A sala repleta y con la ovación del público se estrenó «Testosterona» en el Teatro Astros, una obra protagonizada por Cristian Alarcón y dirigida por Lorena Vega que recorre, con sensibilidad y una puesta de proyección audiovisual, la historia personal e íntima del escritor, atravesada por las inyecciones de hormonas a las que estuvo sometido durante la infancia que pretendían «corregir» su homosexualidad en el marco de la historia política, social y científica de un país.
Cristian Alarcón irrumpe en el escenario. Está vestido con un pantalón clásico, una remera marrón y una camisa de jean. Se detiene en el centro y mira al público, que aplaude con euforia apenas lo ve. La obra comienza. La primera escena reconstruye todos los escenarios y momentos de la vida en que su madre le dijo: «Esto es el fin del mundo». Cuando hubo un terremoto, cuando explotó un volcán, cuando dos aviones chocaron las torres gemelas. Cuando lo encontró a Cristian, siendo niño, en una habitación vestido con un camisón y los labios pintados.
Detrás de Alarcón se proyectan distintos videos. Una imagen del protagonista cuando tenía seis años: sonrisa tímida, el pelo ordenado, los ojos negros. Usaba una remera en particular que le gustaba mucho porque le quedaba apretada. Después, la proyección de todos los «fines del mundo» posibles de su madre, en simultáneo en varias pantallas.
«Testosterona» es una obra imposible de clasificar. Su hibridez es su máximo valor, el formato perfecto para que el espectador haga un viaje sensorial no solamente por la experiencia de vida del protagonista sino también por los distintos contextos que contienen esa vivencia: la realidad política, social y científica de la Argentina y también del mundo.
Alarcón es el creador y editor de revista Anfibia y ganador del premio Alfaguara por su novela «El tercer paraíso». La idea original de este biodrama tiene un recorrido un tanto azaroso. En 2019 Anfibia editó un tomo en papel llamado «Cuerpo», en donde varios autores publicaron textos relacionados con traumas alrededor de la corporalidad. En ese momento Alarcón pensó un texto con la intención de que funcionara como prólogo, pero finalmente terminó siendo un poema dentro del libro.
«Ese olor a azufre, ese olor a diablo, a experimento, a laboratorio, a limpieza. La aguja de la jeringa en mi brazo delgado, en la vena que muchas veces no quiere ser vista, para que no la profanen, para salvarse del tratamiento», escribió en su momento el escritor en el poema y despliega ahora, con sensibilidad, arriba del escenario.
Entre los seis y los ocho años, Alarcón fue sometido a una terapia de conversión a través de inyecciones de testosterona que pretendía «borrar» sus rasgos feminizados, cualquier rastro de homosexualidad emergente. La obra plantea algunas hipótesis posibles para explicar esta práctica, entre ellas un plan sistemático que tuvo lugar en los años 70 no solamente en Argentina sino en distintos países del mundo. El objetivo: normalizar lo que se salía de control.
La obra contiene referencias a los tratamientos con inyecciones de hormonas que hacían los nazis sobre las personas homosexuales en los campos de concentración, como también aborda los descubrimientos botánicos de Alexander von Humboldt y Aimé Bonpland.
También retoma en varias oportunidades los modos en que se construye y deconstruye la noción de lo masculino y lo femenino, y pone en cuestión lo binario como categoría imperante dentro de la sociedad. Aparecen, en este mismo sentido, personas claves que pensaron estas ideas: María Moreno, Néstor Perlongher, Manuel Puig y Pedro Lemebel, entre otros.
El dispositivo entrecruza música, sonido, arte digital y los cuerpos de Alarcón y de Tomás de Jesús, actor y bailarín secundario. «Como persona, antes que como performer, la clave para hacer esta obra fue dejarme atravesar por la historia de otra persona. Fue muy revelador conocer a Cristian Alarcón persona antes que profesional, porque entablamos una relación de mucha empatía y de mucha identificación en las cuestiones que relata en la obra», explica a Télam de Jesús.
Esta experiencia teatral fue pensada y elaborada por Alarcón junto a Lorena Vega dentro del área del laboratorio de periodismo performático de Anfibia. La performance sumerge al espectador en un recorrido que activa todos los sentidos, a la vez que despliega una potencia no solamente por su contenido de fondo sino también por la forma en que se expresa: hay colores, luces, destellos, efectos sonoros, personas que bailan, momentos de quietud, tramos de lectura y otros de humor.
«Todas estas disciplinas como el universo sonoro, la danza, la performance y el teatro son parte de un material híbrido que permite que el relato esté tejido con todas estas áreas conectadas, con mucho trabajo en el detalle y con mucho valor en cada una de ellas. No hay una preponderancia de un área por sobre la otra, sino que cada una teje en su justo momento y aportan lo que tienen que aportar para que el relato sea contado», explica a Télam la directora, Lorena Vega.
La obra incluye además un recorrido por distintas grabaciones que se proyectan también con imágenes: aparecen, de manera intermitente, el sonido de los tacos de la madre, las voces de los médicos entrevistados que explican cómo funciona una terapia con testosterona, el ruido de las llaves cuando estaba por llegar alguien en la casa familiar de la infancia de Alarcón.
Uno de los tramos más impactantes de «Testosterona» tiene lugar cuando las proyecciones audiovisuales se plasman no solamente sobre las pantallas del fondo sino sobre el propio cuerpo de Alarcón: la corporalidad como territorio para infiltrar un tratamiento médico invasivo y también como lienzo donde imprimir colores, texturas y efectos especiales.
«El desafío de trabajar con la historia personal de otra persona es muy grande, lo que requiere sobre todo es la escucha. Afinarla, amplificarla y estar disponible para dejar que se despliegue ese universo íntimo y poder ir tomando y rescatando dónde están las posibilidades poéticas. Si en la búsqueda, investigación y ensayo ese territorio está habilitado, el material empieza a emerger, se expresa genuinamente y es posible escucharlo y empezar a crear con eso», explica Vega sobre el proceso artístico de la obra.
«Yo habitaba una masculinidad siempre al borde», dice Alarcón arriba del escenario. En algunos tramos del discurso reflexiona sobre los modos en que esta terapia pudo tener efectos sobre su cuerpo: pudo haber afectado el tamaño de los huesos, pudo haber incrementado la cantidad de vello, e incluso modificado la tolerancia al azúcar. «Quizás por eso me gusta tanto tomar Negroni», dice entre las risas propias y las del público.
«No quería tener ese cuerpo. Vivía lejos de los juegos infantiles. Me la pasaba en los libros. Rechazaba la vil materia que me confirmaba ese mundo al que yo no pertenecía, del que debía irme», escribe Alarcón en el poema que dio origen a la obra.
La sala entera se emociona. Entre los espectadores hay amigos y compañeros de andanzas de su juventud en los bares maricas icónicos de los años 90 en Buenos Aires. También hay figuras del periodismo, de la cultura y de la televisión: Mariana Enriquez, María O’Donnell, Hinde Pomeraniec, Lalo Mir, Alejandro Bercovich y Ángela Lerena, entre otros.
«Un material escénico tiene que emocionar. Trabajamos para generar las mejores condiciones para poder armar un encuentro, porque ir a ver algo en vivo es generar comunión, encuentro y ritual. Mi deseo es generar una conexión sensible con quienes vengan a ver la obra, y lograr eso es muy complejo, hay que trabajar mucho para lograrlo», concluye Vega. La obra tendrá lugar todos los jueves de febrero, a partir de las 20.30, en el Teatro Astros de calle Corrientes.