La bandera se extendió pasadas las 10 de la mañana sobre la avenida de Mayo, desde la calle Piedras hasta la avenida 9 de Julio. Miles de rostros con nombre, apellido y fecha de desaparición se multiplicaron ordenados alfabéticamente paño tras paño.
De a poco fueron llegando madres, padres, tíos, primos, sobrinos, hijos, nietos y amigos que buscaban con atención, impacientes, ansiosos el rostro de ese ser querido del cual un día no supieron más.
“Las miradas que cruzás con otro familiar en la bandera al que no conoces es especial. Es una mezcla de dolor, tristeza y resistencia compartida”Rocío Casares, nieta de Imar Miguel Lamonega, delegado gremial de YPF, secuestrado frente a su familia el 23 de diciembre de 1976.
De pronto, al verlo, se frenaban en seco, algunos se besaban la mano y la apoyaban sobre la bandera, otros se agachaban y la acariciaban, le dedicaban unas palabras o sólo una mirada en silencio.
“Las miradas que cruzás con otro familiar en la bandera al que no conoces es especial. Es una mezcla de dolor, tristeza y resistencia compartida”, expresó Rocio Casares, nieta de Imar Miguel Lamonega, delegado gremial de YPF en la destilería de Ensenada y poeta, secuestrado en su casa de Berisso frente a su familia el 23 de diciembre de 1976.
La hija menor de Imar, Milena Lamonega -abrazada junto a su hija Rocío- lo mira en la bandera y evoca: “Tanto la militancia sindical de papá como su actividad poética, que era sistemática y nocturna, tenían la misión de ir a abrazar a todos los que estaban en las periferias existenciales, como dijo el Papa (Francisco) y esa es la misión del sindicalismo pero también de los poetas”.
A pocos metros está Lorena, la prima de Jorge José La Cioppa, un joven ferroviario de 19 años desaparecido el 14 de mayo de 1976 en la localidad de Carapachay.
“Vine varios años a la Plaza pero es mi primera vez en la bandera, es muy impactante estar acá. Yo tenía sólo tres años cuando se lo llevaron a mi primo, iba a ser el padrino de mi hermana menor, pero no llegó. Sus papás fallecieron sin saber nada de él”, relató Lorena La Cioppa sin despegar la vista de su primo, “un apasionado por la música” según le contaron.
Pasado el mediodía la bandera es alzada por miles de manos que la sujetan con firmeza y empieza su marcha hacia adelante, a paso lento, con avances y retrocesos. Se frena. Vuelve a arrancar.
María Esther del Rabal, “Mary” para quienes la conocen desde sus años mozos, estuvo secuestrada varios días cuando estaba embarazada de Alfonso. La soltaron pero tiene muchos seres queridos que no corrieron con la misma suerte.
Hace siete años desde que ya no puede marchar porque “no le dan las piernas” y por su ceguera que ya casi es total, se sienta en un banquito frente a su departamento de la avenida de Mayo al 700, sola, con una bandera de Evita y Perón.
Mary dice que, aunque no ve, siente y oye el trajín de cada 24 de marzo. Sentada en ese banco piensa en los que “ya no están”, entre ellos, su gran amiga Raquel Bulit, secuestrada el 8 de diciembre de 1977 en la Iglesia de la Santa Cruz.
“Lo vivo con angustia y felicidad. Pienso mucho en mis compañeros, en los que se fueron peleando y los que se fueron de viejos. Me siento acá desde muy temprano, oigo, y digo ‘hay poca gente’ y después escucho que van llegando más y más, y me tranquilizo”, contó Mary con una flor de tela agarrada al palo de su bandera que, explicó, se la “regaló alguien hace unos años un 24”.
Entre tanto, familiares y amigos se vuelven “los guardianes” de la bandera. La estiran, le sacan hojas secas que caen de los árboles, procuran que los miles de transeúntes que intentan cruzarla de un lado a otro lo hagan con cuidado por las hileras que separan cada fila de rostros.
Hasta que de pronto, pasado el mediodía la bandera es alzada por miles de manos que la sujetan con firmeza y empieza su marcha hacia adelante, a paso lento, con avances y retrocesos. Se frena. Vuelve a arrancar.
“Es mi primera vez en la bandera, es muy impactante estar acá. Yo tenía sólo tres años cuando se lo llevaron a mi primo, iba a ser el padrino de mi hermana menor, pero no llegó. Sus papás fallecieron sin saber nada de él”.Lorena La Cioppa
Un niño sostiene un globo que dice “acá las fuerzas del cielo dicen que no subestimes las fuerzas del suelo”. Está subido a los hombros de su papá que con una mano lleva la bandera y con la otra lo aferra a él, sostiene a ambos con el mismo amor y la misma fuerza.
La hija de Teresita Leona Lagger, desaparecida el 14 de junio de 1975, encuentra el rostro de su madre en la bandera en medio de la procesión. Cuando logra alcanzarla, la besa, llora y avanza a su lado entre la multitud.
Una hora tarda esa bandera en hacer las cinco cuadras que separan la avenida de Julio de la Plaza de Mayo. Lo hace abriéndose paso entre los cientos de miles de asistentes que la miran, la aplauden, le cantan y se emocionan.
Una vez en la Plaza de Mayo, los familiares descansan, reposan y se entremezclan entre los demás con ese alivio que se siente cuando alguien sabe que se llegó al lugar, en la fecha y hora en que esos 30 mil son abrazados por tantos miles más que los recuerdan y los traen a la vida una y otra vez cada 24 de marzo.
Con la lectura del documento por parte de los referentes de los distintos organismos de derechos humanos la multitud se enciende, aplaude, canta. La ovación cuando Estela de Carlotto y Taty Almeida suben al escenario, ensordece.
Banderas y remeras con consignas como “Nunca más ni un paso atrás”, “Sin memoria no hay libertad”, “Son 30 mil y una es mi abuela” o “Poner el pecho para levantar la patria”, se multiplican.
La Plaza de Mayo estuvo llena, sus diagonales y calles circundantes también. El pueblo, una vez más, dijo Nunca Más.
Hace calor, los rayos del sol no dan tregua casi llegadas las 15. Estela de Carlotto con sus 93 años lo sabe y no duda en decirlo, la multitud la oye, ríe con ella y la alienta.
“Un día como hoy, hace 20 años, Néstor Kirchner ordenó bajar los cuadros de los genocidas en el Colegio Militar y luego, en la ESMA, dijo una frase que quedó grabada en el corazón del pueblo argentino: ‘Vengo a pedir perdón en nombre del Estado Nacional por la vergüenza de haber callado durante 20 años de democracia por tantas atrocidades’”, evocó Carlotto y la ovación volvió a hacerse oír.
Como cuando leyó que ya son más de 1100 los genocidas condenados por delitos de lesa humanidad y bregó porque esas condenas sean de cumplimiento efectivo, cuando pidió ayuda para que todas las personas que dudan de su origen puedan encontrar el camino de la verdad o cuando reclamó que se concreté una ley contra el creciente negacionismo.
A Taty le tocó el cierre, y con la fortaleza e impulso que la caracterizan, gritó a viva voz “30 mil compañeros detenidos desaparecidos”, a lo que la multitud le respondió “¡Presentes!”, ella devolvió un “ahora” y los cientos de miles le respondieron “y siempre”.
La Plaza de Mayo estuvo llena, sus diagonales y calles circundantes también. Mary sentada en su banco de avenida de Mayo al 700 lo sabe y como otros tantos familiares comprende, que el pueblo, una vez más, dijo Nunca Más.