En su primer año en la Casa Blanca, Donald Trump comenzó una retirada de los compromisos internacionales de Estados Unidos, debilitó otros, enfrió las mayores iniciativas de política exterior que había firmado su antecesor, Barack Obama, alimentó los temores de una guerra nuclear con Corea del Norte y desató la furia del mundo islámico.
Fiel a su discurso aislacionista de la campaña electoral, Trump comenzó su mandato ordenando la renegociación del Tratado de Libre Comercio de América del Norte con Canadá y México, y suspendiendo la firma del Tratado de Asociación Transpacífico, la mayor iniciativa de libre comercial que negoció Obama y que buscaba contrarrestar la influencia económica de China sobre el resto de Asia.
«Vamos a frenar estos acuerdos comerciales ridículos que sacaron a todo el mundo de nuestro país y sacaron a las empresas de nuestro país. Eso va a ser revertido», le prometió Trump a un grupo de líderes sindicales, antes de derogar el TLC regional.
Seis meses después, el flamante mandatario estadounidense volvió a borrar la firma de Obama de un texto multilateral: el Acuerdo de París contra el cambio climático.
La decisión de Trump no pasó desapercibida y hasta superó la tradicional sutileza de la diplomacia entre potencias en la cumbre del G20 del mes siguiente.
En un gesto inédito, los otros 19 países destacaron en el texto final del foro que no compartían la posición de la Casa Blanca y seguían apoyando los compromisos asumidos en París para controlar y reducir las emisiones contaminantes.
Ajeno a las críticas, en octubre Trump volvió a patear el tablero de una institución internacional cuando anunció la salida de Estados Unidos de la Unesco, la agencia de la ONU para la cultura y el patrimonio histórico.
La medida era esperable porque, tras la decisión de la Unesco de reconocer a Palestina como un Estado miembro en 2011, Estados Unidos, por una ley interna, había dejado de financiar la agencia y, por ende, había perdido gran parte de su influencia.
Sin embargo, el jefe republicano hizo de la salida de la Unesco una declaración política al acusar a la agencia de tener «una posición anti Israel».
Esta no fue la única vez que la Casa Blanca se alineó, casi en soledad, con Israel a lo largo del año.
En octubre y después de meses de amagar con salirse del acuerdo multilateral que Obama firmó en 2015 junto con las principales potencias del mundo e Irán para congelar el programa nuclear de la República Islámica, Trump envió el texto al Congreso para que lo revise y lo corrija, de ser necesario.
Poco importó que los principales líderes del mundo le recordaron que se trata de un acuerdo multilateral y Estados Unidos no puede modificarlo de manera unilateral.
El Organismo Internacional de Energía Atómica, la agencia especializada del sistema de la ONU, ratificó que Irán cumple con todos los compromisos del acuerdo y los otros países firmantes respaldaron este análisis; sin embargo, Trump decidió alinearse con el primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu, y acusó a Teherán de mentirle al mundo.
El mandatario estadounidense también se alineó a su socio israelí unos meses después cuando rompió con una política de Estado de décadas y reconoció a Jerusalén como la capital de Israel, pese al rechazo de la Unión Europea y de todo el mundo islámico.
La decisión de Trump sobre uno de los puntos más sensibles del conflicto desató protestas en todo Medio Oriente y especialmente en la Franja de Gaza, donde las fuerzas de ocupación israelíes mataron a cuatro personas.
El israelí-palestino no fue el único conflicto que Trump recalentó.
También alimentó la confrontación con el líder de Corea del Norte, Kim Jong-un a fuerza de amenazas, insultos, chicanas y un mayor despliegue militar en esa región asiática, que fue respondida a su vez por una serie de pruebas nucleares y misilísticas.
«Si nos fuerzan a defendernos o a nuestros aliados, no tendremos otra opción que destruir completamente a Corea del Norte», amenazó Trump durante su primer discurso ante la Asamblea General de la ONU.
A lo largo de casi todo el año, Trump y Kim escalaron las amenazas al punto que el mundo volvió a temer a la posibilidad de una guerra nuclear, un sentimiento que llevó al Comité Nobel Noruego a elegir este año a la Campaña Internacional por la Abolición de las Armas Nucleares.
En América latina, Trump tampoco buscó sembrar una política de integración o, al menos, de entendimiento multilateral.
Los ataques e insultos de campaña contra México y sus ciudadanos que intentan emigrar a Estados Unidos se convirtieron tras la asunción del 20 de enero en políticas restrictivas y represivas tanto contra los inmigrantes legales como contra los que entraron o viven en el territorio ilegalmente.
Trump siguió prometiendo la expansión de un muro fronterizo, multiplicó las redadas contra inmigrantes sin papeles, suspendió o limitó tipos de visas y otorgó más recursos financieros y humanos a la seguridad limítrofe.
El mandatario también eligió rivalizar con Cuba, enfriando el acercamiento iniciado por Obama, y con el gobierno venezolano de Nicolás Maduro, a través de sanciones económicas y políticas a sus principales funcionarios.
No obstante, Trump construyó muy buenas relaciones con otros gobiernos de la región como el de Mauricio Macri, el peruano Pedro Pablo Kuczynski y el colombiano Juan Manuel Santos.