso.
– ¿Por qué decidiste narrar la historia en segunda persona y cómo crees o deseas que influya esta elección en la experiencia lectora?
NZ: El tiempo y las palabras son dos grandes elementos que estructuran esta novela y quizá eso está sintetizado en la segunda persona. Es decir, la historia brota de esa partícula de futuro que se pierde: al padre le queda un año y medio de vida. El tiempo que le queda de padre a la protagonista. Ese límite temporal funciona como una luz que de pronto ilumina la trama subterránea del vínculo con su padre, esa trama está llena de silencio, ese silencio es el que hace brotar el diálogo que nunca tuvo. La novela es el inicio de ese diálogo sordo y desesperado. En ese vector hija-padre está comprendida toda la novela, incluso la trama del abuso con su hermano, porque esa trama también narra la ausencia del padre. Algunos lectores me han dicho que la segunda persona, alternada con la primera, les planteó un desafío mayor de lectura, pero que al entrar en ese vector, se identificaron alternativamente con uno u otro. «Es imposible no identificarse», me dijeron el otro día; es lindo escuchar eso.
– ¿Cómo cruza la vida literaria el tema de la emigración, en general, y en particular tu novela?
NZ: Es interesante cómo las palabras son puntos de vista en sí mismos porque yo siempre pensé en «inmigración», es decir, desde el país de destino, el lugar que recibe a aquellos que traen consigo la falta de lo que tuvieron que abandonar. Probablemente, por mi propia historia: soy hija de italianos, mi padre era calabrés, tal como el personaje de «Vos»; y mi madre, italiana en los documentos pero eslovena en realidad. Crecí en ese hueco que cada uno portaba a su manera: mi papá en forma de nostalgia de su Calabria natal y mi mamá en forma de un vacío absoluto de identidad porque se la habían llevado de su pueblo al año de vida, lugar al que volvió recién cincuenta años después. Me parece que el asunto de la inmigración entonces, el asunto de la extranjería, de no pertenecer, de tener que lidiar con un vacío permanente es absolutamente literario porque tiene casi la misma estructura que las palabras, una forma de rodear sin llegar nunca del todo. Crecí con esos abismos, de cultura, de pertenencia, de clase, de palabras que eran sapo de otro pozo. Pensado así, es imposible que eso no se convierta en literatura. Como en todo hueco o ausencia, tarde o temprano alguien moldea una vasija a su alrededor. En mi familia me tocó a mí, pero podría haber sido cualquier otro.
-¿Cómo opera en la novela «La última posada» de Imre Kertész, esa terrible crónica de su lúcida agonía?
NZ: Cada vez me resulta más difícil escindir la lectura de -llamémoslo así- la vida. Lo que leo, lo que escribo, lo que pienso, conforman dentro de mí, un tejido, un texto que no necesita citas al pie, ni derechos de autor, se va hilvanando como la trama que me sostiene. No se me ocurre, entonces, cómo eso no podría colonizar también mi escritura. Recuerdo que durante un tiempo de la escritura de la novela lo resistí un poco, o no tenía del todo claro cómo incluirlo hasta que me di cuenta de que el libro era un personaje más, que la protagonista dialoga con Kertész lo que jamás podría dialogar con el padre, que lleva el libro casi como una prolongación del padre, una que se construyó ella, que el padre jamás podría haberle ofrecido, pero no hay reproche en eso, ella lleva su prótesis y así puede acompañarlo, mientras dialoga con un interlocutor en el que ella sí se encuentra. Kertész, su lectura, es una especie de otro padre con el que puede dialogar aunque esté muerto; también por eso es un factor clave para ella, el diálogo sigue más allá del otro, tal como en toda la novela.
– ¿En esta novela «Vos» es más importante que «Yo»?
NZ: Es hermosa la pregunta porque me hace ver algo que, increíblemente, no me pregunté a lo largo de toda la escritura de la novela y sin embargo ahora, con la pregunta, se me presenta cristalino. Sin duda, importa más el vos, porque es ese vector de la segunda persona lo que hace a la novela. Es un «yo» que importa por el «vos», por su interlocutor, no como reproche o demanda sino como diálogo, trasciende al otro y al mismo tiempo lo necesita.