Mujeres en las calles con pañuelos verdes y violetas junto a carteles escritos a mano con furia, la presión de los cánones de belleza vinculados al status y el rol de la artista mujer invisibilizado en la historia del arte son algunas de las temáticas que diez artistas eligieron para reflexionar sobre la vida pública de las mujeres y los espacios de resistencia y lucha en una muestra que se presenta por estos días en el Centro de Artes de la Universidad Nacional de La Plata, como parte de la Bienalsur.
Desde la calle, a través de la vidriera del espacio ubicado en las calles 48 entre 6 y 7 de la capital bonaerense, se pueden ver gigantografías de mujeres dibujadas con estilo arte pop dispuestas como si marcharan juntas. Alli está una joven con ojos vendados y puño en alto; más allá dos jóvenes se funden en una abrazo y en la espalda de una de ellas se lee «Vivas nos queremos». Más acá otra exhibe un cartel con la leyenda «Yo perreo sola» y otra joven viste una remera con el dibujo del aparato reproductor femenino en la que una de las trompas de Falopio hace el característico gesto de «fuck you».
El eje de la exposición, que permanecerá abierta hasta el 30 de septiembre, es «La vida pública», que aparece acá «como un concepto ampliado a espacios que son de discusión y es por eso que la muestra empieza por la calle y termina en la calle, pero en el medio se transitan otros espacios, por ejemplo el territorio de la ciencia y la cultura, el modo en que se tensionan y optimizan los cuerpos, la producción de imágenes, la ciencia, la medicina, también los espacios de intimidad, que muchas veces, están asociados a lo laboral», explica a Télam Clarisa Appendino, a cargo de la curaduría.
Uno de los focos más potentes es la instalación «La revolución será feminista», que pertenece a la serie Indignadas, un registro visual de la participación de las mujeres en las protestas públicas en todo el mundo, basado en fotografías de prensa, medios alternativos y redes sociales. La serie busca visibilizar, reclamar y poner a la mujer en el centro de las luchas sociales, así como contribuir a la construcción de los nuevos imaginarios feministas», cuenta María María Acha-Kutscher, autora de ese arte digital.
La artista remarca que «es un registro de memoria que recuerde a las generaciones futuras que los cambios sociales a través de la historia fueron realizados por mujeres y hombres conjuntamente».
«La idea de la instalación es servir de altavoz y traer el feminismo de base, el de las calles, a un espacio artístico. Los dibujos se han traducido a un formato escultórico, para volverlos corpóreos y al mismo tiempo se pueda sentir la presencia de las activistas», apunta.
Las calles no son el único territorio de lucha explorado por esta Bienalsur. De lejos pueden parecer simples bancos cubiertos con ropas pero al acercarse, el espectador puede detectar que esas prendas de diversos colores ocultan motonetas tipo Scooters. Un cartel informa que se trata de la obra de Tra My Nguyen, artista nacida en Vietnam que vive actualmente en Alemania.
«El punto de partida de esta serie de esculturas textiles son mis vívidos recuerdos de mi infancia en Vietnam. Un recuerdo especial era andar en moto con mi familia y la obra explora en esas memorias», explica a esta agencia la artista.
Acha-Kutscher detalla que «la cultura de las motos marcó la transformación económica de Vietnam desde mediados de la década de 1980. Centrándome en los discursos del consumismo, la movilidad, el género y la identidad de clase, el trabajo examina el estilo femenino en las calles emergente de las motociclistas en Vietnam que usan muchas prendas que protegen del sol».
En Vietnam las mujeres en moto encarnan la idea de liberación y autonomía, por eso Tra My Nguyen hace en eje en ellas como «estrategia de empoderamiento» a la vez que denuncia, con las prendas de vestir que cubren esas motos, un canon de belleza de ese país que asocia las pieles claras al status social.
Aún pensando en esas jóvenes ocupadas y preocupadas por evitar que el bronceado oscurezca su piel se llega a otra sala de paredes blancas con tres estantes largos de mismo color y sobre ella inquietantes fotografías en vidrio. Son rostros de mujeres de distintas edades, en su mayoría en blanco y negro, pero no están completos. A todos los retratos les falta una parte, y algunos están desenfocados.
Se trata de la obra de la artista argentina Carolina Magnin, quien trabajó con fotos de archivos médicos para mostrar en cada foto en vidrio «las marcas de la burocracia científica y el proceso de objetivación de los cuerpos para su estudio».
A la derecha de estos rostros fragmentados una sala casi a oscuras atrae con la visión de varios lienzos colgando de un dispositivo compuesto por un suero. Al acercarse a ellos, comienza a oirse un zumbido monótono mientras comprobamos que del suero gotea un líquido oscuro sobre el lienzo. Es tinta negra y la obra, también de Magnin, alude a los sellos médicos como símbolo de autoridad y regulación sobre los cuerpos.
Con reflexiones sobre el poder médico sobre los cuerpos se llega a una sala luminosa en la que llama la atención un mesa con varios cuadernillos abiertos encima. Es la obra de la artista argentina Inés Szigety, quien expone, en un video que también compone su muestra, las pocas referencias a las artistas mujeres en los libros sobre historia del arte argentino. Destaca sus nombres. Fueron muchas y muy buenas. Se pueden ver sus trabajos y también algunos comentarios machistas que suscitaron sus obras, como cuando Leopoldo Lugones escribió «ciertos rasgos causan la impresión de un pincel varonil» al referirse a los cuadros de Eugenia Sarmiento, una excelente retratista autora de uno de los más conocidos cuadros sobre Domingo Faustino Sarmiento, su abuelo.
Cerca de esta obra, Pauline Fondevila, artista nacida en Francia que vive en Argentina, también rinde homenaje a las pintoras mujeres con su trabajo La noche con su obra y el viento se levanta.
En otra sala, irrumpen varias mujeres, algunas de ellas con su rostro con arrugas y todas con una mirada serena, que desde un video proyectado en una pared sobre un Palimpsesto de capas de pintura y papel nos cuentan sobre su experiencia siendo niñeras.
«Red (Unión) nace de una experiencia docente en barrios marginales de Buenos Aires. Comencé a pensar en las mujeres migrantes que tejen vínculos con niños a su cuidado, en otras casas y en las relaciones afectivo laborales que se establecen en los trabajos domésticos en las que se emplean», explica la artista argentina Paula Toto Blake sobre el registro de las historias de estas mujeres mexicanas que se iban de sus pueblos para las grandes ciudades, en ese país o en Estados Unidos, a emplearse de niñeras.
Se oye a una de esas mujeres recordar que empezó a trabajar de niñera a los 14 años, cuando aún todavía «jugaba a los muñecos y a las comiditas», y agradecer que gracias a ese trabajo «soy mejor persona» y relatar que lloró cuando dejó a esos niños con los que, ahora ya grandes, «nos seguimos mandando mensajes y me dicen nana».
«Las nannys americanas que cuidan niños americanos no los cuidan, es ´los cuido porque me pagan, no porque siento amor´ y no les enseñan respeto. Las latinas los tratan con amor, con respeto y los niños las aman, las quieren», recuerda otra niñera en el video.
Con emoción relata que al tener que irse de Miami debido a las medidas del gobierno de Donald Trump para con los migrantes «mis niñas lloraban, me decían ´Coco qué vamos a hacer sin ti´ y yo les decía ´no, hijas, lo que les enseñé lo van a practicar ustedes y lo que se hace con amor y respeto todo va a salir bien».
«En un mundo donde hoy, solo la tecnología nos conecta y a la vez excluye Red (Unión) propone dar visibilidad mediante esas micro historias a mujeres que viven dentro de un territorio intimo doméstico, y reflexionar sobre sus condiciones de trabajo en épocas donde el capitalismo ha exacerbado las diferencias sociales y la precarización laboral», precisa Toto Blake.
Esas historias, que conjugan dolor y afecto, continúan en la obra de Micaela Trucco que desde ocho cuadros de siluetas femeninas sobre fondo blanco se pregunta «dónde guarda el cuerpo sus experiencias?». Y cada una de las 8 mujeres muestra una parte del cuerpo que duele, casi siempre, por el peso de las tareas de cuidado, sumadas a otros labores fuera de la casa: la espalda, las manos, el estómago, la cabeza, entre otros.
En la última sala, destaca un video de Cecilia Lenardón que registra una acción colectiva de artistas de Rosario donde el cuerpo de cada uno de ellos forma una letra de la palabra Manifiesto.Appendino destaca que «esta obra está dialogando con los manifiestos estéticos y políticos, con esos discursos de autoridad, revisa cómo se daban las ideas a través de manuscritos y retoma eso pensando la fugacidad de la posibilidad de cambio de esas ideas».
También en esta sala se encuentra la obra del único hombre de la muestra, Sebastián Freire, quien marca un regreso de las mujeres al espacio público de la calle. Sus fotografías de mujeres, adolescentes adultas, mayores, marchando para denunciar femicidios, reclamar justicia, o luchar por el aborto legal, penden de hilos casi invisibles, dando la sensación corpórea de una movilización.
«Agradecé que pido justicia y no venganza», dice el cartel que sostiene una mujer de mirada firme y decidida. Mientras en otra foto una adolescente con un pañuelo verde como barbijo sostiene otro cartel donde acaba de escribir «tranquila, mamá, hoy no voy sola por la calle».
Estas fotos, que retoman la idea inicial de la calle como vida pública, despiden al visitante con la imagen del «Hermana, yo sí te creo», y otra de las consignas básicas de los movimientos feministas: «Respetá mi existencia o esperá mi resistencia».