Peluqueras que se empeñaban en hacerles bucles para sus fiestas de 15, empleados del registro civil que vieron a sus abuelos africanos como «trigueños» contra toda evidencia sensorial, compañeritas de escuela que intentaban ser amables advirtiendo que «vos no sos tan negra, sos linda», son algunas de las experiencias biográficas que cuentan las dos protagonistas – y guionistas- de la obra de teatro documental «Afroargentinas» estrenada en el marco del 8M.
«En la adolescencia me costaba un montón ser negra para afuera», resume en un momento de la obra Jesica Salinas Lamadrid (38) para hacer referencia a lo difícil que le resultó habitar nuevos espacios y abrazar esta identidad más allá del círculo familiar, en un país que sigue atado al mito de la nación blanca.
«Me dijeron ‘negra de mierda’ a los 5 años, a los 15, y me lo dicen a los 27», dice en otra parte de la puesta en escena Florencia Gomes (32), la coprotagonista.
Estas dos actrices y activistas antirracistas encarnan dos diferentes momentos de la diáspora africana en Argentina: mientras Jesica es «sexta generación de sobrevivientes de la trata esclavista en este territorio», Florencia es nieta y bisnieta de inmigrantes caboverdianos.
Por su parte, la actriz, docente y politóloga Ivana Smolar (39) explicó que la idea de esta obra que ella dirige fue madurando con el tiempo a partir del «ruido» que le hacían algunas situaciones que vivió durante su infancia en Argentina pero de las que recién tomó conciencia cuando se mudó a Estados Unidos en la adolescencia.
«En la ciudad donde vivíamos había muchos migrantes de otros países de América Latina, con lo cual había mucha afrolatinos, pero en Argentina, de donde yo venía y donde también hubo esclavitud, se consideraba que la afrodescendencia existió hasta el 25 de mayo de 1810», contó a Télam.
«De hecho hoy le preguntás a cualquier persona en la calle te va a decir que ‘en este país no hay negros'», agregó.
La idea de problematizar sobre las tablas el racismo y la negación de lo afro resurge con fuerza en Smolar, ya graduada universitaria, a partir de una conversación que tuvo con Jacqueline Serrano, una amiga candombera de padres afrouruguayos, sobre «cómo la miran en la calle cuando ella sale con un turbante, cómo la sexualizan todo el tiempo, cómo el cuerpo de las personas negras es considerado un objeto y varias de las cuestiones que en la obra se van nombrando».
«Pensé que sería bueno poner la voz de afroargentinas en escena con una obra de teatro documental, que no es ficción porque no hay representación, sino que son ellas contando sus propias historias», dijo.
Jacqueline – que fue la primera en subirse al proyecto que después tuvo que abandonar por cuestiones de fuerza mayor-, a su vez sumó a Florencia, quien propuso extender la invitación a Jesica, a quien no conocía personalmente.
«Me pareció que si vamos a visibilizarnos, era importante que se pueda ver que hay diferentes orígenes de afroargentines. Estaba Jacqueline, que es descendiente de afrouruguayos, y yo, que soy descendiente de caboverdianes, pero faltaba alguien descendiente de les esclavizades en este territorio y así llega Jes al proyecto», contó Florencia.
La aludida explica que «es nuestra vida, posta» la que cuenta la obra y que «fue muy movilizador» el proceso de guion porque implicó hacer memoria tanto evocando vivencias propias como reconstruir episodios de una historia familiar que las antecedió, a partir de acopio documental y prolongadas charlas con abuelos y tíos.
Valiéndose de dispositivos escénicos innovadores, la obra aborda las particularidades de estas biografía con muchos puntos en común: el bullyng en la escuela, una fiesta de 15 de tintes traumáticos, los intentos de blanqueamiento por parte del entorno y el adolescente deseo de que «no se note que soy negra».
Durante su participación, Florencia compara las libretas de enrolamiento de su bisabuelo Pedro Antonio Lima y su abuelo José «Djé» Gomes, ambos migrantes de caboverde, para mostrar cómo el color de piel consignado como «trigueño» en un caso y «blanco» en el otro, contradecía lo que puede verse en la foto.
La fotocomposición con las dos libretas en tándem que se proyecta en la obra, «la utiliza mi hermana docente, que tiene una cátedra de afroargentinidad en la UBA», para graficar cómo desde los documentos que produce el Estado «históricamente se fue invisibilizando la presencia de las personas negras», explica.
Parte del relato de Jesica está centrado en «La Suiza», la casona de Rodríguez Peña 254 que fue demolida en 2015 a pesar de que era el más importante – si no único- patrimonio edilicio de la cultura afroargentina en Buenos Aires porque desde la década del ’20 hasta 1978 se celebraban allí los famosos carnavales del Shimmy Club y sus 8 noches a puro ritmo de candombe.
«Mis tíos se tomaban dos colectivos para llegar y, como no tenían un mango, salían a tocar en la calle para juntar las monedas para pagarse los boletos. Imagine lo que significó para la comunidad y lo que fue después verla derrumbada», contó Jesica.
Es que en ese paréntesis espacial y temporal «resurgía lo que ellos realmente son» siempre tan lejano a la mirada estigmatizante de la gente en la calle «y por eso les prendían las luces y se seguían quedando», ya de madrugada.
Ambas cuentan que el cabello fue un tema.
«Yo recién me lo trencé por primera vez de grande, después de un trabajo profundo. Aprendí que las trenzas no son sólo un peinado sino que son hasta caminos de libertad», explica Florencia en la obra al referirse a cómo los surcos que trazan en el cuero cabelludo fueron usados por las mujeres esclavizadas para dibujar mapas de escape así como para guardar semillas o comida que serían útiles en la clandestinidad.
En el caso de Jesica, quien en los 2000 fue única afrodescendiente visible en un colegio secundario privado del Gran Buenos Aires, el cabello era el mayor obstáculo en su intento de «pasar desapercibida para evitar las burlas».
«No usaba la pollera porque me la levantaban, me tapaba siempre debajo de un equipo de gimnasia dos talles más grandes y me ataba una colita porque si no me decían ‘virulana’, o me metían cosas en el pelo», contó.
En particular, para ella fue «terrorífica» la fiesta de 15 no sólo porque a la peluquera del barrio se le ocurrió hacerle «un peinado estándar de flequillo planchado y bucles» que le quedó «cualquier cosa», sino porque implicaba que todos sus compañeros «se iban a dar cuenta» de que era «negra» al verla dentro de su contexto familiar.
La obra las muestra paradas hoy en otro lugar, empoderadas y orgullosas de su comunidad de pertenencia, de los orígenes afro de la mayor heroína de la independencia, del dulce de leche, del tango y de la parrillada.
«Ojalá esta obra sea la posibilidad de que muchas personas afrodescendientes se puedan ver reflejadas y decir ‘nosotros también podemos hacer esto'», dijo Florencia.
La obra se puede ver todos los viernes de marzo a las 21 en el Teatro Azul.