Con el mismo arrebato irreverente y lúdico que en 1969 enamoró a John Lennon, con quien selló una historia que terminó siendo contraproducente para la carrera artística de ambos, Yoko Ono se hace presente desde hace unos días en la Tate Modern de Londres desde una gigantesca retrospectiva -la más grande dedicada a su producción- que interpela a los visitantes con obras que invitan a ser pisadas, atravesadas con la mano o intervenidas con un clavo.
«Music of the Mind» («Música de la mente») se llama esta exposición integrada por más de 200 obras que insta a despertar la creatividad de los espectadores con acciones que requieren mucho más que un tiempo de contemplación: la artista que por estos días cumplirá 91 años -más precisamente el próximo domingo- busca una interacción tan activa de los visitantes que la mayoría de las obras sólo adquieren algún sentido cuando se activa la participación del público.
«La paz es poder», «Esta obra es para pisarla», «Cuadro para ver el cielo», «Roba una luna del agua del cubo, sigue robando hasta que la luna no se vea», son algunas de las consignas o instrucciones que organizan este recorrido por siete décadas de creación de la artista cuyo inagotable ingenio se sumerge en las raíces del arte conceptual que generó vasos comunicantes entre las culturas de Oriente y Occidente.
Atravesar un lienzo para dar la mano a otra persona -que puede ser un espectador desconocido-, pisar una obra, usar un martillo para poner un clavo en la pared o jugar a un ajedrez totalmente blanco «hasta que dejes de recordar dónde están tus piezas» son alguna de las interacciones posibles que propone la muestra.
La muestra, que permanecerá abierta hasta el 1 de septiembre, recorre siete décadas de la trayectoria artística de Yoko Ono desde sus primeros pasos en el vanguardismo en Nueva York y Tokio hasta su tiempo en el Reino Unido, donde conoció a Lennon, todo desde un heterogéneo registro que abarca instalaciones, pinturas, fotografías, esculturas y piezas de audio
Muchas de las obras aluden a fenómenos actuales como el de la migración, como ocurre con el proyecto «Add Colour (Refugee Boat)» («Añade color (Barco de refugiados)»), que ocupa toda una sala blanca en cuyo centro hay una pequeña barca del mismo color. Allí, el público podrá pintar el barco y las paredes con rotuladores azules, en referencia al color del mar hacia el que se embarcan muchas personas en busca de una vida mejor.
La exposición incluye algunas de sus obras más polémicas, como el video que muestra su performance en «Cut Piece» (Pieza cortada, 1964/1965), un trabajo que presentó primero en Japón y luego en Nueva York. En el escenario, Ono aparecía envuelta en un vestido negro y dejaba unas tijeras a su lado, para que el público le fuera cortando la ropa. La artista intentaba llamar la atención sobre la violencia ejercida por la sociedad contra las mujeres.
Una historia de amor que se devoró una trayectoria artística
A sus todavía 90 años, las acciones pacifistas y humanitarias de Ono guardan tanta vigencia como cuando lanzó la campaña contra la guerra de Vietnam metida en la cama con John Lennon, una experiencia que se proyecta en las paredes del museo londinense, junto con el censurado «Bottoms», un corto en el que se ven 365 colas en primer plano, y con el que intentaba demostrar que «desde atrás, todos somos iguales».
No se discute que la relación con el músico la ayudó a «amplificar» a escala global sus mensajes pacifistas y feministas, pero al mismo tiempo terminó siendo un lastre para su carrera artística, no solo porque desde el asesinato del cantante y compositor de The Beatles en 1980 quedó subsumida en su rol de «viuda de Lennon» sino porque tras la disolución de la banda en 1970 ella quedó apuntada como el factor que expandió la discordia entre el grupo.
«Yoko Ono es la artista desconocida más famosa del mundo, todos saben su nombre pero nadie sabe qué hace». Así llegó a resumir el propio Lennon en los setenta la invisibilización que recayó sobre la obra de su mujer tras ser eclipsada por el mundo «Beatle».
Ono y Lennon se conocieron en 1966 en Londres, cuando la artista integraba el grupo Fluxus, un movimiento nacido en Nueva York que reunía a artistas conceptuales y de vanguardia en esa ciudad, donde vivía desde niña después de que su familia dejara Tokio. El músico fue a recorrer una muestra que la artista presentaba por esos días en una galería londinense y quedó cautivado por una obra llamada «Ceiling painting» («Pintura del techo»), en la que se invitaba al visitante a subir a una escalera y ver a través de una lupa una palabra que aparecía en lo alto: la palabra era «Yes» (Sí). Lennon subió la escalera y quedó asombrado por la inventiva de Ono.
Cuando su disruptiva concepción del arte que buscaba escaparle a las formas tradicionales y al mercantilismo impactó en la imaginación de Lennon -quien por su parte comenzaba a sentir una relación opresiva con la fama y las gira-, la artista se convirtió en el centro de críticas y burlas. Nadie toleró que el hombre que había dado al mundo canciones perfectas grabara discos de una vanguardia «inteligible», posara desnudo para uno de sus portadas o realizara campañas por la paz a través de distintas performances. La exposición aparece como una reivindicación que pone en valor ese rico recorrido creativo tan desatendido por años.
El certificado de matrimonio de la pareja, sellado en la «ciudad y guarnición de Gibraltar» el 20 de marzo de 1969, se exhibe ahora en la exposición junto con otros trabajos conjuntos de Ono y el músico, al tiempo que ilumina lo que «ha estado escondido por eso de ser ‘la mujer de John Lennon»