Si no hubiera sido por la obstinación de un grupo de seguidores y amigos que lo liberaron del alcance de los nazis, Hitler no hubiera dudado en exterminar a Sigmund Freud: sobre esa hipótesis tan potente se desliza «Salvar a Freud», un libro escrito por el periodista estadounidense Andrew Nagorski que se publica ahora en español y reconstruye ese episodio traumático de la vida del psicoanalista, así como otras viñetas cotidianas que retratan una existencia apacible y poco atormentada, salvo por el cáncer de mandíbula que sufrió desde 1923.
El 15 de marzo de 1938, el mismo día en que Hitler se dirigió a la multitud desde el balcón de Hofburg, en el palacio imperial de Viena, un grupo de tareas de las Sturmabteilung o SA -una milicia vinculada al Partido Nacionalsocialista Obrero Alemán- se presentó en la casa de Sigmund Freud, quien tenía en ese momento 82 años.
Freud era, para entonces, uno de los judíos más reconocidos de la ciudad y los nazis lo tenían bajo la mira hacía ya bastante tiempo. Su esposa, Martha, intentó detener al grupo de un modo educado, pero los nazis insistieron buscando dinero hasta que apareció en escena el propio Freud y se detuvo, con coraje, frente a ellos.
Según declaraciones de un testigo, parecía «un profeta del Antiguo Testamento». Los miembros de las tropas fueron amedrentados por el psicoanalista y finalmente decidieron salir de la casa, aunque amenazaron con volver en algún momento.
La escena la describe el periodista y escritor estadounidense nacido en Edimburgo, Andrew Nagorski, de 76 años, en el libro «Salvar a Freud», un título que resume la esencia de la obra: la historia de cómo se consiguió sacar al autor de «La interpretación de los sueños» de la pesadilla en que se estaba convirtiendo la ciudad de Viena durante el nazismo.
Nagorski reconstruye la manera en que un grupo variado de seguidores y amigos liberaron a Freud del alcance los nazis y plantea una hipótesis muy clara de que, de no haber logrado escapar, Hitler no hubiera dudado en exterminar al psicoanalista.
De hecho, y este es uno de los datos más importantes que se despliegan en la obra, cuatro de sus hermanas murieron en los campos nazis en 1942, tres de ellas, Rose, Marie y Pauline, en las cámaras de gas de Treblinka y la cuarta, Dolfi, de inanición en Theresienstadt.
«Si Freud se hubiera quedado y no hubiera muerto antes del cáncer que acabó matándolo en Londres, los nazis lo hubieran asesinado en los campos o de cualquier otra manera. Era un símbolo del judío más peligroso para ellos. Y hacían muy pocas excepciones», sostiene el autor.
El libro se centra en el rescate de Freud de Viena pero a su vez recorre la existencia del científico y recuerda los principales hitos de su vida y de su época, desde su nacimiento en 1856 en la entonces Freiberg y hoy Pribor (República Checa), incluyendo los experimentos con cocaína, la colaboración con Charcot, la hipnosis, el hombre de las ratas, el surgimiento de los términos «psicoanálisis» o «complejo de Edipo», los problemas con Jung, Adler y Ferenczi, la relación con Einstein, la aversión por los Estados Unidos y el especial cariño que le tenía a su perro.
En una entrevista con El País, el autor explica: «Esa escena de Freud frente a los SA es una de las razones por las que quise contar esta historia. Solemos considerar a Freud una figura del XIX y principios del XX, y se conoce menos que viviera el Anschluss y tuviera ese encuentro con los nazis. Cómo sobrevivió y logró escapar constituye un relato casi cinematográfico, y de hecho ya me han comprado los derechos del libro para hacer una película».
Freud fue hijo de un comerciante de lana, tuvo cinco hermanas y un hermano, todos menores que él. A sus cuatro años la familia se mudó a Viena, ciudad a la que fue muy apegado, motivo que explicaría por qué le costó tanto a su entorno convencerlo de que huyera. Otro dato revelador del libro de Nagorski es que el médico neurólogo pasaba sus veranos en Berchtesgaden, lugar donde Hitler instaló su refugio alpino cuando llegó al poder.
Nagorski traza un perfil del psicoanalista con matices diferentes al que se conoce públicamente: una persona más bien cálida y cercana, un poco presumida también, que no le gustaban las bicicletas ni los teléfonos. Con escenas y momentos cotidianos retrata, además, una vida bastante burguesa y poco atormentada, salvo por el cáncer de mandíbula que sufrió desde el año 1923.
Freud se casó con Martha Bernays, una mujer que provenía de una familia de judíos ortodoxos alemanes, y el matrimonio, que tuvo seis hijos, entre ellos Anna Freud, sucesora de su padre y parte del grupo que lograron su fuga de Viena, duró 53 años, hasta el día de su muerte.
El psicoanálisis fue considerado en ese momento una «ciencia judía» por los nazis y fue particularmente odiada. Cuando Hitler llegó al poder se persiguió a todo el movimiento en Alemania y los libros de Freud fueron quemados públicamente, junto a otros títulos de Thomas Mann, Erich María Remarque, Lion Feuchtwanger, H.G. Wells y Jack London, al grito de «¡contra la sobrevaloración de la vida sexual, destructora del alma!».
El secreto de esta huida fue el empecinamiento y la devoción con la que trabajó este grupo de rescatistas, tan heterogéneo como obstinado, que incluía amigos y seguidores de Freud. El 4 de junio de 1938 consiguieron hacer escapar de Viena hacia Londres vía París a un grupo de 18 adultos y seis niños del entorno familiar, Freud incluido. Otro dato curioso que revela Nagorski: en ese viaje el psicoanalista se llevó su perro chow-chow y su diván.
La concepción que tenía Freud del inconsciente y de la sexualidad era, por supuesto, un tema central para los nazis, que todo lo subordinaban a la ideología racial: la idea de que había algo «incontrolable» en la mente humana les parecía subversivo. Por su parte, el psicoanalista nunca se pronunció, al menos por escrito, sobre la estructura psicológica de Hitler y los orígenes de su maldad.
«Ahora somos libres», dijo al cruzar el Rin en el tren en el que huían camino de Francia. Se instaló finalmente en una casa en Hampstead, que hoy es museo, donde pasó el resto de su vida y siguió con su consulta mientras pudo. Allí lo visitaron, entre otros, figuras de la cultura como Virginia Woolf y Salvador Dalí.
Una de las cosas que destaca Nagorski del proceso de trabajo de «Salvar a Freud» es el notable sentido del humor que descubrió en el trabajo de archivo realizado sobre la figura del psicoanalista.
«En un encuentro con Einstein, Freud bromeó: ‘yo no sé nada de física y él tampoco de psicoanálisis, así que pasamos un rato muy agradable’. Y en otra oportunidad, cuando tuvo que firmar una declaración para salir de Austria que exoneraba a las autoridades nazis, dijo en voz alta: ‘puedo recomendar encarecidamente la Gestapo a todo el mundo'», explicó en la entrevista con El País el autor.
Gracias a la «Operación Freud», como la denomina Nagorski, Freud pudo morir en su cama en Londres el 23 de septiembre de 1939.