La tecnología siempre ha sido una forma de controlar lo imprevisible. Desde la rueda hasta la inteligencia artificial, cada avance ha supuesto una respuesta —parcial, muchas veces ilusoria— frente a la incertidumbre del porvenir. Pero en un mundo atravesado por crisis múltiples —climática, económica, geopolítica—, la promesa de un futuro mejor parece resquebrajarse, y con ella, el lugar que la ciencia y la técnica ocuparon como motores del progreso.

En este contexto, proliferan nuevas formas de pensar el mañana: desde los algoritmos predictivos que modelan escenarios hasta la ficción especulativa que anticipa sociedades distópicas. Ambas narrativas —la del cálculo y la del relato— se vuelven herramientas para abordar lo desconocido.

El artículo publicado por El País, firmado por el periodista Jordi Pérez Colomé, se pregunta cómo la tecnología construye imaginarios futuros. ¿Hasta qué punto las predicciones algorítmicas alivian la incertidumbre o la amplifican? ¿Y qué rol juegan las narrativas de ciencia ficción en la configuración de los miedos y las esperanzas contemporáneas?

En el terreno de la inteligencia artificial, las expectativas son ambivalentes. Por un lado, se presenta como solución a problemas complejos: optimizar el uso de recursos, anticipar desastres naturales, prevenir pandemias, gestionar ciudades inteligentes. Por otro, se teme que profundice desigualdades, erosione empleos, concentre el poder y multiplique sesgos invisibles.

La paradoja es evidente: mientras más poderosa es la herramienta, más difícil es prever sus efectos. El sociólogo Zygmunt Bauman hablaba de una “modernidad líquida”, donde las certezas se diluyen. En ese escenario, la tecnología no es refugio sino reflejo de nuestras ansiedades.

En paralelo, la ficción vuelve a cobrar protagonismo como espacio de elaboración simbólica. Las distopías ya no son advertencias lejanas, sino espejos deformados del presente. Series, películas y novelas proyectan futuros desoladores que resuenan con las preocupaciones actuales: el colapso ambiental, el autoritarismo tecnológico, la vigilancia masiva.

Pero también hay lugar para utopías modestas: relatos de comunidades resilientes, tecnologías éticas, redes de cooperación. En palabras del filósofo Mark Fisher, necesitamos “mapas del futuro” que nos permitan imaginar otras posibilidades más allá del capitalismo tecnológico.

La clave, quizás, esté en recuperar la dimensión política del futuro. No como algo dado, que los algoritmos o los gurús tecnológicos nos dictan, sino como algo por construir. La incertidumbre no debe paralizar, sino abrir preguntas. Y en esa tarea, tanto la ciencia como la ficción tienen un papel insustituible.