En aquellos horarios laborales en los que las personas mayormente se trasladan hacia el trabajo, se impone en la ciudad de Buenos Aires un ritmo frenético. En un pasillo oscuro de alguna estación porteña del subte D, atestada de gente que espera ansiosa al enorme transporte de pasajeros, hay un cartel sobre las vías que también invita a viajar, anunciando que hay monumentos que no se encuentran en ciudades. La foto que acompañan la leyenda muestra una ballena 1300 kilómetros hacia el sur, en las aguas calmas de la ciudad de Puerto Madryn, la Ballena Franca Austral (Eubalaena australis) pasea con su cría que salta y juega. Es uno de los 1079 ejemplares que llegaron a este rincón de Patagonia para dar a luz o aparearse.
Por iniciativa del gobierno argentino, desde 1984 la ballena es considerada un monumento natural. Los integrantes del Laboratorio de Mamíferos Marinos (LAMAMA), que pertenece al Centro para el Estudio de Sistemas Marinos (CESIMAR-CONICET) y que lidera el investigador superior Enrique Crespo, estudian y conocen la especie desde hace décadas con el objetivo de conservarla.
La caza de ballenas fue una práctica común desde el siglo XI, pero durante el siglo XVIII la actividad se aceleró al ritmo de la Revolución Industrial y a principios del siglo XX, algunas especies de ballenas se encontraron al borde de la extinción: entre ellas, la Ballena Franca Austral, qué por su gran tamaño y docilidad, resultaba una presa fácil para los barcos arponeros.
“Se estima que la población en el hemisferio sur es de 14 mil individuos para esta especie. Si bien parece mucho debemos tener en cuenta que los números antes de las cacerías rondaban entre los 70 y 100 mil individuos. Pese a encontrarnos muy lejos de estos números, en la actualidad, las poblaciones se están incrementando”, explica Mariano Coscarella, investigador adjunto del Centro para el Estudio de Sistemas Marinos (CESIMAR-CONICET) e integrante del LAMAMA.
Para monitorear a las ballenas que anualmente llegan a reproducirse a Península Valdés, los científicos necesitaron establecer un método que les resultase económico, sencillo y efectivo. “Desde 1999 realizamos censos aéreos para saber cuántos animales había en la región y saber si la población estaba creciendo. Para esto volamos a baja altura y a poca velocidad. Somos tres observadores. Dos que van mirado por la ventanilla hacia abajo contando los animales y uno que va adelante y al lado del piloto en un avión de 4 plazas, anotando los registros. Es un vuelo de 5 horas y abarcamos unos 630 km de costa en cada oportunidad. En el primer año que comenzamos a volar contamos unas 430 ballenas en total para toda el área. El pasado 1 de agosto, contamos 1079 ballenas y en septiembre volveremos a volar”, describe Coscarella.
A lo largo de estos 20 años de monitoreo continuo por parte del grupo de investigación, la adquisición de estos datos permitió entender los procesos que se dan en cuanto a la dinámica de las poblaciones en la zona. “Estamos en un lugar donde los animales han decidido venir a realizar una parte muy importante de su ciclo de vida, como es la de parir a sus crías. Cuando llegan a la zona es muy probable observar grupos de cópula cerca de la costa donde se pueden ver una hembra y varios machos en estos grupos de alta actividad. A medida que avanza la temporada empiezan a aparecer las crías, que miden de aproximadamente cuatro metros de largo. Se las puede ver nadando junto a sus madres en las zonas de los golfos”, comenta el investigador.
El científico refiere a la ciudad en la que vive como un sitio privilegiado para poder interactuar con estos animales. “En este lugar del mundo las ballenas se acercan muchísimo a la costa y por eso los dos atractivos turísticos principales se tratan de su avistaje: uno, embarcando desde la localidad de Puerto Pirámides, y el otro, desde la playa El Doradillo, a 15 kilómetros de la Puerto Madryn, donde los turistas pueden observar estos animales a muy corta distancia”.
Un vagón del subte D tiene una longitud aproximada de 17 metros y un peso aproximado de 200 toneladas. Un ejemplar hembra adulta de Ballena Franca Austral puede alcanzar los 16 metros y llegar a pesar 40 toneladas.