La legendaria artista Patti Smith dio anoche una lección de punk al público que colmó el porteño estadio Luna Park, al brindar un concierto en donde puso sobre el escenario la esencia del género, sin la necesidad de caer en estereotipos musicales, ni poses sobreactuadas para sostenerlo.
En lo que fue su tercera visita a nuestro país, la «poetisa del punk», entre otros apelativos con el que se la define, apeló a la profundidad musical y lírica, a la claridad en los conceptos y a la lúcida arenga política, social y filosófica para avivar una llama rebelde en el público.
Una hora y media de concierto, 13 canciones, un soberbio manejo de los climas, la palabra justa a la hora de hablar y la sutil y precisa mezcla de dureza y candidez aportados por el andar de los años fueron las variables que se combinaron para confirmar que el punk no se trata de pelos en punta, estridentes acordes armados con quintas paralelas y maldiciones adolescentes contra el sistema.
En este caso, fue el mensaje el gran protagonista de la noche, algo que se evidenció en la sobria puesta, sin parafernalia, con apenas un fondo negro y un discreto juego de luces, y una maciza banda que tampoco necesitó hacer alardes pirotécnicos.
Allí se anotaron los históricos Lenny Kaye y Jay Dee Daugherty, guitarrista y baterista, respectivamente, que vienen acompañado a la artista desde la década del 70; el bajista y tecladista Tony Shanahan, quien también suma varios años en el grupo; y Jackson Smith, el hijo varón que la protagonista de la noche tuvo con Fred "Sonic" Smith, el mítico guitarrista de MC5, fallecido en 1994. La noche tuvo un comienzo cansino con Dancing Barefoot, el ritmo de reggae de Redondo Beach y la catártica Ghost Dance, con la arenga de Patti Smith sobre el final a sacudir las manos para exorcizar males. Inmediatamente, el clima comenzó a subir con "My Blakean years", una oda al poeta William Blake dedicada "a los trabajadores", a quienes la artista afirmó que "necesitamos"; y tomó mayor fuerza rockera con "Beds are burning", aquel hit de los
80 de los australianos Midnight Oil, de lamentable actualidad a raíz de los incendios forestales que destruyen grandes zonas del planeta.
Más temperatura se alcanzó cuando dedicó «Beneath the southern cross» a «toda la gente que perdió la vida luchando por la justicia social», en una apuesta a la intensidad que tuvo su clímax en el unísono de guitarra y bajo que protagonizaron Jackson Smith y Shanahan, sobre una pesada base.
«Free money» y el cruce entre «I´m free» de The Rolling Stones y «Walk on the wild side» de Lou Reed, con el guitarrista Jimmy Rip, ex músico de Mick Jagger radicado en nuestro país desde hace casi una década, aportaron una vena rockera; matizado luego con el intimista canto a la madre naturaleza de «After the gold rush», de Neil Young, que bajó decibeles pero no profundidad conceptual.
Tras el regreso a lo eléctrico con «Pissing on a river», llegó el tramo final, reservado a las canciones más esperadas y las que más cargaron de energía el aire del Luna Park.
«Para quien fue mi novio en 1976, fue mi novio en 1986 y es mi novio ahora en el cielo: Fred ‘Sonic’ Smith», anunció la artista para arremeter con «Because the night», su mayor éxito comercial compuesto junto a Bruce Springsteen.
La quintaesencia del espíritu punk se hizo presente con «Gloria», aquel tema de Van Morrison, del que se apropió gracias al agregado de la frase inicial que reza «Jesús murió por los pecados de alguien, pero no los míos» y al frenético crescendo que toma su interpretación a medida que se sucede la progresión de acordes.
Así como en esta canción enarboló un pañuelo verde que le acercaron desde el público, en los bises con «People have the power» hizo lo propio con una whipala, y en esa combinación de lo que pregonaba la letra y el gesto político, la genial artista resumió de qué se trató el concierto que estaba llegando a su fin.